Quien conoce un poco el mundo de la prensa sabe que hay muchas noticias o reportajes que llegan a las redacciones de los periódicos y que luego no ven la luz. Los motivos son muchos y diferentes: desde políticos a económicos, pasando por una mera cuestión de control de calidad, amistad o incluso miedo a las consecuencias. Un caso que hizo correr ríos de tinta fue el de las fotos de Lady Di en toples que se vendían por 200 millones de pesetas y que la revista ¡Hola! compró, aun a sabiendas de que no iba a utilizarlas, con la intención de proteger a la princesa.
Las instantáneas se tomaron a principios de mayo de 1994, cuando la que fuera primera esposa de Carlos de Inglaterra viajó con dos amigas a la Costa del Sol para pasar allí un relajante fin de semana. Al coger el avión en el aeropuerto de Gatwick, Diana pensó que esta vez sí lograría permanecer de incógnito, y de hecho pasó bastante desapercibida hasta llegar al apartamento que sus colegas y ella habían alquilado en una urbanización situada entre Fuengirola y Marbella, junto al club de tenis propiedad de Lew Hoad.
Después de acomodarse se dirigieron al club. Georg Guy, cliente habitual del bar del club de Hoad, terminó entablando conversación con aquel grupo de turistas británicas, que le comentaron lo descontentas que estaban con el apartamento, pues no reunía las condiciones necesarias para ellas, y le preguntaron si les podría recomendar otro sitio más cómodo en el que alojarse.
Fue entonces cuando Guy les habló del hotel Byblos, un lujoso centro de talasoterapia frecuentado por reconocidas figuras internacionales en busca de privacidad y relax. Se registraron y, según Basilio Rogado en su libro Negocios del corazón, cuatro fotógrafos de Europa Press, dos de la agencia Ares y otros tantos llegados el domingo de Madrid y de Reino Unido «se convirtieron en la sombra de la princesa durante el tiempo que duró su estancia en Mijas».
Después de jugar al tenis, deporte preferido de Diana, sus amigas y ella se dirigieron a la piscina y se dispusieron a pasar toda la mañana tomando el sol cual lagartijas.
Fotógrafos al acecho
Durante tres agotadoras jornadas, los fotógrafos intentaron hacerse con el botín más preciado. Y fue ya el tercer día, poco antes de que las tres amigas pusieran fin a su estancia en Mijas, cuando los paparazzi consiguieron su objetivo. Diego Arrabal, fotógrafo responsable de la pillada a la princesa, contó que todo fue producto de la casualidad. «[Diana] Estaba tomando el sol boca abajo, sin la parte de arriba del biquini para que no le quedaran marcas. Nunca hizo toples. En un momento determinado, ella se levantó para ir al baño y se cubrió con una toalla. Allí yo, que estaba a pocos metros de ella, le vi por un segundo los pechos, pero no pude fotografiarlo. Minutos después, volvió de la habitación, extendió la toalla para tumbarse boca abajo y ahí capté esa imagen. La foto la hice con la toalla de fondo y ella de rodillas, de frente a mí, con los dos pechos perfectamente visibles».
Dicen que Diana tenía bastante asumida la persecución constante de la que era objeto, pero eso no impidió que se pusiera hecha un basilisco cuando se enteró de la existencia de esas fotos con su pecho al descubierto, desliz que acabó convertido en asunto de Estado. Incluso comentó a sus amigas que esa invasión en su vida privada había sido «humillante como una violación». Enfados aparte, Europa Press y ¡Hola! llegaron rápidamente al acuerdo de compra de las instantáneas de la princesa tomando el sol en la piscina del Byblos pero sin incluir las del seno desnudo.
Una atractiva Diana en biquini fue portada de ¡Hola! en el número que llegó a los quioscos pocos días después de aquel jaleo. «Al final, el pacto llegó a firmarse: el leve, blanco, inocente, recatado, descuidado pecho de la princesa de Gales quedó valorado en 30 millones de pesetas (cifra oficial, según las agencias vendedoras), que se repartieron entre Europa Press y Ares», escribió Rogado.
Se cuenta que la agencia Europa Press ofreció la exclusiva a un par de diarios sensacionalistas londinenses, por alrededor de doscientos millones de pesetas, con los derechos mundiales para comercializar las fotos, y por unos cien millones si la exclusiva era solo para Reino Unido. Pero esos medios rechazaron la oferta por el elevado precio y por el miedo a las posibles consecuencias para su equipo.