Nunca me he abonado a la tesis, tan extendida entre políticos, empresarios y periodistas de la Comunitat Valenciana, de que la ruptura por parte de Vox del pacto de gobierno en la Generalitat fue un alivio para Carlos Mazón. No lo he creído por una razón obvia: al PP le faltan diez escaños para sacar adelante sus proyectos en las Corts.
Sé que ya en tiempos de Zapatero hizo fortuna el concepto de “geometría variable” para definir los equilibrios en el alambre que un gobierno debe hacer cuando no tiene mayoría para lograr pactos con la oposición que le permitan desarrollar su programa. Y también sé que políticos, empresarios y periodistas todavía rescatamos de vez en cuando algún episodio de “Borgen” para creer por un rato que las pasarelas entre bloques ideológicos son posibles. Pero la primera temporada de la producción danesa se emitió en 2010, cuando en el comienzo de la Gran Recesión vivíamos tiempos más de confusión que de polarización como los de hoy, y las siguientes, de las tres que tiene, son más oscuras a fuerza de ser más realistas. Y a Zapatero, en su primera investidura, le apoyaron siete de las once fuerzas con que contaba el Congreso de los Diputados y sólo una, el PP, le votó en contra. Nunca más se ha vuelto a repetir un respaldo semejante en la elección de un presidente del Gobierno, transformadas ahora las sesiones de investidura en un damero maldito. No estamos para series. Pero de sumas y restas vamos desde hace años sobrados.
Hoy, en Madrid, Pedro Sánchez ha convertido la “geometría variable” en un ejercicio de contorsionismo diario en el que, como en el circo, cada espectáculo promete sorprender más que el anterior. El problema para Mazón es que ni siquiera ese contorsionismo que practica Sánchez le sería posible a él, si lo quisiera hacer. Vox sigue resultando un lastre por la marca que dejó en su breve paso por el Consell: el PSPV y Compromís exigen, como aperitivo de cualquier negociación, la retirada de leyes como la de Concordia que se aprobaron con su impulso cuando todavía estaban en el pacto con el PP. Pero al mismo tiempo, Vox es el único socio viable que tiene Mazón en un Parlamento con sólo cuatro fuerzas políticas asentadas, dos a dos, en orillas enfrentadas. Con la diferencia de que la ultraderecha tiene ahora las manos libres para echarse aún más al monte y disparar el listón de sus exigencias. ¿Dónde está el alivio?
La suerte que tiene Sánchez es que PP y Vox pueden reclutar puntualmente a los siete de Puigdemont para derrotar las iniciativas del Gobierno, pero es improbable que Feijóo reúna los votos necesarios para una moción de censura. La tranquilidad que tiene Mazón es que en las autonomías gobernar el día a día por decreto es más sencillo que en el ámbito estatal y que tampoco aquí es posible que izquierda y extrema derecha se confabulen para derribarlo. Pero si en Madrid el bloqueo legislativo del Gobierno es evidente, en la Comunitat Valenciana el PP no ha conjurado el riesgo de la legislatura fallida, que ya señalé cuando Vox dio la espantada.
Toca presupuestos. Los manuales clásicos decían que el presupuesto es la expresión cifrada de un proyecto político. Sánchez tuvo que prorrogar los del año pasado y ya no entregará en plazo los próximos, si es que llega a presentarlos. Mazón se enfrenta ahora al mismo problema: reunir los votos necesarios para aprobar las cuentas. Desde el Palau ya han empezado a difundir la especie de que el asunto no es tan importante. Y, efectivamente, pueden prorrogarse; de hecho, en la Comunitat Valenciana ya ocurrió una vez, aunque de eso hace más de tres décadas. Pero cuando un gobierno no es capaz de aprobar presupuesto, más allá de las consecuencias prácticas que ello conlleva, no puede evitar transmitir sensación de impotencia. Si vale que los presupuestos son la expresión cifrada del proyecto político, entonces su ausencia indica, como mínimo, graves dificultades para hacer avanzar ese proyecto. Justo lo contrario de lo que Mazón quiere que sea la impronta de su primer mandato. Tampoco le beneficia en nada que su gobierno, en lo tocante a la incapacidad para aprobar las cuentas públicas, tenga ningún paralelismo con el de Pedro Sánchez.
Mazón es un hábil negociador. Ya lo demostró en los primeros compases de la legislatura, cuando fue capaz de pactar con Vox y con Compromís la Mesa de las Cortes dejando aislado al PSPV. Pero el panorama actual dista mucho de ser el de hace quince meses. Todos los caminos le llevan a Vox y los de Abascal tienen la fuerza, no sólo de sus trece escaños, sino de que los gobiernos de muchas de las poblaciones más importantes de la Comunitat dependen de ellos y también los ayuntamientos están en plena confección de presupuestos.
El jefe del Consell, por carácter, trata de trasladar de forma permanente una imagen de seguridad y fortaleza absolutas. Y las encuestas electorales que maneja le confirman solidez. Pero también sabe que todo lo que no se ponga en marcha en los dos primeros años de mandato no estará en la cesta cuando acabe la legislatura. Y la precariedad en que le dejan esos diez escaños que le faltan para gobernar sin muletas también tiene repercusiones en su proyección estatal. Sólo hay que ver lo que pasó esta semana en Sevilla, adonde Mazón se desplazó para reunirse con Juanma Moreno un día antes de participar con el presidente andaluz en un acto de la Cope. El trato dispensado por la Junta a esa visita ha sorprendido por el perfil bajo que desde el Palacio de San Telmo se impuso, sin ni siquiera convocatoria de Prensa: el asunto se liquidó con un escueto comunicado y unas cuantas fotos oficiales. Moreno, como Ayuso o como el gallego Rueda, gobierna con mayoría absoluta. Mazón, no. Y de vez en cuando sus compañeros le marcan el territorio por si se le olvida.