Una concentración rente al Congreso de los Diputados reivindica a Edmundo González presidente electo de Venezuela. / EP

En las tertulias radiofónicas se habla de Venezuela como si estuviera aquí mismo. Casi consiguen que preste más atención a los discursos de Maduro que a los de la presidenta de la comunidad de Madrid, ciudad en la que vivo y donde la sanidad pública funciona a trancas y barrancas. Me pregunto por qué Rusia o China continúan lejos (vamos, lejos no, en su sitio) y Venezuela se nos ha metido hasta en la cocina. Está aquí mismo, se acuesta y se levanta con nosotros. Se analizan sus problemas como si fueran los problemas de Cuenca (mucho más en realidad: Cuenca apenas aparece en los periódicos). No sé si todo esto me debe parecer raro o me debe parecer normal. Si pusiéramos en todas las autocracias del mundo la misma intensidad emocional, no viviríamos porque tenemos unos límites sentimentales, creo yo. A mí con el problema de la vivienda en España ya me basta. Ahora bien, como tiendo a culparme de todo, siento mucho no haber pensado hasta ahora en el precio de los pisos en Caracas. ¿Alguien sabe cómo están? Me resulta raro que Esteban González Pons no haya metido el dedo ahí todavía. Se lo explico a mi psicoanalista para que se haga cargo de mi angustia.

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