China prohibirá la exportación de drones que puedan ser utilizados con fines militares o terroristas. No le falta buena fe a la medida ni dudas sobre su eficacia. ¿Qué dron es inocuo si basta atarle un explosivo al más pedestre para convertirlo en un misil teledirigido? ¿Y cómo evitar que los drones del mayor productor del mundo acaben en ejércitos que los anhelan con cadenas de suministro cada día más enrevesadas? El masivo uso de sus drones en Ucrania sienta una certeza: en la historia de la aviación, tercamente liderada durante más de un siglo por Estados Unidos, China se ha hecho con uno de los sectores más prometedores, nacido como un divertimento y decisivo ya en las guerras.
Los firmantes del documento subrayan su enjundia: El Ministerio de Comercio, las Aduanas chinas y el Ejército de Liberación Popular. Entrará en vigor en septiembre y llega después de la visita a Pekín del ministro de Exteriores ucraniano, Dmytro Kuleba, y de tercas acusaciones estadounidenses sobre el supuesto envío de China a Rusia de tecnología dual que ambas han desmentido. “El Gobierno chino apoya a las compañías nacionales que exportan drones en el área civil y se opone a que estos puedan ser usados con fines no pacíficos”, reza el comunicado. Y, en alusión oblicua a Washington, continúa: “Nos oponemos a la imposición de sanciones ilegales a compañías y particulares chinos por determinados países con la excusa de la proliferación de drones militares”.
El listado incluye aquellos con tecnología más útil en la batalla como imágenes infrarrojas, guía por láser, medición inercial de alta precisión o autonomía superior a 50 kilómetros. También están restringidas las consolas que controlan más de 10 drones al mismo tiempo o las que bloquean las señales de los situados a más de cinco kilómetros. La directiva, que amplía prohibiciones aprobadas el pasado año, sienta la voluntad china de que sus drones no alimenten la guerra, en contraste con el incesante envío de armas occidentales hacia Ucrania. “China continuará examinando la situación y ajustando las regulaciones sobre exportaciones de drones”, aseguraba esta semana la prensa oficial.
Dominio del mercado
Muchos lamentos en cancillerías occidentales y denuncias en la prensa ha causado que las tropas rusas usen drones chinos y muy poco se ha hablado de que las ucranianas los usen tanto o más. China domina el mercado de los drones civiles sin competencia. Su industria rozó en 2023 los 23.000 millones de dólares tras un aumento anual del 40%. El gigante JDI, con sede en Shenzhen, despacha el 70% de los drones civiles del mundo. Irán y Turquía se han especializado en complejos drones militares pero nadie supera a China en los pequeños, baratos y funcionales. Son los más buscados por Ejércitos con una febril necesidad de renovar existencias. El ucraniano pierde unos 10.000 mensuales, según el think tank Royal United Services Institute.
Los esfuerzos chinos para frenar el caudal no han sido escasos. DJI cerró sus tiendas en Rusia y Ucrania y detuvo sus ventas directas. También prohíbe a sus distribuidores que coloquen los drones a consumidores radicados en los países combatientes. La lógica de la oferta y la demanda arruina los cortafuegos. Moscú y Kiev los consiguen a través de gobiernos aliados. Los principales compradores de drones chinos el pasado año fueron Holanda, Estados Unidos y Dinamarca, según los datos de aduanas. Rusia figura en el puesto 130.
Tras cada actualización de ‘software’ de JDI, los ingenieros castrenses intercambian en chats los trucos para romper sus protecciones de seguridad y adecuarlos al combate. “Nunca hemos diseñado, desarrollado ni fabricado material militar. Nunca hemos adaptado nuestros productos ni perseguido oportunidades de negocio en operaciones de combate. Nunca hemos vendido productos para la guerra a ningún país”, ha señalado la empresa china. No importan los esfuerzos de China y de sus fabricantes: mientras siga la demanda militar y las escasas alternativas de mercado, sus drones seguirán sobrevolando Ucrania.