De cadáver político a comenzar a remontar en las encuestas. El primer ministro israelí Benjamin Netanyahu vuelve a demostrar una vez más que es un auténtico superviviente tras un año y medio inmerso en su mayor crisis de prestigio, primero por su polémica reforma judicial y desde el pasado octubre por una cruenta guerra que ya se ha cobrado más de 40.000 muertos y 93.468 heridos en la Franja de Gaza.
Ni la presión internacional ni las multitudinarias protestas semanales en las calles de Israel han hecho ceder a Netanyahu un milímetro en su determinación de no poner fin al conflicto hasta lograr la «completa erradicación» de Hamás. Su Gobierno sigue sin alcanzar un alto el fuego que ponga fin a casi once meses de ofensiva y al riesgo de una peligrosa escalada regional y, sobre todo, que conduzca al regreso a casa del poco más del centenar de rehenes, 109, que se calcula que permanecen en manos del grupo terrorista en el enclave palestino.
Sin embargo, nada de ello parece pasarle factura. Y es que pese a hundirse su popularidad en los primeros meses de guerra, algo está cambiando esta tendencia desde el pasado abril. La amenaza permanente de Irán y su «mano de hierro» contra sus principales milicias proxy -Hamás, Hezbolá o los rebeldes hutíes-, como el ataque preventivo de este domingo en Líbano, vuelven a situar al primer ministro israelí como favorito para gobernar el país, pese a que sigue sin lograr sus principales objetivos en la Franja de Gaza.
La caída en picado del respaldo popular a Netanyahu se materializó inmediatamente en los meses posteriores al inicio del conflicto. Su partido, el Likud, que ya arrastraba un fuerte deterioro como consecuencia de la impopular reforma judicial que desató manifestaciones masivas en todo el país, se hundía en todas las encuestas.
Como muestra de esta debacle, un sondeo del pasado diciembre publicado por el diario Maariv revelaba que el Likud de Netanyahu, que cuenta actualmente con 32 de los 120 escaños de la Kneset (el Parlamento israelí) se dejaba el 47% de su representación y caía hasta los 17 diputados. Mientras la coalición opositora Partido de Unidad Nacional de Benny Gantz escalaba de 12 a 38 escaños.
Buena parte de este desplome respondía a que un amplio sector de la población señalaba al primer ministro como principal responsable de los fallos de seguridad e inteligencia en el día más oscuro de la historia de Israel, el 7 de octubre del año pasado. Una jornada traumática en la que una serie de atentados perpetrados por Hamás segó las vidas de casi 1.200 israelíes, en su mayoría civiles, y 253 fueron secuestrados y llevados a la Franja. «Este ataque es como el 11-S y Pearl Harbor en uno», llegó a afirmar entonces el portavoz del Ejército israelí, Jonathan Conricus.
Con el país bajo conmoción, casi nadie en Israel cuestionó la rápida respuesta de su Gobierno. «Ciudadanos de Israel, estamos en guerra y la ganaremos«, prometió Netanyahu, al tiempo que el Ejército hebreo atacaba distintas posiciones en la Franja. Incluso los rivales políticos dejaron a un lado sus diferencias ante la grave crisis. El líder de la oposición, Benny Gantz, entraba a formar parte de una suerte de Gobierno de unidad nacional en forma de Gabinete de Guerra, hoy ya disuelto ante la ausencia de un plan de acción integral para terminar el conflicto.
Casi once meses después del inicio de la contienda, ninguno de los objetivos se ha cumplido. Pese a las multitudinarias protestas semanales en las calles de las principales ciudades del país, las posibilidades de alcanzar un alto el fuego que permita la liberación de los rehenes en manos de Hamás parecen alejarse cada día más.
Los últimos rehenes vivos, cuatro, regresaron a casa el pasado 8 de junio tras una de las mayores operaciones del Ejército israelí en Gaza desde el inicio de la guerra. La semana pasada volvieron otros seis, en ataúd, tras ser recuperados sus cuerpos en un túnel a 10 metros de profundidad en la Franja. Todos ellos habían sido ejecutados de un disparo en la cabeza. Se calcula que 109 secuestrados permanecen en manos del grupo terrorista, de los cuales un tercio estarían muertos.
Pese a la falta de consecución de objetivos en el campo de batalla y la diplomacia, Netanyahu está logrando en los últimos meses lo que parecía imposible, darle la vuelta a las encuestas. Esta ‘resurrección‘ de Netanyahu en forma de remontada tiene un nombre propio y una fecha de inicio, Irán y el pasado abril.
Golpes letales a los aliados de Irán
Un sondeo publicado este viernes por el diario Maariv apunta a que, de celebrarse a día de hoy nuevas elecciones en el país, la coalición de derechas de Netanyahu lograría 52 de los 120 escaños en la Kneset, 12 menos que en la actual legislatura. El Likud se haría con 33 diputados, uno más que en la actualidad, mientras el Partido Azul y Blanco, liderado por Gantz, obtendría 30.
Esta última encuesta viene a confirmar un cambio de tendencia que empezó a vislumbrarse el pasado mayo, cuando un sondeo de la principal cadena de noticias israelí, el Canal 12, volvió a situar a Netanyahu como el candidato preferido para liderar el país frente a Gantz, un 36 % contra un 30%, respectivamente.
Y es que la amenaza constante del régimen de los ayatolás y de sus tentáculos, el llamado Eje de la Resistencia integrado por milicias como Hamás o Hezbolá, sirve de elemento aglutinador del voto en torno a Netanyahu como el mejor garante de la seguridad del país, sobre todo a raíz de varios golpes letales recientes a los aliados de Teherán.
El pasado 1 de abril un bombardeo atribuido a Israel contra un edificio consular iraní en Damasco mató a siete miembros de la Guardia Revolucionaria iraní, entre ellos a Reza Zahedi, el máximo responsable de la Fuerza Quds en Siria y Líbano.
La respuesta de Teherán no se hizo esperar. El 13 de abril lanzó más de 170 drones, 30 misiles crucero y 120 misiles balísticos contra Israel, en el primer ataque directo entre ambos países tras la Revolución Islámica de 1979. La llamada Cúpula de Hierro israelí y el respaldo de EEUU, Reino Unido, Francia y Jordania interceptaron el 99% de los artefactos.
En julio, un proyectil lanzando por Hezbolá mató a 12 menores que estaban jugando en un campo de fútbol en los Altos del Golán. Netanyahu respondió con una doble ejecución que asestó un golpe mortal a dos de los principales aliados de Irán: el líder de Hamás, Ismail Haniye, y el número dos de Hezbolá, Fuad Shukr.
Tampoco le tembló la mano al mandatario israelí después de que un dron manipulado lanzado desde Yemen llegara hasta Tel Aviv el pasado 19 de julio provocando la muerte de un civil tras estrellarse contra un edificio de viviendas. Un día después, el Ejército de Israel bombardeó posiciones de los rebeldes hutíes yemeníes en el puerto de la ciudad de Hodeida en la costa del mar Rojo, neutralizando la principal puerta de entrada de armas de Irán a la milicia yemení.
«Cualquiera que desee ver un Oriente Próximo estable y seguro debería oponerse al eje del mal de Irán y apoyar la lucha de Israel contra Irán y sus metástasis: tanto en Yemen, tanto en Gaza como en el Líbano, en todas partes», proclamó aquel día el primer ministro israelí.
En esta estrategia de autodefensa se enmarca el bombardeo preventivo este domingo de posiciones de Hezbolá en Líbano tras detectarse que el grupo terrorista estaba preparando miles de lanzacohetes y plataformas para el lanzamiento de misiles con el que atacar a Israel.
«Estamos decididos a hacer todo lo posible para proteger nuestro país, devolver a los residentes del norte sanos y salvos a sus hogares y seguir manteniendo una regla simple: quien nos haga daño, nosotros le haremos daño«, advirtió este domingo Netanyahu a Irán y sus aliados. Un férreo discurso que, al menos de momento, parece darle un balón de oxígeno en las encuestas y sondeos de opinión, además de materializarse en letales golpes a los diferentes enemigos del Estado hebreo.