Mientras Alisa Ozhogina Ozhogin (Moscú, 31 de octubre de 2000) disecciona su vida, con una sonrisa luminosa que contrasta con su crudo relato, repara en que un insecto se acerca a este periodista. «¡Cuidado, que te va a picar un bicho!». Aun en pleno ejercicio de introspección, está en todo lo que le rodea. Es despierta. Viva. Y muy valiente. Alma, pasión y fuego del equipo español de natación sincronizada, pareja también de Iris Tió en el dúo, su historia abruma.
P. En la piscina, se le iluminan los ojos. ¿Necesita transmitir su alegría?
R. Creo que sí. Aunque tengo días de todo. Soy una persona bastante alegre, y forma parte de mi carácter expresar todas mis emociones con mucha claridad. Por ejemplo, soy incapaz de mentir. Mi cara lo dice todo. Siempre me acaban pillando [ríe]. Ahora que no queda nada para competir en los Juegos, cuanto más positiva, mejor saldrán las cosas.
P. ¿La gente solo se acuerda de ustedes cuando hay unos Juegos Olímpicos?
R. Los últimos años esto ha ido cambiando un poco, la verdad. Y bastante a mejor. Sí que es verdad que en Tokio quedamos séptimas en equipo y décimas en el dúo. Iris [Tió] y yo ni nos conocíamos antes de hacer el dúo. Competimos con parejas que llevaban toda la vida nadando juntas. Y al final lo sacamos en dos meses. Pues recibimos titulares muy duros. ‘El dúo español se hunde…’.
P. ¿Y cuando leía eso, cómo se sentía?
R. A ver, a mí no es que me diera risa, era muy desagradable. Pero era gente que ni me conocía a mí, ni me había preguntado, ni yo sabía quién lo había escrito. Me dije, yo sigo a lo mío y ya está. No les hice ni caso. Pasé. Y como la sincro española ha ido mejorando con los años, sobre todo estas últimas veces con el Mundial de Fukuoka y con el Mundial de Doha, me he sentido bastante reconocida. Queda bastante camino por recorrer. Pero, mire, estuve nominada en la gala del deporte sevillano junto a Olga Carmona e Irene Guerrero, ambas futbolistas. Y gané yo.
P. Por encima del fútbol.
R. Jolín, es que por encima del fútbol. Es que entreno en un día lo que ellas entrenan a lo mejor en una semana. Claro, la natación no es un deporte tan reconocido y yo agradecí mucho todo esto.
P. ¿Le obsesiona la medalla?
R. No, para nada, me obsesiona más no disfrutar. Sí que hay días que tengo miedo de no poder disfrutar de los Juegos, por estar demasiado concentrada o… No sé, por estar demasiado eufórica, y luego perdérmelo. No sé. Es algo único y me siento superafortunada. Quiero enseñar todo el trabajo que hemos realizado durante tantos años, y disfrutarlo yo. Porque al final hacemos sincro por nosotras.
P. Ha cambiado el sistema de puntuación. En principio, los jueces son más objetivos que antes. ¿Qué opciones tienen, tanto en equipo como en dúo?
R. Opciones… Ahora todo puede cambiar tanto… Por un lado, dices: ‘¿Quiénes son tus rivales?’. Todo el mundo. Pero por otro lado, dices: ‘¿Quién puede ganar?’ Todo el mundo también.
P. Sin Rusia, ¿hay que fijarse en China?
R. Hay cosas que hacemos nosotras mejor que China. Por ejemplo, yo qué sé, la extensión de piernas. O la expresión. Nosotras expresamos más que China. Ellas parecen robots. No considero que haya una selección muy superior , y todo el mundo tiene todas las de ganar, como todas las de perder. Lo más importante es aprovechar cada entrenamiento para ir lo más segura posible a la competición y hacer lo que toca en el momento que toca.
P. Cuénteme, ¿dónde nació?
R. Yo nací en Moscú. Sí, mi padre, mi madre, toda mi familia es rusa. Yo con ellos hablo en ruso.
P. Y vino con un año.
R. Con un año, en 2001, sí. Mi padre es músico. Y gracias a mi abuelo, que estaba en España, mi padre consiguió una audición para la Orquesta Sinfónica de Sevilla.
P. ¿Y qué toca?
R. El violín. Lo cogieron. Comenzó a trabajar en el Teatro Maestranza, en la Orquesta Sinfónica de Sevilla, y ya nos quedamos.
P. ¿No intentó inculcarle la música clásica?
R. ¡Y tanto! Empecé tocando el violín. ¡Desde los tres años!
P. Y lo dejó.
R. Uf, es que hacía todo lo posible para no tocarlo.
P. ¿Por qué?
R. No me gustaba, no me gustaba. Además, mi padre era mi profesor.
P. ¿Era exigente?
R. Recuerdo que cuando él me explicaba cosas, me dedicaba a mirar cómo salía yo en el reflejo de la televisión. Iba a mi bola totalmente. ¡Era un desastre! Me inventaba cualquier cosa. Que si tengo muchos deberes, que si tengo que ir al baño y luego me encerraba allí, me hacía la dormida para que le diera pena despertarme… Bueno, me daba monedas de un euro, y yo las coleccionaba para comprarme una Barbie. Y cuando la clase iba mal, me daba 50 céntimos. ¡Y era un escándalo eso! Tengo una de anécdotas con el violín… No me gustaba.
P. ¿Y cómo lo convenció para dejarlo?
R. Es que él lo veía. Pero mis padres nunca me han obligado a nada. Al contrario, me han apoyado, sobre todo con el tema de los estudios. No eran de los que me dijeran que tenía que sacar un 10. Porque también sabían que no me tiraba el día en el sofá, sino que estaba entrenando.
P. Y sin tradición familiar, ¿cómo se mete en la sincro?
R. Pues fue curioso. Yo probé mil actividades. Bailé sevillanas, hice inglés, tenis, lo del violín, fui al coro, patinaje. Y nada me llenaba. Siempre acababa desapuntándome. Estábamos en el coche en verano, y yo quería hacer ballet, porque claro, estaba acostumbrada a ver a mi padre tocar, pues yo quería ser bailarina. Mi madre, en cambio, quería que hiciera gimnasia rítmica, porque ella hizo de pequeña y le encantó. Mientras que mi padre apostaba por la natación. Decía: ‘Si ella no es música, pues natación, que no se la puede sacar de la piscina en verano’. Estábamos los tres allí discutiendo, que no una cosa, que no la otra… Y mi abuela materna dijo: ‘Dejad de discutir. Porque hay un tres en uno que es la sincro’.
P. Lo decidió entonces su abuela.
R. Sí, lo decidió mi abuela Svetlana. Ella murió en 2013 de un cáncer de estómago. Pero vio mis inicios de la sincro.
P. ¿La tiene en mente?
R. Y tanto. A veces me aparece en sueños… De hecho mi hermana pequeña, Eva, que nació en 2017, me recuerda mucho a ella…
P. Cuando compite, ¿en qué piensa?
R. Para mí la competición es como un gran entrenamiento en el que te pones a pruebas. Y no quiero hacer nada diferente, porque no me va a servir. Lo he probado. Cuando he pensado: ‘Tengo que ir a matar’. Mal. He muerto. He tenido fallos en la competición que no había hecho en los entrenamientos. Pensar en otra cosa diferente no me funciona. Si pienso en el entrenamiento, lo hago exactamente como en la competición.
P. Mayu, su entrenadora, se fija muchísimo en usted. La corrige. La dirige. ¿Es porque ve mucho potencial y necesita que alcance la perfección?
R. Yo quiero pensar que es por eso, nunca se lo he preguntado. Tengo un sitio bastante clave en el equipo. Muchas veces estoy en el medio, y ahí cantas. Pero siempre estoy agradecida de que me corrijan. Para mí es importante. Yo me siento superprivilegiada.
P. ¿Siempre ha sido feliz en esto? ¿O ha tenido momentos de oscuridad, de bloqueo, de decir, hasta aquí he llegado?
R. Y tanto. Y quién no. Qué deportista no. La sincro es muy dura, muy exigente. Yo me fui de casa con 14 años. Me vine a Barcelona sola y dejé a toda mi familia en Sevilla. Con 14 años, viviendo sola… Es verdad que el CAR me apoyó siempre un montón y me acogieron muy bien. Pero yo echaba de menos a mis padres, a mis amigos, a mi vida de Sevilla. Y de repente… Esto. En San Cugat me pasaba los fines de semana aquí sola. La época de adaptación fue dura. Claro que lloraba. Hubo momentos en que tuve que dejar la sincro. De hecho, entré en el CAR en 2016, y a finales de 2018 me fui. No estaba bien psicológicamente. Me tuve que ir a casa. Tuve que pasar medio año sin tocar la piscina.
P. ¿No quería volver?
R. Yo ya no estaba entrenando bien, ya no tenía ganas de hacer sincro. Era justo el primer año de Mayu como entrenadora, y tuvo bastante carga conmigo. Yo no estaba bien. Venía a los entrenamientos sin ganas. No me aprendía las coreografías. La liaba un poco… Mi comportamiento no era adecuado. Le dije a Mayu: ‘No tengo ganas de hacer sincro. No puedo más. Estoy cansada. Echo de menos a mis padres, y necesito desconectar’. Me fui a casa. Me recuperé, me estabilicé. Estuve también con una psicóloga. Y también, ya en casa, tranquila, tuve el apoyo de mis padres. No toqué una piscina en medio año. Y seis meses después, tuve la posibilidad de irme a Rusia a entrenar. Mi padre, en los campeonatos internacionales, se lleva bien con todo el mundo, tanto con los rusos como con los españoles. Y era muy amigo del padre de una nadadora rusa. Por suerte o por desgracia, en Rusia, si pagas, puedes conseguir cualquier cosa. Así que preguntamos si yo podía ir a entrenar a un club ruso. Y me dijeron que si pagaba, podía hacer lo que me diera la gana. Recaudamos los medios.
P. Se fue sola otra vez.
R. Sí, pero me quedé con mis tíos. Y conocía a todas las amigas de mi madre. También tenía amigas rusas. Conocía a bastante gente. Además, las amigas de mi madre son como mis mamis.
P. Hizo una limpieza emocional.
R. Reviví. Era todo tan diferente… Y yo me sentía diferente. Moscú es una ciudad enorme, superbonita… Yo nunca había vivido allí. Sí que había venido en verano con mi abuela a la casa de campo. Pero era pequeña. Con 17 años, reviví. Empecé a entrenar en un club con niñas pequeñas, que tenían esa ilusión que tenía yo cuando era una niña. Me la contagiaron. Tuve una buena temporada. Fui a un campeonato internacional, y quedé tercera, detrás de una rusa y una austríaca, que eran solistas. Y yo con un club. Decían: ¡Alisa, de Sevilla! Fue un año diferente…
P. ¿Por qué decidió volver?
R. Vi que había cambiado. Mi sueño siempre fue ir a unos Juegos Olímpicos y estar en la selección. Lo hablé con mis padres. Al principio tuve un poco de miedo, pero me dije: ‘Voy a probar. No pierdo nada. Si me cogen, bien. Si no, pues me voy otra vez’.
P. ¿Haber pasado por ese momento oscuro hace que ahora disfrute más?
R. Sí, sí, claro que sí. No se lo deseo a nadie. Pero aprecio muchísimo más los pequeños momentos de la vida, y lo mucho que tengo. Y sobre todo aprendes que no todo es un camino de rosas. Que incluso una campeona olímpica como Simone Biles puede tener un día malo, puede tener una depresión. Y es absolutamente normal. La vida es eso, subidas y bajadas. Somos humanos. Tenemos un deporte además tan exigente, donde la perfección no existe, porque siempre se puede más en la sincro… Y nosotras además somos chicas superdisciplinadas, nos autoexigimos muchísimo. Y no nos damos cuenta de que, ostras, somos personas y tenemos un límite. Y es absolutamente normal. Pero lo importante es que luego te levantes.
P. ¿Fue rebelde de adolescente?
R. Tuve mi época, y tanto. Justamente cuando lo estaba pasando bastante mal en el CAR, desde los 15 hasta los 17 años. Fueron los peores años. Hacía cosas que no estaban permitidas siendo menor de edad. Me pasaba de la raya. A veces me mandaban épocas a Sevilla, y la liaba. Salía con las amigas, llegaba borracha. Me metía en discusiones con mis padres. Llegué a bloquear a mis compañeras de Barcelona en redes sociales… Tuve una época bastante oscura. Pero salí de ahí.
P. ¿Es inevitable pensar en el día después? Las carreras deportivas no son muy largas.
R. No, no, yo vivo día a día. Estoy estudiando comunicación en la Universidad de La Rioja. Y tengo un título de entrenadora auxiliar, de monitora, el B2 de inglés…
P. No querrá ser periodista.
R. ¡No lo sé! Me llama mucho el tema de hablar en público. Me encantaría dar charlas, sobre toda mi vida. U organizar eventos, galas, algo así. ¡Es que incluso bodas o cumpleaños! Me encanta organizar cosas. O comentarista.
P. ¿Cómo es su habitación?
R. Tengo un piso en Sabadell. Tengo toda la habitación con cosas colgadas. De todo. Billetes de avión, carteles… Es un piso alquilado, pero voy a tener que pintar la pared entera porque la tengo llena de cosas. Soy mucho de llaveritos y souvenirs.
P. ¿Y las medallas?
R. No las tengo en las cajas, sino también colgadas en la habitación.
P. Lleva un pendiente con los aros olímpicos, un tatuaje también con los aros.
R. Sí, lo tengo aquí en la espalda. Bastante grandecito.
P. ¿Qué le dice su hermana pequeña?
R. Tiene aún seis añitos. Pero siempre me anima, me desea mucha suerte, me manda vídeos de ella haciendo sincro… ‘¡Alisa, mucha suerte!’. Y se tira al agua. [Una fina capa se desliza sobre los ojos de Alisa].
P. Es muy emocional.
R. Se me nota en la cara. Lo soy.