“A largo plazo, la participación frecuente en sesiones de chemsex puede llevar al aislamiento social y a exacerbar sentimientos de soledad, exclusión o autoestima, especialmente si hay sentimientos de vergüenza o culpa asociados a estas prácticas”, explica Beatriz Álvarez, jefa asociada del Servicio de Medicina Interna de la Sección de Enfermedades Infecciosas en la Fundación Jiménez Díaz. El chemsex, por la naturaleza misma de combinar drogas psicoactivas con actividad sexual, suele dar lugar a formas complejas de dependencia. “No sólo estamos hablando de una posible dependencia química a las sustancias utilizadas sino también de una psicológica relacionada con la intensidad y la euforia de las experiencias sexuales potenciadas por estas drogas”, añade Álvarez.
“A largo plazo, la participación frecuente en sesiones de chemsex puede llevar al aislamiento social y a exacerbar sentimientos de soledad, exclusión o autoestima, especialmente si hay sentimientos de vergüenza o culpa asociados a estas prácticas”
Beatriz Álvarez, médico de la Sección de Enfermedades Infecciosas en la Fundación Jiménez Díaz.
Mateo explica que a cada persona le afecta de una manera diferente: “Hay quienes lo llevan bastante bien, pero hay personas a las que nos produce paranoia. Y depende del tiempo que llevas consumiendo, te afecta más o menos”. En cualquier caso, reconoce, todas las personas que practican chemsex y consumen Alfa acaban padeciendo un deterioro físico muy importante. Cuenta el caso de una persona que conoce, y con la que practica chemsex: “Consume constantemente. Duerme tres o cuatro horas al día, porque algunas de las drogas que consume le quitan el sueño completamente. Le he visto muy mal las últimas veces”.
Un problema complejo
El fenómeno chemsex es cada vez más frecuente en las salas de Urgencias de los hospitales. El doctor Guillermo Burillo, coordinador del Grupo de Toxicología de Sociedad Española de Medicina de Urgencias y Emergencias (SEMES), informa que alrededor del 30% de los pacientes VIH positivos lo practica, mientras que el slamming (uso añadido de drogas intravenosas) se da en el 16% de ellos. “Se calcula que la práctica del chemsex puede triplicar el riesgo de infección por VIH y hasta duplicar el riesgo de ITS como clamidia y gonorrea”, advierte.
A pesar de la escasez de datos consolidados, existe una serie de indicadores que permiten observar un incremento de la práctica de chemsex en España y, en general, del uso de sustancias en el ocio. El director de Apoyo Positivo, Jorge Garrido, afirma que esta oenegé ha aumentado un 40% los servicios globales desde 2015 para garantizar la respuesta a esta situación. Pero la realidad del chemsex es mucho más compleja que estos simples datos o el uso de drogas en las prácticas sexuales. Garrido insiste en que el problema es anterior: “El aumento del chemsex es una consecuencia, no el problema de base. Envuelve consecuencias de la violencia y discriminación ejercidas hacia determinadas personas a lo largo de su infancia y adolescencia, especialmente en hombres que tienen sexo con hombres, gays y lesbianas, personas con VIH y otras diversidades”.
“La pérdida de conciencia, la desinhibición o la euforia que produce el chemsex hace que impacte negativamente en la adherencia al TAR, produciendo fallos virológicos”
Ramón Morillo, especialista en Farmacia Hospitalaria del Hospital San Juan de Dios de Sevilla.
Por todo lo anterior, “su abordaje debe ser multidisciplinar y multidimensional”, insiste Beatriz Álvarez. La facultativa de la Jiménez Díaz se refiere a conjugar medidas que comprendan intervenciones no solo a nivel individual sino también interpersonal y comunitario. “Y, todo ello, de modo respetuoso y libre de prejuicios”, añade. Los expertos consideran que la solución, aunque compleja, pasa ineludiblemente por la concienciación y la información veraz y rigurosa sobre los riesgos de la práctica del chemsex. Y por emplear los canales y referentes que emplean sus usuarios, como las redes sociales o los personajes famosos.
De la misma opinión es María Martínez-Rebollar, médico especialista en Infecciosas del Hospital Clínic de Barcelona: “Hay personas que practican chemsex en grupo, pero hay otras que lo hacen con diferentes parejas y de manera individual con cada una, con su pareja habitual, o en solitario. Es importante que contemplemos esta diversidad a la hora del abordaje, porque todo es chemsex”. Garrido apostilla: “Urge también una reflexión profunda sobre los modelos de ocio, el abordaje de sustancias en nuestra sociedad y su implicación en la salud sexual. Y, con ello, trazar respuestas comunes e integrales, libres de estigma, accesibles, que prioricen los derechos de las personas, incluidos los derechos en salud y placer”. Y añade: “No todos los usuarios tienen un patrón adictivo”.
Sin drogas hasta los 31 años
Mateo es abiertamente homosexual desde joven. Nunca ha tenido problemas con eso. “En el instituto tienes miedo de que lo sepan, pero yo nunca he sufrido ninguna discriminación por ser homosexual. Ni en mi entorno familiar, ni con amigos”. El problema es que Mateo arrastra una depresión desde hace muchos años. “En mi infancia, no lo pasé bien… Mi padre no cumplía con su papel de padre; simplemente, trabajaba. Y cuando volvía, volvía borracho perdido. Nos insultaba. Nunca nos llegó a pegar, eso sí. Esto produjo bastante estragos en mi autoestima. Mi madre sí se preocupaba por nosotros, aunque hasta cierto punto. No permitía que hubiera mal ambiente en casa, pero es muy fría, distante. Mi madre nunca me ha dado un abrazo”, hace memoria. Piensa un segundo y añade: “Aunque ellos no saben que he caído en el consumo, actualmente son un soporte importante para mí”.
“Urge también una reflexión profunda sobre los modelos de ocio, el abordaje de sustancias en nuestra sociedad y su implicación en la salud sexual. Y, con ello, trazar respuestas comunes e integrales, libres de estigma, accesibles, que prioricen los derechos de las personas, incluidos los derechos en salud y placer”
Jorge Garrido, director de Apoyo Positivo.
Mateo tuvo una pareja estable durante nueve años. No consumía drogas. Vivían juntos. “Yo iba a estudiar, él iba a trabajar. Comía saludable, hacía ejercicio, todo lo que se pueda esperar de una vida activa. Aunque está claro que tenía muchos complejos”. En aquel tiempo, Mateo todavía acudía a terapia para luchar contra la depresión. Y le funcionaba razonablemente. Justo después de acabar sus estudios, decidió viajar un año a Inglaterra para aprender inglés. A la vuelta, encontró trabajo en un local de ocio los fines de semana, Hoy, es responsable de ese local. Lo que iba a ser algo puntual, mientras estudiaba una oposición, se convirtió en su forma de ganarse la vida. “Me gustan mi trabajo y mis compañeros. No he fallado nunca en el trabajo, pero mis compañeros me han cubierto más de una vez cuando he llegado en mal estado tras una sesión”.
La relación con su pareja se complicó tras la vuelta de Inglaterra y la pandemia de covid fue la puntilla. Se separaron. “Tenía 30 años y la situación me afectó porque yo tenía una vida construida con él en todos los sentidos”, reconoce. Hasta ese momento, nunca había probado las drogas, solo tomaba bebidas alcohólicas. “Salía mucho de fiesta y comencé, de manera puntual. Me dije: ¡uy!, esto ya son palabras mayores”. Poco después, en abril de 2023, consumió Alfa por primera vez. “No la conocía. Ni siquiera la había oído mencionar. Quedé con un chico y me ofreció. Y tuvimos sexo”. Luego, hubo varias experiencias más, de manera esporádica. Hasta que un día de fiesta entabló conversación con alguien (Mateo no quiere dar su nombre) que le invitó a su casa. “Es una de las personas más conocidas en el circuito de consumo de Alfa. Y las prácticas cada vez fueron a más, a más, a más…” Agosto de 2023: Mateo abandona la terapia porque cree sentirse “estable”, y con la autoestima “recuperada”. Y todo empieza a descontrolarse.
Descontrol en poco tiempo
El chico que le suministraba Alfa se encariña de Mateo. Ya quedan de manera continua. Desde septiembre empieza a consumir muchísimo. Todo se para cuando se entera, en octubre, de que tiene VIH: “Cuando estás malo, tampoco tienes ganas de hacer nada. Me ingresaron en el hospital un mes y medio. Salí con el convencimiento de que me iba a apartar de todo aquello”. Pero el chico volvió a contactarle. Mateo le avisó de que tenía VIH, a él pareció no importarle. “Me dijo que tomaba medicación preventiva contra el virus. Que, simplemente, quería quedar conmigo para drogarse y tener prácticas sexuales. Recaí con él, pero no con más gente; tenía miedo de que otros se infectaran mientras yo no fuera indetectable”. Se considera que una persona con VIH es indetectable cuando, gracias al tratamiento antirretroviral (TAR), tiene unos niveles del virus tan bajos que no lo transmite a otras personas, aunque realice prácticas sexuales sin protección.
Mateo comenta que, durante las sesiones, los participantes no se suelen preguntar si alguien tiene una infección de transmisión sexual (ITS) como el VIH. Se da por hecho. O llega un momento en el que ya da igual. “Simplemente, se practica sexo sin ningún tipo de precaución. Aunque tampoco te puedes fiar de lo que te dicen al principio, claro”.