Te preguntan si vas a escribir sobre el monarca, y replicas que los ardorosos besuqueos del Rey con Bárbara Ídem solo demuestran que los españoles cuando se besan, es que se besan de verdad. Te corrigen que se refieren al veto de Claudia Sheinbaum a Felipe VI en la ceremonia de su proclamación como jefa de Estado de México. Admitamos que presidenta de un país es el cargo soñado por Letizia Ortiz, pero el bofetón diplomático de nuestros hermanos latinoamericanos es un asunto minúsculo, por comparación con la pasión literalmente desbocada entre la vedette y el Demérito. Se confirma así la subordinación jerárquica del hijo Borbón al padre doblemente Borbón.
Cuesta integrar el rechazo explícito de México a Felipe VI entre los asuntos que se resuelven endilgando las culpas a Pedro Sánchez, aunque la derecha se contorsionará para lograrlo. La no invitación al Rey de España es otra prueba de su peso muy cuestionable en el panorama mundial. Sheinbaum no habría vetado a Juan Carlos, a falta de saber si desearía que el padre asistiera a su toma de posesión. El anterior monarca hubiera movilizado mar y tierra para que la obstrucción no se materializase, con el auxilio de los linajes Slim, Arango o Fuentes.
¿Hemos de remontarnos a Hernán Cortés, para satisfacer las ínfulas redentoras de una presidenta de México con raíces tan indigenistas que su apellido «Sheinbaum» significa «bonito árbol» en alemán? Es preferible dejar constancia de que estas cosas no le pasaban a Juan Carlos I. Cuando el penúltimo monarca formuló su categórico «¿Por qué no te callas?» a Hugo Chávez, el presidente venezolano tuvo que peregrinar con el rabo entre las piernas a Marivent acompañado de Maduro, para sellar la paz con un jefe de Estado a quien reconocía la superioridad. El Gobierno se solidariza con Felipe VI, pese a que traicionó las directrices de Moncloa al sentarse a la diestra de Milei en la toma de posesión del espiritista.
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