Silvia nace en 1976 dentro de «una familia religiosa comprometida socialmente con quienes —sus padres y dos hermanos de igual nombre, Juan Antonio y Elvira— aprendí los valores de la solidaridad y la generosidad; creo que somos un poco resultado de lo que aprendemos en casa; si ves a tu padre involucrado con su entorno y a tu madre volcada en la parroquia —Inmaculada de El Pla— aprendes que ‘gastar la vida por los demás’ —en expresión del periodista y jesuita español Lluis Espinal, asesinado en Bolivia por defender la justicia social— es una opción». Al terminar Trabajo Social, y tras formar parte de la Plataforma contra la Pobreza de Alicante, se marcha tres meses a Guatemala, a conocer de cerca lo que sería su futuro. Al regresar, cursó Misionología durante un año en Ocasha-CCC —Laicado Misionero, Cristianos con el Sur—; ya estaba preparada.
El siglo XX terminaba y monseñor Ángel Garachana, obispo de la diócesis de San Pedro Sula, llega a Madrid solicitando un equipo misionero porque «había chavales ‘en la calle’ conviviendo con maras y pandillas, estructuras donde es imposible meterse y salir entera; surgen cuando la gente no tiene trabajo, malvive, y tiene que buscarse la vida; ahí está el narcotráfico, detrás están las Fuerzas Armadas, políticos, Policía…». Así nació Paso a Paso en 2002, el 24 de marzo, en memoria del salvadoreño Monseñor Romero —también asesinado por defender los derechos humanos— «porque creo que la suya es la Iglesia que necesita el pueblo. Mucha gente piensa que ser de la Iglesia católica es estar todo el día rezando; por supuesto, hay que rezar, la fe te ayuda a no perder la esperanza. Creo que la vida es sagrada, a mí la religión me hace libre».
Conversamos una calurosa mañana de julio en la sede alicantina de Manos Unidas, una de las asociaciones que apoyan este programa socioeducativo de desarrollo comunitario. «Apostamos para que tengan oportunidades de trabajo y formación, no solo académica. Nos preocupa que entiendan que han venido a la vida para que ésta sea digna». Desde su fundación, Paso a Paso, galardonada en 2023 con el Premio Derechos Humanos de la asociación italiana Operation Daywork, está coordinado por la alicantina Silvia Heredia, paladina de la justicia social, quien cree «que la Tierra es la casa de todos». Habla rápido y termina sus frases con «¿entendés?», para que sus explicaciones queden claras, que ya bastantes laberintos hay en la Rivera Hernández —contabiliza los más altos índices de inseguridad y violencia de Honduras—, municipio al que apoyan con un programa de alfabetización para «más de 100 mujeres cada trimestre; esto es alucinante, para mí la educación abre tu mente».
Silvia cuenta que Paso a Paso «es una gran comunidad, solas no hacemos nada. No hay fórmulas, es esfuerzo, constancia, creer que se puede. Paso a Paso, que también recibe respaldo económico de Cantero de Letur, Coni Lustenberger —voluntaria suiza—, Diócesis de Orihuela-Alicante, Hermandad Obrera de Acción Católica y la parroquia Inmaculada de El Pla, es asambleario —las normas son puestas por el equipo, las mujeres y los menores—, coordinado por Faustino Martínez; la cabeza es el Consejo del Buen Vivir, encargados de evaluar y desechar lo que no funciona. Por supuesto, sé que estoy ahí porque Dios quiere, no es magia. Te salvas en comunidad con las mujeres». La formación en Paso a Paso está basada en la educación liberadora propuesta por el pedagogo brasileño Paulo Freire encaminada a educar para transformar. Este proyecto tiene cinco ejes: Educación; Feminismo —todos son iguales, de 10-16 años aprenden a cocinar, barrer, limpiar, cuidar…—; Bienes naturales; el «Buentrato» —siguiendo el modelo de convivencia de la psicóloga valenciana Fina Sainz—, que primen las relaciones amables entre las personas y se cuide el medio; y No violencia. Admiro al equipo educativo —once personas—; yo elegí esta misión, pero ocho —Carolina, Leti, Karina, Kerlyn, Mariela, Maura, Nelson y Tatiana— que nacieron y crecieron en Paso a Paso, fueron a la universidad y, pudiendo haberse ido, regresaron para apoyarnos. Su compromiso es grande y se convierten en referentes para todos».
«En esta ‘familia’ las mujeres colaboran en todas las tareas; odiamos el ‘asistencialismo’; se atiende a más de 200 menores al día de entre 5 y 18 años, que realizan dos comidas en el centro; están por la mañana o por la tarde, como complemento socioeducativo a la escuela; tienen actividades educativas y lúdicas, y formamos parte de Uremu, proyecto hondureño de formación musical gratuita para que, durante la niñez, cultiven arte y se alejen del entorno conflictivo». En 2013, explica Silvia, «nace la Cooperativa ‘Sueños a mano’; comenzó como grupo de costura y en la actualidad también producimos desinfectantes, productos lácteos y vendemos café. Son casi 70 mujeres desechadas del sistema laboral; al cumplir 35 son descartadas de las maquilas —fábricas textiles— donde son explotadas desde los 18 años». Además, «hay una tienda para comprar el producto básico más barato, 17 huertos solidarios, gallinas y una pequeña caja de ahorros. Los beneficios se reparten cada mes; estas mujeres también tienen derecho a ser felices y gastar o invertir lo que ganan en lo que quieran. Por muchísimos años las mujeres hemos sido invisibles y en Honduras todavía siguen siéndolo; a diferencia de otros países europeos donde existen más oportunidades, la mujer hondureña tiene una realidad que a veces no le permite elegir porque a los quince años ya está embarazada». Honduras tiene un alto índice de feminicidios, según un estudio reciente de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito; «el Estado nos ve como seres de segunda categoría».
Quiere Silvia terminar con un canto a la alegría diaria, reivindicar la ternura, agradecer «el regalo de ser mujer, aunque sea consciente de que lo tenemos más difícil», mostrar «agradecimiento a las mujeres que encontró en su camino y admiración hacia las mujeres de Paso a Paso por su generosidad y capacidad de cuidar y compartir».