Toda la cristiandad ha dado por hecho que la última cena fue en Jerusalén, pero se equivocan, en realidad fue en Gibraltar. concretamente el 24 de junio de 1592. Me explico:
En el siglo XVI hubo un cronista, peculiar como pocos. Un adinerado alcarreño (de Almonacid de Zorita para más señas) que se dedicó a recopilar todas las noticias curiosas que llegaban a sus manos. Martín Escudero, que así se llamaba, tomó nota de la política, de la economía, de la meteorología… y también de los sucesos más truculentos.
Primeras páginas de la Relación de casos notables escrito por Martín Escudero.
Tan variado fue su repertorio que resulta una delicia leer su ‘Relación de casos notables’, entre cuyas noticias encontramos la que nos lleva a Gibraltar en el año 1592. Allí, se personaron Jesucristo, los doce apóstoles y, por si fuera poco, el mismísimo Satanás.
Toda esta historia comienza en una venta, llamada “la Torre” a cuatro leguas de Gibraltar, una especie de hotel de carretera regentado por un matrimonio sin hijos que afanosamente trataba de educar a un sobrino para que heredase aquel próspero negocio.
Sin embargo el joven demostró más afecto por la fortuna que por sus parientes, y de esta manera se lamentaba de que su tío no se hubiese muerto ya con frases del estilo: “Oh este viejo belcebú más vida tiene que todo el mundo junto”.
Como bien narró Cervantes, las ventas eran establecimientos donde ocurrían todo tipo de peripecias.
A tanto llegó la codicia del muchacho que trazó un disparatado plan. Se compinchó con unos amigos vaqueros para saquear el establecimiento aprovechando que su tía se quedaba sola. Eso si, sin un ápice de violencia.
Esa solitaria noche, la ventera notó como llamaban a la puerta y cuando fue a atender la visita se topó con la inesperada aparición de Jesucristo y sus doce apóstoles, que ataviados con sus respectivas túnicas ocultaban la verdadera identidad de aquellos farsantes.
Desconcertada, la buena mujer, se tiró a los pies de quien representaba a Jesucristo, quien, con tono altisonante, presentó a toda la comitiva y pidió que les pusieran de cenar. Obviamente la ventera se disculpó por no tener alimentos a la altura de las circunstancias lo cual no fue un problema.
El falso Jesucristo pidió al falso san Pedro que saliese a por la cena en los siguientes términos: “al punto partiréis a este monte cercano, doce perdices veréis en llegando. Con la mano seguro las tomaréis”.
Lógicamente a su salida ya le estaba esperando el sobrino de la ventera con las perdices bien guardadas en jaulas con las que el falso san Pedro regresó causando el asombro de la incauta ventera.
Acto seguido, el falso mesías pidió peces a “san Andrés”, quien los trajo aún vivos, dado que el sobrino los guardaba en un caldero con agua. Finalmente a “san Juan” se le encomendó ir a por el pan. De modo y manera, que la ventera, sin salir de su asombro, preparó las milagrosas viandas para aquellos “divinos” comensales.
El fervor en el siglo XVI podía llegar a tal punto que una ventera fuese capaz de creer que estaba ante la última cena.
No paró ahí el engaño. Llegada la sobremesa, Jesucristo sermoneó a la ventera reprochándole su falta de caridad con los pobres, afirmando que todo el dinero que ella y su marido guardaban les estaban condenando al infierno. Para que creyese en sus palabras el falso nazareno indicó, punto por punto donde estaban los escondites (que previamente le había confesado el sobrino) y de esta manera la mujer cayó en la trampa poniendo sobre la mesa todos sus caudales.
El despropósito continuó cuando el presunto Jesucristo hizo un peculiar reparto de las riquezas, lo más intrascendente sería para los venteros, y de lo restante una parte era “para Dios, porque fueron bien ganados” y “lo demás, que está aquí apartado, al punto venga Satanás y se lo lleve al infierno donde siempre ha de estar”.
Dicho y hecho, nada más decir estas palabras apareció el sobrino de los venteros disfrazado de demonio dando grandes berridos y “se salió sin dejar de todo nada, ni lo que el cristo apartó, que todo se lo llevó”.
Cuando al día siguiente regresó el ventero no salía de su asombro y cuando le pedía explicaciones a su esposa esta respondía “cómo el demonio se lo había llevado el diablo porque así Cristo se lo había dicho”. El ventero. más sagaz que su mujer dio con las jaulas de las perdices, el caldero de los peces y desveló el engaño.
Finalmente denunció a las autoridades el robo y éstas no tardaron en dar con los vaqueros que se habían disfrazado imponiéndoles severísimas condenas: Dos cientos azotes y remar en galeras; por su parte el falso Jesucristo fue ahorcado junto a la venta.
Por el contrario, el sobrino no cumplió ninguna condena, ya que logró escapar sin que nunca jamás se supiese nada de él ni del dinero.
Al final, los trabajadores robados, Jesucristo condenado y el diablo robando impunemente.