En 2019, en el Palazzo Michiel, ubicado en el Gran Canal de Venecia, tuvo lugar una presentación, cuanto menos, polémica. Se trataba de una cápsula que proporcionaría a su ocupante una muerte tranquila y accesible, creada para usarse como un método de suicidio asistido. Su inventor era el australiano Philip Nitschke, licenciado en Medicina por la Universidad de Sídney y doctor en física experimental de la Universidad de Flinders. Apodado como el ‘Doctor Muerte’, sus creaciones llevan décadas dando que hablar. Y esta en concreto acaba de provocar un auténtico terremoto en Suiza.
El invento, conocido como Sarco (abreviación de sarcófago) es una cápsula que produce una rápida disminución del nivel de oxígeno, manteniendo al mismo tiempo un bajo nivel de CO2. La empresa desarrolladora, Exit Internacional, asegura que esta combinación produce una muerte «pacífica», y que el proceso es «embriagador» porque, en algunos momentos, puede llegar a sentirse una sensación de euforia leve. La cápsula solo puede activarse desde el interior, y no tiene cerradura. Así que sus ocupantes pueden cambiar de opinión en cualquier momento.
Cinco años después de su presentación, aún no se había utilizado. Pero esta semana diversos medios suizos informaron de que la policía tuvo noticias de que una cápsula como esta había sido usada por primera vez. Al presentarse en el lugar de los hechos, una cabaña en medio de un bosque de Merishausen, muy cerca de la frontera con Alemania, los agentes comprobaron que la persona que había muerto era una mujer de 64 años y nacionalidad estadounidense, que llevaba años sufriendo problemas de salud derivados de una inmunodeficiencia grave. Y detuvieron a varias personas acusadas de incitar, ayudar e instigar al suicidio. Los hechos han generado un auténtico debate en el país helvético.
El coste de suicidarse con un Sarco
El Sarco no está ni estará nunca a la venta. Sus especificaciones técnicas detalladas y sus planos solo estarán disponibles para los suscriptores del manual electrónico The Peaceful Pill (que también gestiona Nitschke). En teoría, la web solo es accesible para personas mayores de 50 años y en pleno uso de sus facultades mentales.
Antes de usarla, los pacientes deben someterse a una evaluación de su capacidad mental por parte de un profesional médico. «Un Sarco nunca se presta a una acción precipitada e impulsiva. Se tarda alrededor de un mes en imprimirlo, y cuesta mucho dinero. Trágicamente, las personas que están desesperadas por morir siempre encontrarán una manera más fácil y rápida (por ejemplo, pistolas, cuerdas, saltar frente a un tren rápido, saltar desde un edificio alto)», deslizaron desde la compañía.
La cápsula se elabora con impresión 3D, y en 2022 tenía un coste de 17.000 €. En un primer momento sus creadores pensaron que también podría servir como ataúd. Y según explican, si se imprime usando materiales biodegradables adecuados, esto sigue siendo así. Pero el alto coste de impresión sugiere que la mejor opción es que la cápsula pueda ser reutilizable. «Mejor y más barato para el usuario. Más respetuoso con el planeta», afirmaron desde Exit Internacional.
La idea de crear algo así surgió cuando Tony Nicklinson, un británico que en 2005 sufrió un derrame cerebral, se puso en contacto con Nitschke. Como consecuencia de aquello, Nicklinson padecía el llamado síndrome de enclaustramiento, y tenía todos sus músculos paralizados desde el cuello hacia abajo. Pero sí podía mover los ojos.
En su intento de morir con «dignidad», le pidió a Nitschke que desarrollara una tecnología para el suicidio que pudiera activarse con un parpadeo. Y aunque el inventor australiano se puso manos a la obra, no llegó a tiempo. Nicklinson murió en agosto de 2012 de neumonía antes de que el Sarco hubiera visto la luz, y durante su última semana de vida se negó a comer. En la actualidad la empresa sigue trabajando para incorporar el manejo por movimiento de ojos o control de voz.
Los inventos del ‘Doctor Muerte’
En Exit Internacional ya tenían claro que el primer país en usar su invento sería Suiza. Según explicaron, la razón es que el Código Penal suizo recoge que no es un delito ayudar a alguien a morir siempre que los motivos sean altruistas. Las otras condiciones son que la persona debe realizar la acción por sí misma (presionar el botón) y debe estar en pleno uso de sus facultades mentales.
«Sarco no es una cámara de gas. Las cámaras de gas utilizaban gases venenosos: en el Holocausto Zyklon B (cianuro de hidrógeno) y en la pena de muerte en los EE.UU, utilizó monóxido de carbono. Sarco se trata de un entorno con bajo contenido de oxígeno. El aire que todos respiramos está compuesto por un 80 % de nitrógeno y un 20 % de oxígeno. Si se elimina el 20 % de oxígeno y el aire es 100 % nitrógeno, la persona perderá rápidamente el conocimiento y morirá», detallaron desde la corporación.
A sus espaldas, Nitschke tiene más inventos parecidos. En los años 90 desarrolló lo que llamó la Máquina de Liberación. El concepto era parecido, solo que en esta ocasión se trataba de un ordenador que ponía en marcha un programa informático, que comenzaba a realizar una especie de cuestionario a los pacientes. Si la persona contestaba correctamente a las preguntas, la máquina inyectaba una jeringuilla cargada con una dosis letal de barbitúricos en el brazo del paciente. Para el científico la idea era la misma: otorgarle a cada persona la capacidad de quitarse su propia vida. La máquina fue legalizada, de inmediato cuatro personas se suicidaron en 1996 utilizándola justo antes de que fuera prohibido su uso en 1997.