No dejan de aparecer en las plataformas de streaming historias de diverso pelaje relacionadas con las sectas. Desde presuntos jesucristos reclutando adolescentes ingenuas para su propia satisfacción sexual, hasta gurús majarashis reclutando adeptas para su propia satisfacción sexual. O sea: hablemos de lo que hablemos, lo de las sectas suele ir de satisfacción sexual.
De hecho, podríamos acertar en el 90% de los casos al definir una secta como una agrupación devota de personas para satisfacer los instintos sexuales de un macho alfa. Incluso los Legionarios de Cristo, tan lejos de la imagen de una secta, es una organización católica fundada por quien luego resultó ser un pedófilo, heroinómano y polígamo, el tal Marcial Maciel, un protegido por Juan Pablo II.
Sabiendo como sabemos lo que son al final las sectas, sobre todo si estamos suscritos a Netflix, lo extraño es que tanta gente caiga bajo su influjo. Y es que las sectas conectan con algo muy profundo de la naturaleza humana: su atávico carácter grupal. Los homínidos primitivos evolucionaron rápidamente cuando se agruparon en hordas que vivían profundamente unidos entre ellos y despegados de otras hordas, a las que miraban con ojos hostiles. Esas hordas llenaban la vida de sus miembros, desde la cuna a la tumba, en sentido figurado. El calor del fuego unía a sus miembros y los protegía de los animales al acecho hasta el alba y la excitación de la caza en manada estrechaba los lazos mutuos de forma indeleble. Nada producía más felicidad a un individuo que sentirse parte de la horda. Y nada más doloroso y cruel que ser excluido de ella.
Como la contemplación de cualquier manada de simios nos enseña, el macho alfa de la manada tenía precedencia sexual sobre cualquier otro. Solo con su muerte o destronamiento, poco frecuente en vida, el macho alfa era sustituido por otro semental. Pero la felicidad de pertenecer a la manada seguía siendo inconmensurable, aunque fueras un macho segundón, o precisamente por ello.
Las hordas no eran sectas, pero las sectas se parecen mucho a una horda. Las hordas fueron sustituidas con el tiempo por los clanes familiares, hasta que éstos dejaron de tener un papel destacado en favor de la familia nuclear, predominante ahora. Pero nuestra naturaleza profunda añora el sentido de pertenencia y el calor humano de la horda.
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