A veces las actividades más sencillas marcan la diferencia. No se necesitan grandes alardes para hacer que las fiestas de un barrio llenen de alegría e ilusión a sus vecinos. Basta con sacar cubos llenos de agua y comenzar una guerra que acabe empapando completamente a los contendientes. Las fiestas del Raval Roig llegaban a su recta final con la convicción de quien sabe que han sido una de las mejores que se recuerdan. Desde un pregón abanderado por el presidente de la Generalitat, Carlos Mazón, hasta la celebración del 85 aniversario del pasacalles de los Moritos de Matacagá.
Pero todo llegaba a su final ayer y había que soltar la energía acumulada durante cuatro solemnes días de una fiesta que es historia de la ciudad, pues se remontan al año 1839. De esta forma, llegaba el momento que todo el barrio estaba deseando. La calle Virgen del Socorro se convertía en un campo de batalla donde no había bandos. Un todos contra todos que divertía a los pequeños y que transportaba a su niñez a los más mayores.
Allí nadie salía seco. Ni siquiera el alcalde Luis Barcala. La llamada a la «poalà» procedió con la salida a la calle de un gran número de personas poseedoras de cubos llenos de agua. Cualquier ser que pasase por allí, fuera o no parte de la contienda bélica, acababa bañado. Era una premisa extendida entre los presentes: nadie podía salir ileso. Una celebración simple que sirvió para sacar unas risas al Raval Roig, que nunca están de más, marcando la diferencia en unas fiestas que llegaban a su fin.