El amor es sabio, el odio es idiota (“Love is wise and hatred is foolish”), decía de manera implacable y convencida el gran sabio y filósofo inglés Bertrand Russell. Pero estamos en plena era neoliberal, que ha conseguido el auge y la normalización de la hostilidad, de la corrupción, de la intolerancia y del fascismo, es decir, del odio y la maldad, en nuestras vidas. Afortunadamente en Francia, con las izquierdas y fuerzas progresistas unidas en un mismo frente, le acaban de saber frenar. En otros países de Europa y del mundo está gobernando y poniendo en jaque a las democracias, cercenando los derechos humanos,  libertades colectivas e individuales, y  logros conseguidos tras la sangre y la lucha de miles de personas que nos preceden.

El odio nos lleva a la involución, a la oscuridad, al desastre. El amor es lo que nos conecta con los otros, con el conocimiento, con la tolerancia y con la alegría; con el avance y con el progreso. Y con la vida.  Nos tiene que doler lo que le pasa al otro, reza un eslogan que he visto últimamente en defensa de la empatía. Nos tiene que doler la humanidad para mejorar esto; de lo contrario caminamos hacia el desastre.. Y nos tiene que doler el otro porque, de alguna manera, el otro también es uno mismo.

Esa empatía es la que mueve a la gente comprometida con el mundo y con la vida, que no sólo se mira al ombligo, sino también mira, con mirada compasiva, a su alrededor. Es la gente con conciencia. Por eso se considera a las derechas antidemocráticas, a las extremas derechas y a los fascismos la expresión en el ámbito político de lo que, a nivel individual, es una perturbación de la personalidad que se llama psicopatía o narcisismo extremo, caracterizado por la carencia de conciencia. Y se considera que en cada dictador, en cada gurú de cualquier secta, en cada totalitario puede habitar, y de hecho casi siempre habita, una personalidad psicopática. Es algo evidente, porque ningún ser humano con conciencia es capaz de actuar como un dictador o un totalitario, ni despreciar a los vulnerables, ni perseguir o incluso asesinar a los que piensan distinto, ni de odiar a los diferentes. Por eso, parafraseando a Sandro Pertini, “Todas las ideas son respetables. El fascismo, no. No es una idea. Es la muerte de todas las ideas”.

Acabamos de saber, apenas hace unos días, que Vox se ha desvinculado de los pactos con el Partido Popular, que es el que le ha llevado a las instituciones. El motivo es que Vox no ha aceptado la acogida de 347 niños  migrantes, sin acompañantes, en el territorio nacional, siguiendo sus esquemas ideológicos xenófobos, racistas y psicopáticos. Clama al cielo. Ni una gota de compasión, de solidaridad, de empatía hacia seres humanos que sufren. Es repugnante. Se trata de una cuestión humanitaria de lo más básica. Hablamos de menores, hablamos de niños, de niños muy vulnerables. Y que algo tan absolutamente preferente y capital conlleve una confrontación política pues, la verdad, nos parece, a mí y a muchos, inverosímil, y, por supuesto, brutal y repulsivo.

Habría mucho que decir sobre el tema inmigración. España es un país de emigrantes, a otras regiones o a otros países. El mundo entero es un lugar de emigrantes, como corresponde al instinto básico de aspirar a una vida digna, o de mera supervivencia en muchos casos, cuando no es posible en el lugar de origen. No se puede pedir a un ser humano que se quede donde no se puede vivir, por guerras, por hambre, porque otros países les explotan o les mantienen en la precariedad planificada.

Estas oleadas de africanos que llegan a Europa no son otra cosa que las consecuencias patéticas de los siglos de correrías coloniales en el que es, en realidad, el continente más rico del planeta. Yo les diría a los intolerantes que recordemos todas las barbaries cometidas contra los africanos para robarles sus riquezas: las masacres de Kenya, las barbaries en Rodesia, los expolios franceses en Dakar y Costa de Marfil, las atrocidades de los belgas en el Congo, las cacerías de esclavos en Mozambique, el robo de los diamantes de Sierra Leona, con miles de niños muertos, víctimas de la codicia de los europeos; y tantos y tantos episodios de horror que les hemos hecho sufrir saqueando sus riquezas, que son muchas.

Es responsabilidad de Europa, tras siglos de explotación, de abuso, de expoliación, solucionar el problema, que no pasa por dejar las pateras perdidas en el mar sin dejarles entrar, como algunos quisieran. Se trata de solidaridad, de buscar soluciones que pasen por regular, controlar, organizar, y por supuesto, por dejar de abusarles, y por ayudarles a que vivan en situaciones dignas que no les lleven a tener que escapar de sus países. Y respetarles, y dejar de imponerles nuestros esquemas para que recuperen los suyos (quizás el peor expolio cometido contra ellos es haberles impuesto nuestras culturas, nuestros esquemas, nuestras mezquinas creencias). Nada más horrible que obligar al otro a que deje de ser quien es para convertirle en quien queramos que sea. ¿Quiénes somos nosotros para decirles que no vengan? Son humanos, son igual a nosotros. Sentimos el mismo dolor, la misma alegría, los mismos miedos. Tenemos el mismo ADN.

Coral Bravo es Doctora en Filología

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