Martina Terré no regala sonrisas. No hubo nadadora más seria que ella cuando las jugadoras fueron presentadas, una a una, en la piscina de La Défense. Unas dibujaban corazones, otras saludaban con las dos manos, o incluso hubo quien lanzó algún beso. Terré, no. Siempre tan concentrada, siempre dando vueltas a sus cosas. Por ejemplo, a preparar el partido de su vida. A soñar despierta con una exhibición apoteósica. Una victoria contra Australia (9-11) que entra a formar parte para siempre de la historia del deporte español.
La selección española femenina de waterpolo corrigió por fin un destino tantas veces cruel, y alcanzó por fin el oro por el que llevaba más de una década luchando. Laura Ester, quien más consejos dio siempre a su sucesora en la portería, lloraba desconsoladamente en el banquillo. Fue el éxito de la vieja guardia de ‘Pajarito’, de Maica García, de Pili Peña, de Anni Espar; que no se fueron hasta convencer a sus herederas de que la gloria, ahora sí, sería posible. Los martillazos de Bea Ortiz (cuatro goles) complementaron las paradas de una Martina Terré (15 paradas, 63% de acierto) que homenajeó a su manera a otro de los héroes de Atlanta, el fallecido Jesús Rollán.
Hilo conductor
Aunque sólo fuera por el recuerdo, Australia se presentaba como un rival mucho más agradecido que Estados Unidos, la eterna frontera, esa triple campeona olímpica que había apartado a España del oro dos veces y eliminada en semifinales por las ‘aussies’. Australia, sí, fue quien capituló ante las españolas cuando conquistaron su primer Mundial en las piscinas Picornell de Barcelona en 2013. Por entonces, Anni Espar, Maica García, Pili Peña y Laura Ester, el hilo conductor hacia el firmamento, ya formaban parte de un larguísimo proyecto que inauguró una era de éxitos junto Miki Oca en el Mundial junior de Trieste (2011), y que tuvo su gran puesta en escena en los Juegos de Londres 2012 con una plata que repetiría en 2021 en Tokio.
La sonrisa de Miki Oca era luminosa. No había empezado la final de los Juegos, y el seleccionador español, que había formado parte de la selección masculina de oro en el 96, se abrazaba a sus asistentes, a sus jugadoras, quizá consciente de que aquella sería una buena manera de burlar aquellos demonios que nunca parecían irse del todo. Sin miedo al vacío. Sin los fantasmas de las finales olímpicas perdidas en Londres y Tokio.
En un partido durísimo en el que las boyas tuvieron que atizarse más que nunca -Paula Leitón, Maica García y Paula Camus se dejaron la vida en ello- y marcado por el marcaje extremo de las australianas a las lanzadoras españolas, especialmente a la cañonera Elena Ruiz (sólo pudo marcar de penalti), España edificó su triunfo en los brazos de Martina Terré. Especialista en el juego psicológico, y consciente de que es de las que intimida con la mirada, se permitió el lujo de parar incluso con las dos manos. Alice Williams y Abby Andrews, la grandes goleadora australianas, se desesperaban sin remedio ante la portera de la Vila de Gràcia.
No importó que Australia inaugurara el partido marcando de penalti. Paula Leitón respondió con un increíble lanzamiento de espaldas y Elena Ruiz, tan marcada como estaba, al menos pudo estrenar de penalti para poner por delante a España por primera vez en el marcador. Esta vez no pasó como en la semifinal contra Países Bajos, y las de Miki Oca ya no volverían a verse por detrás.
En buena medida porque Martina Terré puso ladrillos a la gloria ajena en un increíble segundo parcial. Hasta seis veces sacó los brazos la guardameta mientras las llamadas Medusas australianas (‘Aussie Stingers’) veían frente a sí un muro infranqueable. En ese cuarto sólo Maica García fue capaz de marcar un gol. Su celebración, puño al aire, hizo temblar la piscina.
Heroína
Pero al partido le faltaría aún otra heroína, Bea Ortiz. Tormento para las estadounidenses en el histórico triunfo de la fase de grupos, la jugadora de Rubí enhebró tres goles que hicieron tambalear la resistencia ‘aussie’. Primero propició el 2-5, luego el 3-6, y luego compareció la líder emocional de este equipo, Anni Espar, para colocar un 4-7 que avanzaba el desenlace.
Entre Bea Ortiz y Maica García -cómo olvidar su irrupción final en las semifinales ante las neerlandesas- acabaron por cerrar uno de los éxitos más trabajados del deporte español. Por su constancia. Por su sufrimiento en silencio. Por la incapacidad de los medios a atenderlas cuando ellas seguían ganando, tanto en la selección, como en sus clubes.
Miki Oca se tiró a la piscina. Se abrazó a sus jugadoras. Ahora, sí, podían llorar en paz.