Las elecciones europeas han representado un fortalecimiento de la derecha y la extrema derecha en el Parlamento de Estrasburgo, y la pregunta ahora en quién podrá apoyarse la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, para seguir en el cargo. Desde una perspectiva sólo numérica, la cristianodemócrata alemana podría contar en principio con sus correligionarios además de con el grupo socialdemócrata y los liberales, que suman entre todos 398: la mayoría está establecida en 361. El problema, sin embargo, es que no puede estar segura de contar con todos ellos: así, en Francia, país cuyo presidente, Emmanuel Macron, fue determinante en su primer nombramiento para el puesto que ocupa, conservadores y socialistas no quieren hoy saber nada de ella.
Von der Leyen se propone hablar ahora con los Verdes, que, habiendo salido debilitados de estas elecciones, están además disgustados con el parcial abandono por la Presidenta de la agenda ecologista debido a presiones de la industria y del sector agrícola. En esas circunstancias, la cristianodemócrata no descarta tampoco cooperar con la primera ministra italiana y líder de Fratelli d’Italia, Giorgia Meloni, así como con el grupo de Conservadores y Reformistas que ella misma preside y del que forman parte, entre otros, el partido español Vox, el polaco Ley y Justicia, Demócratas de Suecia, o la Nueva Alianza Flamenca. De hacerlo, se rompería, esta vez a nivel europeo, el «cordón sanitario» con el que los partidos democráticos han intentado mantener a la extrema derecha alejada del poder y que, sin embargo, no ha funcionado a nivel nacional o regional en algunos países como el nuestro.
La única condición que parece poner von der Leyen para esa colaboración con los partidos de ultraderecha es que abandonen su euroescepticismo y sobre todo que apoyen a la OTAN y la guerra de Ucrania frente a Rusia. Y Giorgia Meloni, convertida en leal atlantista, ha sabido cumplir todo eso a la perfección, con lo que Bruselas ha absuelto a la gobernante italiana de su polémico pasado posfascista. Porque es la lealtad a la Alianza Atlántica una de las pruebas de fuego para prosperar en la UE y esquivar eventuales sanciones de Bruselas por desobediencia.
Y en eso los políticos alemanes pueden dar ejemplo: así, la ministra de Exteriores, la verde Annalena Baerbock, habla de «arruinar a Rusia»; el socialdemócrata Sigmar Gabriel, de «derrotarla» como se hizo antes con la Unión Soviética mientras que para el cristianodemócrata Roderich Kiesewtter, Rusia ha de «aprender a perder como Alemania en 1945». Tal es el tono dominante no sólo en la política, sino también en los medios de comunicación tanto privados como públicos de un país al que algunos de los vencedores de la Tercera Guerra Mundial quisieron ver para siempre desmilitarizado. n