La explosión de alegría en el Centro Acuático de Saint-Denis fue tal que las celebraciones parecían no tener fin. Antes de la ceremonia en la que el equipo español de natación artística iba a colgarse el bronce, las nadadoras llegaron a la zona de vestuarios. Y, lejos de las cámaras, se dejaron llevar. Aún más. Gritaban. Lloraban. «¡Lo conseguimos!», decían. «Somos una gran familia», admitía Blanca Toledano. Ona Carbonell las estaba esperando. Quería abrazar a quienes, 12 años después, devolvían al podio olímpico a una España que pudo vivir su gran redención.

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