Ha emitido LaSexta este domingo por la noche un reportaje del periodista Fernando González Gonzo que ha sido tan tramposo como injusto; y que habrá quien lo haya terminado de ver con las vísceras revueltas. No hay actitud más malévola que la de buscar puntos oscuros en el currículum de las víctimas de un conflicto, dado que eso siempre sirve de argumento a los agresores para justificar su barbarie. Esto siempre sucede, incluso aunque el periodista no sea plenamente consciente de ello.

Putin inició la invasión de Ucrania con sus propagandistas pregonando a los cuatro vientos que su intención era la deponer a lo nazis que dirigen ese país. ETA siempre habló de conflicto, al considerarse como un grupo de liberación de un territorio ocupado, con una población hostigada por un Estado opresor y torturador. Mató con esa premisa a 850 personas y amenazó a miles, que fueron protegidas por escoltas para reducir riesgos.

Gonzo ha ilustrado a sus espectadores sobre el mal comportamiento de algunos de quienes contaron con los servicios de estos guardaespaldas, con una referencia velada a un líder político. Gonzo no lo reconocerá, pero su reportaje es el perfecto ejemplo de lo que no hay que hacer en caso de conflicto. Porque, sí, en su primera parte identifica a los malos y evidentemente no quita hierro a los asesinatos. Pero después lanza un mensaje peligroso: es el que afirma que amenazaron y dispararon a gente que a lo mejor no era ejemplar. La pregunta es: ¿y por qué habría de serlo?

Gentuza y gentuza

¿Cuál es el propósito de Gonzo con este reportaje? Es una gran pregunta. A lo mejor ha intentado transmitir la perogrullada de que incluso entre las víctimas de un conflicto hay gentuza. Es pura probabilidad. Siempre que un grupo decide aniquilar a otro, es evidente que no sólo va a matar a buenas personas. San Mateo era recaudador de impuestos y San Dimas un ladrón. Incluso entre los más píos hay versos torcidos. Ahora bien, centrar el tiro en los peores comportamientos de las víctimas es pueril. Es lamentable.

Porque se puede (y se debe) desconfiar de las intenciones de una pieza periodística cuando se centra en los problemas cotidianos de estos trabajadores, pero no hace una referencia abundante y generosa a los compañeros que fueron asesinados, como Jorge Díez Elorza, quien protegía a Fernando Buesa. Forma parte de la veintena de personas que escoltaban a objetivos de ETA y que son consideradas como víctimas de los terroristas.

Hubiera sido de recibo también abordar la cuestión relativa a la psicología de alguien amenazado por la banda. Uno de tantos residentes dentro de municipios que en muchos casos eran pequeños y donde sufrieron la indiferencia y el rechazo de sus vecinos y amigos, hasta el punto de sentirse solos y aislados, tan sólo con cierta sensación de seguridad gracias a la labor de sus guardaespaldas.

Preguntó Gonzo durante una entrevista si existió picaresca en la relación entre el protector y el protegido; y contó uno de los entrevistados que, algunos domingos, le pedía al político escoltado que bajara la basura a la calle para así justificar que había trabajado y cobrar el día. Podía haber incidido el periodista en la cuestión de que hubo personas que, durante muchos años, no estuvieron seguras ni siquiera durante esa rutina tan sencilla: descender por las escaleras, abrir la puerta del portal, caminar seis pasos, dejar la bolsa en el cubo, volver a casa. ¿Por qué no lo ha hecho? He aquí la cuestión.

Falta de contexto

Dicen los maestros de esta profesión -cada vez más mísera y miserable- que toda pieza periodística debe responder a cinco preguntas: qué, quién, cómo, cuándo y dónde. Algunos le suman el por qué. El sensacionalismo suele abundar en el ‘cómo’ y en el ‘quién’, que son las dos preguntas con las que se manipula. Se describe la acción y quién la comete, pero se obvia el contexto, cuando a lo mejor tiene mucho más peso que el hecho en sí.

Un ejemplo. Relata Réquiem por un campesino español la forma en la que un despreciable grupo de falangistas comenzó a disparar a discreción sobre el lugar del pueblo donde las mujeres lavaban la ropa. Allí estaban las chismosas, que no eran precisamente gente de fiar. Podría haber centrado el tiro el autor en sus comentarios tenebrosos si hubiera querido ser injusto en el relato. Sin embargo, prefirió abundar en la sinrazón de todo aquello. En la injusticia y en la violencia innecesaria. Términos, sin duda, con los que podría adjetivarse lo que sucedió con ETA.

Hay una situación que resulta más cercana en el tiempo. Se publican estos días, de forma frecuente, noticias sobre el asesinato de soldados rusos en el frente de batalla. Muchos, son carne de cañón. Pobres diablos a los que el tétrico líder del Kremlin ha enviado a una muerte segura. Si se obviara aquí el contexto, podría afirmarse que un ucraniano envolvió esos cadáveres con su bandera, en una enorme falta de respeto. O incluso podría dedicarse más tiempo a las viudas y las madres de ese batallón que a las masacres que han cometido los invasores. O quizás recurrir a la solución intermedia: decir que en una guerra hay muertos en ambos bandos. Es muy sencillo manipular la realidad cuando alguien prioriza lo anecdótico sobre lo relevante; o cuando alguien antepone sus prejuicios a la realidad.

Eso es lo que ha hecho Salvados este domingo. Siempre hay que escuchar las versiones de todos quienes participan de alguna forma en los conflictos -incluidos estos escoltas-. Pero Gonzo se ha comido varios elementos fundamentales con su enfoque.

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