Guadalupe Nettel, posiblemente la más reconocida de las autoras mexicanas en un país donde van sobrados de escritoras excelentes, vivió tres años y medio en Barcelona. Era joven y se encaprichó de un piso en Gràcia, en la calle Carolines, que finalmente no pudo llegar a alquilar. Ese deseo frustrado le llevó a pensar en la vida que hubiera podido llevar de haber vivido allí y de ahí surgió un cuento, el primero que escribió de su última colección de relatos. “Entonces era joven y libre y cada vez que regreso a la ciudad siento nostalgia de aquel tiempo”. El cuento resultante, ‘La vida en otra parte’, no solo le da una nueva vuelta al viejo tema del doble que a Nettel siempre le ha interesado sino que, ambientado en el mundo teatral barcelonés, utiliza al director de escena Àlex Rigola como extra en la historia. En la editorial prometen enviarle un ejemplar.
El relato es también el kilómetro cero del volumen, a partir del cual se trenzaron ocho cuentos que fueron creciendo a partir de la idea que los aglutina y da título, ‘Los divagantes’ (Anagrama) por los albatros divagantes, ejemplares de aves marinas que, a diferencia de sus ordenados y aburridos congéneres y sin que se sepa bien por qué, acaban perdidos en geografías extrañas para ellos.
El confinamiento como control
En cierta manera, el libro está atravesado por la reciente experiencia del confinamiento, como punto de inflexión, aunque solo dos de los relatos aborden directamente el tema. “Estos cuentos tienen que ver con la rabia y la incertidumbre de entonces pero también por su consecuencia, la pérdida de brújula que supuso para todos. Ahora no sabemos cómo va el mundo y en ese sentido nos hemos convertido todos en divagantes porque ya no creemos en las cosas que antes nos daban seguridad y orientación”. En uno de los dos relatos, la autora aventura una distopía que ilustra cómo se puede controlar más fácilmente a la población si se la encierra en su casa. “Es una metáfora, claro está, pero sí ejemplifica nuestros miedos ahora que no sabemos si las imágenes que se nos presentan o las noticias que se publican son verdaderas o falsas, algo que está alimentando una gran desconfianza en nuestros gobiernos”.
El universo habitual de la autora es fácilmente reconocible, marcado siempre por una sensación de irrealidad que apunta a las inseguridades y los miedos de sus personajes y que sitúa sus tramas a un paso de las historias fantásticas. En ‘Los divagantes’, una cita de Anaïs Nin, ya apunta a ese tono impreciso y atmosférico, fuertemente subjetivo: “No vemos las cosas como son. Sino que las vemos como somos”. A eso hay que añadir una cierta perspectiva telúrica de los pueblos originarios mexicanos que la autora ha adoptado en muchas ocasiones y que aquí puede detectarse en la idea de que los animales son el espejo de lo que somos, como especie humana. “Estos pueblos nunca han establecido diferencias entre humanos y animales, entre naturaleza y civilización y es algo que yo también siento, que somos animales pero en cautiverio, porque históricamente el ser humano se pasó muchos milenios como errante antes de que empezaran sus primeros asentamientos y eso está en el ADN de la humanidad».