El juzgado de Valencia que investigaba si la exvicepresidenta del Consell Mónica Oltra y otros empleados en la Conselleria de Igualdad maniobraron para entorpecer las diligencias abiertas contra el exmarido de Oltra por abusar de una menor (caso por el que finalmente resultó condenado y cumple pena de prisión)
de cualquier tipo de actuación ilegal. Ni hubo intentos de encubrir lo sucedido ni presión para que se protegiese al abusador. Es una buena noticia para Mónica Oltra, en particular, y para todos los ciudadanos, en general. Pero que lo sea también para Compromís, en concreto, y para la izquierda, por extensión, dependerá de cómo se gestione a partir de ahora la situación. La incapacidad para separar las emociones de las decisiones ya provocó un perjuicio enorme a la misma Oltra y a Compromís cuando se precipitaron los acontecimientos que acabaron con su dimisión. Perseverar en la estrategia supondría exponerse a ser golpeados dos veces por el mismo bumerán.
La crisis del Botànic no empezó cuando se conocieron los abusos a la menor en la conselleria que Oltra dirigía. Comenzó el mismo día en que Ximo Puig decidió anticipar las elecciones autonómicas de 2019 para hacerlas coincidir con las generales y Oltra amagó con llevar al president de la Generalitat a los tribunales. A partir de ahí, no es que se instalara la desconfianza entre los socios del Gobierno. Es que, en una escalada que nadie supo detener, lo que se consolidó fue la sospecha y el rencor.
Cualquiera que repase las hemerotecas comprobará que durante la pandemia fue frecuente que la vicepresidenta, ejerciendo de portavoz del Consell, saliera a enmendarle la plana ante las cámaras al president. En medio de la peor crisis a la que ningún gobierno había tenido que enfrentarse, mientras Mazón trataba de imponer a los suyos desde la Diputación de Alicante un perfil bajo entendiendo que otra cosa, en ese momento, no era inteligente, Oltra no cesó de subir el diapasón hasta llegar al punto álgido de aquella conferencia de prensa en la que afirmó que ella era la que defendía los intereses y el bienestar de los ciudadanos, sabiendo que la frase se iba a leer al revés: que era Puig quien no los protegía. Se convirtió en una costumbre, por otra parte, que los presupuestos de la Generalitat no se aprobaran nunca sin que Oltra no mantuviera en vilo hasta el último minuto las negociaciones, con graves acusaciones de por medio a sus socios de gobierno socialistas y llamativos desaires a los terceros en discordia en aquel Consell, digo de Podemos, a los que sistemáticamente ninguneó. Había una competencia política feroz entre los tres socios del Ejecutivo autonómico. Pero sobre todo entre el PSPV y Compromís latía siempre por debajo una pugna personalista que hacía aún más difícil la convivencia.
Y entonces, cuando todo estaba ya envenenado, se produjo el estallido. Y claro que algunos de los personajes más siniestros de la ultraderecha valenciana aprovecharon la circunstancia. Pero si pudieron hacerlo es porque ni Mónica Oltra ni la célula talibán en que sus equipos se habían convertido supieron gestionar el problema objetivo que se les venía encima. Un cuidador había sido acusado de abusar de una menor tutelada por la Conselleria de Igualdad. La consellera titular del departamento era Mónica Oltra y el abusador su exmarido, con quien aún convivía. Todavía hoy cuesta comprender qué parte no entendieron de la bomba nuclear a la que se enfrentaban. Claro que no se trataba de que la consellera tuviera implicación ninguna en los abusos. Por supuesto que la circunstancia de que fuera su exmarido el acusado no conllevaba ni mayor ni menor responsabilidad. Aunque baste con cambiar la adscripción de los protagonistas, pensar que consellera y monitor fueran del PP y Compromís hubiera estado en la oposición con Mónica Oltra de portavoz, para comprender el fariseísmo con que estos temas se conducen. Pero si había que investigar unos hechos ocurridos en la conselleria de Mónica Oltra y cometidos por el exmarido de Mónica Oltra, era de sentido común que Mónica Oltra tenía que apartarse desde el primer minuto. Insisto: no como asunción de responsabilidad alguna, sino en aras a la transparencia que con razón ella misma tanto había reivindicado a lo largo de su carrera. Para que no pudiera pensarse, de ninguna manera, que su permanencia al frente de la conselleria podía condicionar, directa o indirectamente, las acciones de los funcionarios o de los investigadores. No sólo no lo hizo. Al contrario: incrementó hasta la extenuación la confusión entre lo personal y lo político. La factura pagada por ello fue carísima.
La rehabilitación política no es algo que se merezca o se deje de merecer. Es algo que se tiene que ganar
Lo que vino fueron unos meses terribles. En lo personal, para ella y para muchos de sus compañeros, algunos de los cuales, amigos de años, siguen hoy sin hablarse. Y en lo político, para todos. Las consellerias dependientes de Compromís, que no habían sido hasta entonces un ejemplo de eficacia, se paralizaron casi por completo. Los plenos del Consell se celebraron en medio de grandes tensiones. Se cruzaron, por parte de los equipos de unos y otros, acusaciones de la mayor bajeza. Compromís se vino abajo. Imposible razonar. Todo era, lo dije antes, emocional: sólo se podía estar con Mónica, cualquier matiz era alta traición. Se ha acusado estos días repetidamente a Ximo Puig, por parte de los muyahidines que entonces la jaleaban, de haberla dejado caer. No es cierto. Es al contrario. Puig estuvo aguantando semanas la presión de su entorno más cercano para que la destituyera y no consintió en hacerlo a pesar de lo insostenible de la situación.
¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? Dicen ahora que la causa última de que Mazón presida la Generalitat, en asociación con Vox, y el Botànic esté en la oposición, está en la defenestración de Mónica Oltra. No diré que no tuvo incidencia en el resultado final. Pero pensar que eso fue lo decisivo es ignorar la realidad. El PSPV contó con la inestimable ayuda de Pedro Sánchez para arruinar sus expectativas. Y a pesar de eso creció en apoyos, aunque no fue suficiente. Y Compromís se estaba desintegrando como coalición ya mucho antes de que Mónica Oltra se despeñara.
Lo que se ha lanzado es la campaña ‘Recuperem a Mónica’. Y es normal, previsible y legítimo. ¿Qué otra cosa puede hacer Compromís que reivindicar, con la mayor de las fuerzas posibles, a quien fue su líder más carismática? Pero, vuelvo al principio de este artículo, más vale que lo haga con inteligencia y sin confundir emociones con decisiones, para no volver a tropezar con la misma piedra. La rehabilitación judicial de Mónica Oltra ya se ha producido, precisamente en sede judicial. No se puede enfatizar la resolución por la que se archiva la causa y al mismo tiempo tachar de lawfare la apertura del procedimiento. O la justicia es fiable en todo o no lo es en nada. Y la rehabilitación personal de Mónica Oltra, después del daño padecido, es cosa de ella, porque sólo ella puede restañar las heridas que todo esto le haya causado. Pero, y ahí vamos a lo que públicamente interesa, la rehabilitación política no es algo que se merezca o se deje de merecer. Es algo que se tiene que ganar. Mónica Oltra lleva como pocos la política en el adn y es un activo importante de la izquierda. Pero sólo si demuestra que ha aprendido de los errores. Si no, lo único que harán, ella y los suyos, será remover la charca. Y eso siempre deja manchas, más difíciles de limpiar cuanto más se manosean.