Simone Biles conoce perfectamente el precio de una medalla. Alice D´Amato, la extraordinaria italiana de 21 años, le arrebató el oro en la barra y luego, la brasileña de 23 Rebeca Andrade se colgó el oro en suelo. El día previsto para entronizar a Biles fue su peor jornada en el medallero, pero una de las mejores en el espíritu que le lleva a competir: a iniciativa de su compañera Jordan Chiles, bronce, se postraron en el podio delante de la brasileña para mostrar su admiración. “Es la única que me estresa”, declaró Biles como cumplido. Simone pasó del apagón de Tokio a la luz de París con un gesto más allá del postureo, con la demostración de que el deporte eleva a las personas. Biles, sobre todo, dejó claro que quedaron atrás los problemas mentales que le llevaron a no soportar la angustia. No fue la reina anunciada en la previa, fue una gran deportista capaz de disfrutar al estar en lo más alto y demostrar humildad cuando bajó un peldaño. También Mondo Duplantis le dio un valor especial a su nuevo récord mundial de pértiga. El sueco podría haberse conformado con el oro sin atacar los 6,25 metros para optar así a un premio económico en un mitin internacional. Pero fue a por todas y regaló uno de los mejores momentos de los Juegos.

Fermín volvió a ser Terminator. En este caso 2, ya que fue la segunda vez que metió a España en otra fase, ahora en la gran final, con gol y una asistencia. El blaugrana evidenció que no solo tiene fútbol y juego sino también gol y ese tono de futbolista determinante.

Y mientras, el equipo español de basket femenino 3×3 jugó la final, tras eliminar a las cracks de EE.UU. Habían perdido frente a ellas en la previa. Aprendieron y se plantaron en la final donde acariciaron el oro y ganaron una plata gigante. Las medallas no son suerte. Son fruto del esfuerzo y de la excelencia cuando delante están los/las mejores del mundo



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