La Sierra del Aguilón, en Almería, esconde desde hace 165.000 años un tesoro de valor incalculable, una gruta de piedra de luna con cristales de reflejos azulados como la luna misma, selenitas de hasta dos metros, con una pureza, perfección y transparencia que la hacen única en el mundo. Es la Geoda Gigante de Pulpí, como una fascinante cuna de cristal de ocho metros de largo, por tres de ancho.
Al contrario que otros lugares del planeta en los que hay cuevas con columnas de cristal de yeso alternando con otros minerales como ocurre en la Cueva de los Cristales en Chihuahua (México), en la Geoda Gigante de Pulpí, nos encontramos con una burbuja, una gruta natural dentro de la propia roca, formada íntegramente por sorprendentes y perfectos prismas moldeados a lo largo de milenios. Esa característica de ser un recinto compuesto completamente de cristal, de selenitas, es la que la hace diferente, única, singular. Es lo que diferencia a una geoda de una cueva.
Resulta imposible imaginar desde el exterior que bajo la aridez y dureza de una abandonada zona minera se encuentre una joya de la naturaleza tan espectacular y sin parangón en todo el planeta.
Tras descender más de 50 metros por los túneles de la antigua Mina Rica de Jaravía, proveedora de hierro, cobre y plata desde la antigüedad y poseedora todavía ahora de diferentes minerales luminiscentes que, bajo luces ultravioletas, presentan toda la gama de luminosos colores, encontramos un paisaje de columnas de agua petrificada, cual espadas transparentes dignas del mejor escenario de Superman y tan perfectas que nos permiten ver cualquier objeto a través de ellas.
La luz que refracta en esos cristales de hasta dos metros de longitud, les confiere un singular brillo blanco azulado, razón por la que reciben el nombre de piedras de luna y selenitas, que los antiguos romanos conocían como “piedra espejo”, lapis specularis, porque podían utilizarlos como espejo, a pesar de su convencimiento de que en ellos quedaban atrapados los conocimientos de quienes los utilizaban con ese fin. Sin embargo, eran utilizados, sobre todo, como cristal de lujo por ser más puros y transparentes que el resto de cristales conocidos entonces. Cuentan que Tiberio, a quien los médicos le habían recomendado consumir pepinos en abundancia, para poder preservarlos de los cambios de temperatura y cultivarlos todo el año, ordenó plantarlos sobre plataformas móviles cubiertas con selenitas, construyendo así el primer invernadero de la historia.
Conocidas desde tiempos remotos, esas espectaculares rocas de cristal están rodeadas de leyendas que, además de adjudicarles propiedades curativas, por un lado aseguran que son hijas de la luna, nacidas en su misma superficie y en otros casos que esas brillantes espadas cristalinas, se forman únicamente en cuarto creciente, motivos por los cuales recibirían el nombre de selenitas, en honor a Selene, diosa de la luna que, según la mitología, cuando su hermano Helios, dios del sol, se retiraba a descansar, ella recorría el firmamento sobre un luminoso carro tirado por caballos blancos, aportando luz fría, frente a la cálida de su hermano, a la noche de los humanos. Considerada, además como la diosa de la intuición y el entendimiento, la creencia popular asegura que algunas personas que tocan los cristales de la luna, pueden adquirir cualidades adivinatorias.
Los expertos nos recuerdan que llamarlas selenitas fue decisión del químico sueco Johan Gottschalk, ante la singular belleza del brillo que desprenden, similar al de la luna en algunas de sus fases.
Abierta al público, asomarse a esta Geoda de Pulpí, extraordinaria y única, es casi como ver el cielo desde dentro y tocar la superficie de la luna con la mano.