Con la etiqueta de superproducción concurrirá a la gala de los Oscars que se celebrará la madrugada del próximo lunes en Los Ángeles la película ‘La sociedad de la nieve‘, la cinta dirigida por el director catalán Juan Antonio Bayona. El filme narra las peripecias que debieron sortear para sobrevivir los pasajeros del Fairchild FH-227D, el vuelo chárter de la Fuerza Aérea Uruguaya que se estrelló en la cordillera de Los Andes con 45 personas a bordo.
Aquella tragedia de la que escaparon vivas 16 personas y que inspiró varios libros y a varias generaciones alcanza hoy una magnitud especial coincidiendo con el aniversario del accidente aéreo de Sierra Nevada, uno de los episodios más desgarradores del siglo XX en Andalucía.
8 de marzo de 1960. Un avión ‘Douglas DC-4 Skymaster’ bautizado con el nombre de ‘Ciudad de Madrid’ y perteneciente a la flota de la marina norteamericana viaja desde Nápoles hacia la base aérea de Rota con 24 pasajeros a bordo. La travesía discurre con absoluta normalidad hasta que, en la zona del Picón de Jérez del Marquesado, un pueblecito de la comarca de Guadix (Granada) en el que la ganadería y la minería eran entonces las claves de su sistema productivo, una balsa de ventisca y agua provocó un aterrizaje de emergencia en la zona de las Chorreras Negras.
El impacto fue demoledor y los sucesos posteriores al accidente integran la historia de la Andalucía del siglo XX. 64 años después de aquellas horas aciagas, El Correo de Andalucía, del mismo grupo editorial que este periódico, ha recordado junto a los rescatistas y jerezanos la jornada más decisiva de una localidad que aún hoy mantiene vivo el legado de quienes obraron el milagro. Jérez del Marquesado se movilizó, sin medios y sin dominio del inglés, para salvar la vida de una tropa de extranjeros.
Tras el choque, amortiguado por los más de 60 centímetros de nieve que decoraban la cara norte de Sierra Nevada, el piloto y el copiloto de la nave caminaron a través de barrancos y pedregosos senderos en busca de auxilio y víveres durante más de seis horas. Una de las primeras personas en mantener contacto visual con los tripulantes fue Juan Valenzuela, hoy de 81 años y entonces ganadero.
Sorpresa y desconcierto
“Yo fui la primera persona en verlos. Recuerdo que iban forrados de ropa hasta arriba, pero no les pude ayudar. Yo estaba con mis animales en una ladera de la montaña y ellos iban barranco abajo”, relata Valenzuela desde su Jérez del Marquesado natal 64 años después del episodio. “El ruido del accidente fue impresionante. Era muy difícil imaginar que allí no hubiera nadie muerto”, rememora en una conversación con El Correo de Andalucía.
Yo fui la primera persona en verlos. Recuerdo que iban forrados de ropa hasta arriba, pero no les pude ayudar. Yo estaba con mis animales en una ladera de la montaña y ellos iban barranco abajo
En el avión, que se estrelló a unos 2.600 metros de altura, permanecieron refugiados 22 marines sin víveres y sin la ropa necesaria para soportar las inclementes noches de marzo de la comarca. “Hacía un frío muy grande”, matiza Valenzuela. Otro de los protagonistas de aquella noche eterna fue Antonio Carrillo, guarda forestal que controlaba un cortijo de refugios en la zona del Postero Alto, bautizado por los lugareños como El Posterillo, y que dependía del antiguo Instituto para la Conservación de la Naturaleza (ICONA).
Bernarda Carrillo, hija del guarda ya fallecido, recuerda con precisión visual los curiosos detalles del rescate. “Los niños que vivíamos en la zona siempre estábamos jugando en la calle y aquel día no fue diferente aunque hiciera mucho frío”, asegura. “Los vimos venir envueltos en mantas desde ese sendero tan bonito que lleva a la montaña”, señala en dirección a la zona de las Chorreras Negras.
Confundidos con unos maquis
Los niños, sorprendidos con la visita, alertaron a sus madres al confundir a los americanos con maquis, los guerrilleros antifranquistas que se refugiaron y combatieron en Granada hasta los primeros años de la década de los 50. “Creíamos que eran mantequeros -nombre con el que eran conocidos los maquis en la zona-“, confiesa con una sonrisa. “Iban envueltos en mantas y ropa y no creíamos que eran los pilotos”, insiste antes de precisar cómo se organizó el dispositivo.
Su madre, Carmen Baeza, disponía de un pequeño pizarrín en el salón de la vivienda familiar con el que impartía clases a sus retoños. “Como no había forma de entenderse, los pilotos dibujaron en la pizarra la montaña y el avión accidentado”, relata. “Entonces mi padre fue en busca de un vecino para que se dirigiera con ellos al cuartel de la Guardia Civil para dar aviso de lo que había sucedido”, añade.
El dispositivo oficial se demoró hasta el día siguiente pese a la excelsa propaganda del régimen. Sin embargo, un grupo de voluntarios de Jérez del Marquesado se organizó de inmediato con el propósito de socorrer a los heridos. Apenas disponían de información y ni siquiera conocían con precisión las coordenadas del accidente, pero una comitiva integrada por Manuel Porcel Torres, Antonio Lorente Lorente, Manuel Peralta Tapia, Ramón Ladrón de Guevara Porcel, Enrique Alcalá Lorente, Antonio Vallecillos Sánchez y Manuel Villalba Rabaneda retó a la nieve, el viento y el frío y caminó durante horas hasta la aeronave.
De los siete héroes que desafiaron a las leyes de la meteorología sólo sobreviven dos, Manuel Porcel y Antonio Lorente, con los que ha conversado El Correo de Andalucía 64 años después de aquel 8 de marzo. “Yo fui en solitario en busca de los heridos porque conocía el terreno como la palma de mi mano”, asegura Porcel a sus 83 años desde su residencia familiar en Sant Boi de Llobregat (Barcelona). “Yo entonces era minero, pero desde niño había trabajado con el ganado y sabía que teníamos que darnos prisa porque las condiciones arriba eran muy duras”, recuerda. “Había gente mal, pero uno estaba muy grave”, añade.
El hombre al que se refiere fue un marine americano que, pese a ser operado de urgencia por los servicios médicos estadounidenses, quedó tetrapléjico de por vida. “Aquella noche dormimos en el avión con ellos para ayudar a los heridos y fue horrible. No paró de nevar”, rememora. “Cuando vi que amanecía les hice señas para que nos fuéramos los que mejor estábamos. Vinieron once nada más y estuvimos caminando durante una hora hasta un corral que había en la zona de la Piedra de los Lobos”, puntualiza. Según narraciones anteriores de los herederos del médico y el practicante que participaron en las curas, en aquel corral se alzó un centro médico improvisado. “Yo sí recuerdo que había lumbre y se miraba a los accidentados para ver qué hacer con ellos”, explica.
Una auténtica odisea
El otro rescatista que aún sobrevive, Antonio Lorente, responde a la llamada de este diario digital desde su domicilio en Cornellá (Barcelona). “Yo tenía 17 años y sinceramente he estado muchos años sin recordar nada de aquel día”, expone con una sensación de incredulidad. “Hice lo que hice con tanta naturalidad que mis tres hijos se enteraron de aquello cuando se cumplieron 50 años y me vieron en la televisión”, aclara con una sonrisa.
Sobre el rescate, Lorente dibuja en el diálogo los detalles. “Manuel -Porcel- iba solo, pero nos encontramos en la subida y ya llegamos todos juntos. Él tuvo más valor que nosotros. En las condiciones que estaba la noche fue un atrevimiento de los grandes tirar para arriba solo y sin apenas ropa”, ejemplifica. “Fue una noche de nieve, viento y agua. Estuvo todo el invierno nevando y la subida fue muy dura”, concreta antes de rememorar el impacto que causó en el grupo el estado del marine que resultó herido de gravedad.
“Llegamos al avión en unas condiciones lamentables. Pedí ropa para cambiarme y el pantalón se quedó de pie porque estaba congelado. Había uno que tenía unos dolores horribles y se tiró toda la noche suplicando que le pegaran un tiro. Se partió la columna y el hombre daba unos alaridos tremendos”, describe con una sorprendente precisión 64 años después.
El rescate final
“Cuando empezó a amanecer apenas quedaba una cuarta para taparse de nieve todo el avión. Fue entonces cuando le dije a Manuel -Porcel- que nos bajáramos porque como se ocultara por la nieve no nos encontrarían hasta la primavera. Bajaron once al pueblo y el resto se quedó allí cuidando a los heridos”, zanja antes de recordar cómo fue el reencuentro con uno de los marines: “Fui al pueblo para celebrar el 50 aniversario del accidente y uno de ellos se me abrazó llorando mientras me pedía perdón por haber tardado 50 años en darme las gracias”.
Estados Unidos regaló al pueblo el avión en señal de agradecimiento; el ayuntamiento vendió el fuselaje y las piezas más valiosas al Gobierno de España por 1.800.000 pesetas y con la recaudación costeó la instalación del agua potable de la villa
Días después de emitirse en la televisión de aquella Andalucía en blanco y negro los detalles de la hazaña, Estados Unidos regaló a los habitantes de Jérez el avión en señal de agradecimiento. El ayuntamiento vendió el fuselaje y las piezas más valiosas al Gobierno de España por 1.800.000 pesetas -unos 11.000 euros- y con la recaudación costeó la instalación del agua potable en las calles de la villa. En junio de 1960, el embajador de Estados Unidos en España, John Davis Lodge, visitó la zona y entregó un cargamento de leche en polvo que alimentó a los niños de la localidad durante meses.
Aún hoy, 64 años después de aquel agónico y heroico rescate, en el corazón de Sierra Nevada no presumen de su infinita solidaridad. “Fue algo natural”, aclara Antonio Lorente a través del teléfono mientras su mente viaja hasta aquel pico a 2.600 metros de altitud en el que se escribió una de las páginas más curiosas de Andalucía. Como las páginas de ‘Las bengalas de Chorreras Negras’, el libro que Carlos Jaldo y Antonio Castillo acunaron gracias a la memoria de aquellos que protagonizaron el milagro de Jérez del Marquesado. En silencio y de forma anónima. La sociedad de Sierra Nevada. Una emotiva historia de supervivencia en el corazón de la montaña de Andalucía.