Decía José Saramago durante su discurso de aceptación del premio Nobel que el hombre más sabio que había conocido no sabía leer ni escribir. Era su abuelo. A Fernando Barrio (Las Palmas de Gran Canaria, 1994) le fascinaba ver cada tarde, en un garaje que funcionaba como una herrería en el pueblo de Tenoya (Gran Canaria), a su abuelo solucionar cualquier problema que se le pusiera por delante. Se llamaba Félix y, al igual que el abuelo de Saramago, era analfabeto, pero para Barrio atesoraba una inmensa sabiduría: tan solo con sus manos y su ingenio resolvía todo enigma que se le plantease. Hoy, Barrio, desde un ordenador en Tres Cantos (Madrid), usa sus conocimientos para resolver problemas que contribuyen a mejorar las fabricaciones espaciales de Airbus que observan la Tierra o llevan a los seres humanos a la luna. 

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