La otra noche, en un programa nocturno de la radio al que telefonea la gente para hablar de sus cosas, un hombre contó que un día, a eso de las tres de la mañana, había sentido sed y se había levantado para ir a la cocina. Tras abandonar el dormitorio, advirtió con sorpresa que aquel pasillo no era el de su casa. Dudó si regresar a la habitación, pero confió en que el pasillo extraño acabara convirtiéndose en el suyo si persistía en él. Lo que ocurrió, sin embargo, es que fue él quien se convirtió en otro, en otro que sí reconocía el pasillo como propio. De hecho, lo recorrió hasta la cocina para prepararse una infusión de manzanilla con anís, a la que era muy aficionado ese otro en el que se había convertido.
-¿Pero usted cómo sabía que era otro? -preguntó la locutora.
–Porque guardaba un ligero recuerdo del que había sido antes -respondió el hombre -y que enseguida volví a ser, pues al regresar a la habitación el pasillo volvió a ser el de antes y yo también.
La locutora dudó si colgarle, pero siguió dándole cuerda.
-Lo mejor -continuó el sujeto- es que, por la mañana, al salir de casa para trabajar, coincidí en el ascensor con el tipo en el que me había convertido durante la noche, un vecino que llevaba poco tiempo en el edificio y con el que aún no había coincidido.
-¿Y cómo supo que usted había sido él durante una rato de aquella noche?
–Por mera intuición. Si tú has sido otro y te cruzas con ese otro que has sido, lo reconoces al instante.
Hubo un momento de silencio durante el que alguien tosió en el estudio.
-¿Y al final qué? -preguntó la locutora.
-Pues bien -continuó el individuo-, durante los días siguientes hice amistad con el vecino hasta lograr que me invitara a entrar en su casa. ¿Y sabe qué?
-¿Qué?
-Pues que tanto el pasillo como la cocina eran los que vi en la noche de la manzanilla con anís, que fue también lo que me ofreció el vecino.
-Pues muy bien -concluyó la locutora.
–Me importa una mierda que no se lo crea -respondió el oyente antes de colgar.