Aunque estamos más que acostumbrados a ver al actor Daniel Craig participando en escenas de sexo por exigencias del guion, ninguna de las que aparecen en sus cinco películas de la saga James Bond está tan pringosa de sudor, saliva y otros fluidos corporales como las que interpreta en ‘Queer’. “Todo el mundo sabe que a la hora de rodar ese tipo de escenas no hay ninguna intimidad, pero en todo caso, intentamos que resultaran tan conmovedoras y realistas como fuera posible”, ha explicado hoy el actor en la Mostra, donde la película compite por el León de Oro. “Y, sobre todo, intentamos divertirnos filmándolas”.
‘Queer’ ha sido dirigida por el italiano Luca Guadagnino, cuya filmografía -en la que se incluyen títulos como ‘Cegados por el sol’ (2015), ‘Call Me By Your Name’ (2017) o la reciente ‘Rivales’ (2023)- funciona como detallada deconstrucción del deseo. Es posible que ningún otro cineasta actual tenga su capacidad para convertir la esencia del anhelo, romántico o puramente carnal, en algo tangible: sus películas casi pueden ser tocadas y hasta despiden olores, algunos más agradables que otros. Y, en la nueva película, el deseo es una fuerza tan intensa que empuja a su protagonista a la jungla ecuatoriana en busca de la ayahuasca, droga de la que espera obtener poderes telepáticos con los que leer la mente del joven que lo obsesiona.
‘Queer’ está basada en la novela corta homónima que William S. Burroughs escribió a principios de los 50, mientras estaba en espera de juicio por el asesinato de Joan Vollmer, y no se publicó hasta 1985. Para escribirla se inspiró en su relación con Adelbert Lewis Marker, un exmarine a quien conoció mientras permanecía en Ciudad de México, dedicado exclusivamente a aplacar su alcoholismo, su adicción a su heroína y su lujuria. Craig no comete el error de personificar al Burroughs maduro, aquel tipo de voz seca y actitud hostil que a partir de los 80 se confirmó como icono de la cultura pop; su versión es un tipo más joven, que aún no ha publicado la novela considerada oficialmente su obra maestra, ‘El almuerzo desnudo’, y que vive a merced no solo de sus instintos sino también de su vulnerabilidad y su incorregible romanticismo. Es una interpretación magnífica.
Por lo que respecta a la película que la rodea, resulta mucho menos efectiva desde un punto de vista puramente argumental que a la hora de deslumbranos con algunas de sus decisiones estilísticas y virguerías formales -un paseo a cámara lenta por las calles de la ciudad al ritmo del ‘Come As You Are’ de Nirvana, una escena alucinógena en la que dos hombres vomitan sus corazones y, poco después, literalmente funden tanto sus cuerpos como sus espíritus- y a la de permitir que Guadagnino nos sumerja en los rincones más sórdidos de la capital mexicana, o nos instruya sobre la forma adecuada de preparar un chute. “Soy un caballero que se va a la cama muy temprano y que nunca se ha drogado ni fumado un cigarrillo, y que puede contar todos sus amantes con los dedos de las manos”, ha explicado el italiano para explicar por qué decidió hacer ‘Queer’. “Me encanta asegurarme de que incluso las personas de comportamientos más dudosos son representadas en pantalla de forma justa”.
La otra de las obras aspirantes al León de Oro presentadas hoy es el primer largometraje en casi una década de Athina Rachel Tsangari, cineasta griega en su día convertida en una de las cabezas visibles de la Nueva Ola de Cine Griego -la otra, claro, fue Yorgos Lanthimos- gracias a su segundo trabajo, ‘Attenberg’ (2010). Primera película de su carrera rodada en inglés, ‘Harvest’ presenta una versión atenuada del humor absurdo y el gusto por lo bizarro que definen su filmografía previa para situarse en un momento histórico indeterminado entre mediados del siglo XVII y mediados del XIX, en el seno de una comunidad granjera que parece funcionar de acuerdo a un modelo socialista de convivencia y que se ve violentamente sacudida por la irrupción en escena del heredero oficial del territorio, que tiene una serie de ideas no precisamente comunistas para sacarle provecho económico.
Se trata de una obra diseñada deliberadamente para incomodar al espectador, en cuanto que lo arroja al centro de un paisaje tan bello como lúgubre y mugriento y que lo envuelve de una atmósfera genuinamente claustrofóbica pese a que su acción transcurre en su mayoría al aire libre. Y la sensación de desconcierto que la película genera tanto de ese modo -como negándoles verdadera especificidad a buena parte de sus personajes- contribuye a dotar de eficacia la metáfora a la que recurre para recordarnos que los virus que azotaban a la humanidad entonces -la toxicidad del patriarcado, la xenofobia, la crueldad del capitalismo– siguen causando estragos. Tsangari cierra ‘Harvest’ con una dedicatoria a sus propios abuelos, residentes en Grecia, “cuyas tierras de cultivo ahora son una autopista”. Pues eso.