En 2019 cinco vigueses (Rubén Recamán, Fernando Castro, Pablo y Jaime Moure y Pablo Domínguez) se embarcaron en un proyecto empresarial que pretendía ser un referente: el aprovechamiento del comúnmente conocido como el “escarabajo de la harina”, el Tenebrio molitor –por su perenne presencia entre los cereales le ha valido ganarse la consideración de “plaga”–, en un alimento perfecto para animales, por su valor proteico. Pero el alto contenido en quitina, presente en el caparazón de los insectos, hacía muy difícil su digestión y muy cara su producción. Así que, a partir de las heces de larvas del escarabajo crearon un abono orgánico que previene la degradación del suelo, aumenta la disponibilidad de sus nutrientes y reduce la acidez, entre otras cosas.
Quedaba pendiente el asunto del alimento rico en proteínas. En la búsqueda de soluciones, contaron con la ayuda de investigadores de la UVigo, que pronto vieron las infinitas posibilidades del escarabajo si se criaba para aprovecharlo en su fase adulta, algo que hasta ahora nadie hacía. “En todo el mundo no hay ni artículos de investigación sobre estos insectos en su etapa adulta. Las larvas centran el 80% de la producción en las granjas. Y los ejemplares adultos solo se usan para reproducción. Pero nosotros hemos visto su enorme potencial para industria”, explica el investigador Beatriz Galindo y miembro del grupo BiotecnIA, José Manuel Salgado.
Así, crearon un sistema de biorrefinado o separación de las sustancias de interés presentes en el escarabajo: proteína y ácidos grasos, ideales como aditivos naturales (estos escarabajos pueden ser la respuesta a las políticas europeas, encaminadas a la búsqueda de fuentes de proteínas alternativas para satisfacer la demanda). “Europa apuesta por los insectos como el alimento del futuro (en 2021 aprobó la comercialización del gusano de la harina para consumo humano), por su alta contenido proteico (50%), sus ácidos grasos poliinsaturados y sus aminoácidos esenciales, como los del pescado o la soja. Pero hay una barrera cultural, hay que buscar estrategias como añadirlo a barritas energéticas”, sostiene el investigador. “Con la quitina se puede fabricar biofilms para cubrir y conservar los alimentos, se usa en el proceso de clarificación de los vinos y como pesticida y fertilizante en agricultura. Y hay estudios en EEUU que apuntan a ella como sustituta del litio en las baterías”, asegura Salgado.
Escalado y rentabilidad
La empresa ya cuenta con el mérito de haber desarrollado las enzimas –necesarias en la separación de la proteína y la quitina– de manera natural, algo que por sí mismo ya es una innovación. Ahora, lo que parecía un error de cálculo se convierte en la posibilidad de hacer líder a esta empresa en el sector industrial. Ese alto contenido en quitina de los escarabajos que impidió su buen funcionamiento como alimento para animales es, sin embargo, un filón. Este polímero natural tiene aplicaciones en farmacia y cosmética, como ecoplástico, fungicida… Por eso, “estamos buscando socios industriales que quieran traccionar el proyecto. Nuestra idea es desarrollar una biorrefineria y explotar el contenido en quitina del escarabajo –21% frente al 4% de las larvas– que es la verdadera clave industrial por sus increíbles usos”, sentencia Rubén Recamán.
La empresa forma parte de un consorcio internacional donde participan otras entidades y grupos de investigación. En solo un año ha pasado de comercializar el insecto vivo a luchar por ser “una factoría donde se introduzcan escarabajos y se saquen productos de gran valor añadido para la industria”, dicen desde Galinsect, que podría alcanzar la gloria si consiguen optimizar el proceso a gran escala.