En Estados Unidos solo el 25% de los ciudadanos están satisfechos con cómo van las cosas en el país según los últimos datos de Gallup. Es el porcentaje más bajo antes de las elecciones presidenciales desde 2008. Y la opción que tienen los estadounidenses para intentar cambiar las cosas es votar por Donald Trump, un republicano que ya ocupó la Casa Blanca y que ha retomado como principal mensaje su descripción apocalíptica de una nación «que se muere» y «en declive» que solo él puede retornar a su supuesta grandeza, o Kamala Harris, la vicepresidenta en el Gobierno de Joe Biden, que propone «un nuevo camino hacia delante» a la vez que defiende los logros de la presidencia demócrata.
En un país polarizado hasta el extremo, las bases de los dos se mantienen firmes, por lo que volverán a ser los votantes de un puñado de condados en los siete estados bisagra los que decidan el ganador y muchos de ellos siguen indecisos. Harris está intentando atraer a moderados e independientes y a republicanos desencantados mientras la estrategia de Trump pasa más por arañar votos en partes del electorado tradicionalmente demócratas como los latinos y los negros y, sobre todo, llevar hasta las urnas a republicanos que no votan.
Más allá de filias y fobias personales, son las propuestas políticas, que por ahora ni Trump ni Harris han detallado en exceso, las que mueven y moverán a los votantes. Y en la mente de estos a la hora de marcar sus papeletas hay una serie de grandes temas que guiarán su decisión y, con ella, el futuro de EEUU.
Prácticamente siempre la economía, y especialmente el sentimiento sobre la situación personal, es el elemento fundamental en las elecciones de EEUU. A día de hoy en todos los sondeos generales aparece como la cuestión a la que más importancia da el electorado. Según datos del centro Pew, para un 81% de los votantes ya registrados será la que más pese a la hora de tomar su decisión, incluyendo un 93% de los republicanos y un 68% de los demócratas.
En esta campaña ha resucitado con fuerza especial la pregunta que dejó como guía para todas las elecciones Ronald Reagan en un debate en 1980 con Jimmy Carter: ¿Están mejor hoy que hace cuatro años? Y la esperanza de Trump es que para muchos, incluyendo demócratas, la respuesta es no.
Poco importa que bajo la Administración Biden la inflación interanual haya bajado hasta el 2,5% en agosto frente al pico de 9,1% que alcanzó en 2022 y que otros datos macroeconómicos, de tasa de desempleo a reducción de la pobreza o inversión en infraestructuras, apunten a otros logros de sus políticas económicas. Hay una sensación generalizada, sobre todo en la clase media, de que el dinero no llega y que bases de construcción de riqueza como la compra de vivienda son cada vez más inasequibles.
Ante esa sensación, Harris postula la creación de una «economía de oportunidad». Propone prorrogar los recortes de impuestos que se aprobaron bajo el mandato de Trump a quienes ingresan menos de 400.000 dólares anuales que a diferencia de los que benefician a las rentas más altas y corporaciones, expiran el año que viene. También propone elevar la carga fiscal a los más ricos y a las grandes empresas (aunque rebajando el porcentaje que había propuesto Biden) y dar ventajas fiscales a familias y pequeños negocios, entre otras medidas. Pero hay vaguedad en detalles de cómo pretende financiar todo o compensar el coste para las arcas públicas.
Lo mismo sucede con el programa económico de Trump, que es incluso más raquítico en anuncios específicos. Uno de sus elementos centrales es la imposición de aranceles a todas las importaciones (de hasta el 66% en el caso de China y de entre el 10% y el 20% para el resto), una medida que los economistas sugieren que acabaría teniendo impacto directo negativo en los bolsillos de los estadounidenses.
Es un hecho que los cruces de migrantes sin papeles se han disparado durante el Gobierno de Biden, que en los últimos meses ha endurecido sus políticas en la frontera, no solo con motivos claramente electoralistas sino también bajo la presión ciudadana e incluso de cargos demócratas en estados fronterizos o en las localidades que están recibiendo el mayor influjo y soportando su carga económica y social.
Hoy el 61% de los votantes sitúan la inmigración como un factor muy importante en su decisión, un 9% más que en 2020 y un 13% más que en las legislativas de 2022. Y es una cuestión que moviliza sobre todo a los republicanos, en un eco del foco central que pone Trump en su discurso, plagado de falsedades, sobre la inmigración ilegal, que sigue definiendo como una «invasión» y que vincula al aumento de la inseguridad.
La promesa del republicano es una deportación masiva, «la mayor de la historia», aunque no ha especificado cómo se desarrollaría. Y en su plan entra profundizar en medidas que ya tomó en su primer mandato, como obligar a los migrantes a «quedarse en México» mientras se tramitan sus peticiones de asilo o ampliar el veto de llegada de ciudadanos de países musulmanes que ya impuso, así como detener todas las admisiones de refugiados, reducir incluso la inmigración legal y acabar con el derecho a ciudadanía por nacimiento, que está recogido en la Constitución.
Harris, por su parte, abandera una posición que refleja el cambio que la Administración Biden. Y el eje central de su propuesta es resucitar la propuesta bipartidista de reforma que murió en el Congreso bajo la presión de Trump, que incluía medidas como «cerrar» la frontera cuando se supere un determinado número de cruces ilegales, aunque también mantiene la idea de crear una vía a la ciudadanía.
La preocupación por el crimen violento y la seguridad ha subido como uno de los elementos que más sopesan los estadounidenses a la hora de votar y según el análisis del centro Pew ya está en el quinto lugar entre los temas más determinantes para el electorado.
En el caso de los republicanos, la cuestión está muy asociada al vínculo que establece repetidamente Trump entre inmigración y aumento del crimen violento, aunque esas acusaciones no se sostienen en los datos.
Harris subraya a menudo su pasado como fiscal y su lucha desde el ministerio público contra el crimen pero también defiende profundizar las reformas del sistema penal de justicia. E insiste, frente a los recordatorios de que tras el movimiento para recortar financiación a la policía que propulsó el asesinato de George Floyd, respaldó esa idea, que aboga por dar más fondos a las agencias del orden.
Asociado a la seguridad y el crimen está el tema de las armas de fuego y ahí la divergencia es acentuada. La demócrata (que en su debate con Trump recordó que ella misma tiene una para autodefensa) defiende establecer más controles y regulaciones y medidas como permitir demandar a los fabricantes en los tribunales. En el polo opuesto está Trump, que mantiene la oposición a cualquier regulación o control que reduzca su interpretación como sacrosanta de la Segunda Emnienda.
Desde que el Tribunal Supremo derogó en 2022 Roe v Wade, quitó la protección constitucional al derecho al aborto y devolvió la regulación a los estados en cerca de dos decenas gobernados por republicanos se han impuesto restricciones totales o extremadamente severas. Eso ha cambiado las tornas en la movilización electoral.
La defensa de los derechos reproductivos se ha confirmado desde entonces como un impulso para los demócratas. Los republicanos, mientras, al alcanzar la meta de la derogación, han perdido un factor que durante cinco décadas ha sido importante movilizador del voto conservador.
Harris promete que codificará las mismas protecciones que daba Roe, volviendo a hacer el aborto legal en todo el país bajo parámetros de viabilidad del feto y siempre que la vida o la salud de la madre estén en riesgo, aunque necesitará que el Congreso apruebe una ley. Además se apoya en su larga trayectoria defendiendo y promoviendo otros derechos reproductivos.
Trump, por su parte, lanza mensajes confusos. Con su insistencia en que ahora deciden los estados, ha sugerido que no firmaría un veto nacional al aborto (que también tendría que aprobar el Congreso) y ha mostrado cierta oposición a leyes estrictas como la de Florida que prohíben interrumpir el embarazo después de seis semanas de gestación. Últimamente ha tratado de postularse como un defensor de la fecundación in vitro, urgiendo a que el Gobierno o las aseguradoras paguen por los tratamientos, una posición que descoloca a los sectores más conservadores.
Uno de los argumentos que más se escucha de los votantes de Trump a favor del republicano es que bajo su mandato no se iniciaron conflictos bélicos globales, mientras que bajo la Administración Biden Rusia ha lanzado la guerra en Ucrania e Israel, tras los ataques de Hamás, la guerra en Gaza.
El control de Trump del Partido Republicano, y su política aislacionista, han hecho que pierdan peso los halcones y que la formación y sus bases se alejen de las posturas más militaristas que tradicionalmente abrazaban.
Entre los conservadores cala su idea de no garantizar el respaldo o la protección a los aliados de la OTAN y su cuestionamiento de seguir manteniendo la ayuda a Ucrania. Y aunque muchos demócratas comulgan con el discurso y la propuesta más internacionalista de Harris, los más progresistas deben dilucidar ahora su apoyo a un partido que también ha abrazado el discurso más militarista e intervencionista y que suma apoyos de figuras que repudiaron como arquitectos de la guerra de Irak y las torturas como el exviecpresidente Dick Cheney o el exfiscal general Alberto Gonzáles.
Lo mismo sucede con Israel, al que tanto Trump como Harris prometen apoyo inquebrantable y en las bases demócratas hay un palpable desencanto e indignación con ese respaldo ante la tragedia humana y humanitaria de los palestinos. Aunque a diferencia de Biden Harris ha puesto en la retórica más énfasis en la necesidad de acabar con ese sufrimiento, no hay cambios concretos anunciados en la política.
Hay menos diferencias marcadas entre las propuestas demócratas y republicanas en lo que respecta a la relación geopolítica y económica con China, un país señalado ante los estadounidenses como el mayor adversario de EEUU. Y sigue sobrevolando la política exterior la amenaza nuclear de Irán y Corea del Norte. Lo que Harris trata de subrayar ante los electores es la cercanía y admiración que Trump ha mostrado por líderes como Vladímir Putin, Xi Jinping o Kim Jong Un.
El acceso a la sanidad y su coste sigue siendo una preocupación primordial para los estadounidenses, un país donde el 8% sigue sin ningún seguro médico y donde decenas de millones viven asfixiados por los elevados coste de sus pólizas, visitas a los médicos, tratamientos y fármacos. Según el análisis de Pew, la atención sanitaria es, de hecho, el segundo factor más importante a la hora de elegir en las urnas, pero nadie lo diría viendo el mínimo tiempo y el espacio que los dos candidatos y sus dos programas han dedicado, al menos de momento, a la cuestión, que no es solo social sino que toca a un sector que representa el 6% de la economía.
Medidas adoptadas por Biden, especialmente negociar un límite en los precios de la insulina que pagan los beneficiarios de Medicare, la sanidad pública para mayores, han tenido una aprobación generalizada, sin importar el color político, y Harris promete extender los topes de lo que tienen que pagar todos los ciudadanos de su bolsillo.
También se ha hecho evidente que, mas allá de afiliaciones políticas, la reforma sanitaria que sacó adelante Barack Obama en 2010 ha asentado su popularidad. Por eso estas elecciones también son fundamentales. El año que viene expiran subsidios que los estadounidenses han estado recibiendo para contratar pólizas en los mercados de seguros que estableció Obamacare, que se han hecho populares incluso en estados gobernados por los republicanos, donde estos no han aprovechado las oportunidades para ampliar Medicaid, la asistencia pública para los más pobres.
Trump ha dicho solo que tiene «conceptos de un plan» para realizar una reforma (que no consiguió durante su mandato), mientras Harris ha prometido no solo mantener sino ampliar Obamacare.
Otra preocupación relacionada con la sanidad es la epidemia de adicción a los opioides, y especialmente el letal fentanilo, pero en la campaña los dos candidatos están centrados más en los aspectos policiales de lucha contra el tráfico y los traficantes, aunque la demócrata también incluye en su programa propuestas de ampliar el tratamiento y la prevención.
Estas son las primeras elecciones presidenciales después de que Trump se negara a aceptar los resultados de 2020 (un rechazo a los resultados legales que aún mantiene) y con su denuncia infundada de un gran fraude azuzara la idea de un «robo» que movió a la masa que realizó el asalto al Capitolio.
Trump ha prometido perdonar a muchos de los condenados por aquella insurrección. Junto a los indicios de que tampoco aceptará una derrota en noviembre, la inmunidad presidencial que ha ampliado el Tribunal Supremo, su promesa de investigar y perseguir a opositores políticos y las radicales propuestas para un potencial segundo mandato planteadas en el Proyecto 2025 del que trata (sin éxito) de distanciarse, ha intensificado la preocupación por la salud y el futuro de la democracia.
Para los republicanos, en cambio, la amenaza la representan Harris y los demócratas, a los que acusan de haber politizado ya la justicia para cometer ‘lawfare‘ y perseguir en los tribunales a Trump y de representar ideas «marxistas» y de la «izquierda radical». Entre los conservadores cala la idea de que se censuran sus voces y se impone una dictadura ‘woke’ en cuestiones de raza, género o identidad sexual.
Otros temas son importantes para los votantes, desde la educación hasta la lucha contra la emergencia climática o el Supremo. En el caso del determinante Alto Tribunal, que determina la vida política y social de EEUU por décadas y donde los tres nombramientos de jueces de Trump instaló una supermayoría conservadora, una victoria demócrata podría impulsar reformas, como establecer límites en el tiempo de servicio de los magistrados, ahora en un cargo vitalicio.
Suscríbete para seguir leyendo