Leticia Martin, novelista argentina nacida en 1975, ganó este año el primer premio Lumen de Literatura, otorgado por la editorial de ese nombre, por una novela que desde su arranque, el título (Vladimir), es un homenaje a Vladimir Nabokov y a su impar Lolita.

No es una novela erótica, es rabiosamente literaria y tiene que ver con ese libro que ha sido razón de mucha controversia no sólo porque todos los personajes arrancan, con sus nombres propios, de la naturaleza rusa, como el gran novelista, sino porque alimenta ficciones inquietantes que jamás dejan de ser literatura.

Como es, igual que Lolita, una novela sobre los instintos que manejan el mundo con sus consiguientes discusiones sobre los culpables o los inocentes que marcaron el debate sobre la obra de Nabokov, es bueno leer lo que de esta Vladimir premiada dijo una de las componentes del jurado, la poeta Luna Miguel: “Creo que la novela de Leticia Martin demuestra que los instintos básicos no son sólo una cuestión de la última supervivencia, sino que nos golpean las entrañas en cada momento de nuestra vida, sea el fin del mundo o no. Ese retrato de los instintos básicos peligrosos, dolorosos, me parece fascinante”.

Antes de su viaje a Madrid, donde presentó su novela este último jueves, hablamos con ella por Zoom cuando estaba en su casa de Buenos Aires.

‘Vladimir’ de Leticia Martín.


P. Llegar a Buenos Aires desde Ezeiza es una tarea titánica a veces. Y la protagonista de su novela llega nada menos que un día en que empieza algo así como el fin del mundo…

R. Llegar a la ciudad, es cierto, es como un golpe. Está tan lejos el aeropuerto… Y, así es, el personaje llega justo cuando el mundo se para con un apagón inclemente, un accidente eléctrico fuera de serie. En Buenos Aires, de todos modos, las cosas funcionan así, como trabadas, como un poco más difíciles que en otros lugares. Quizá es producto de que somos un país muy joven, pero también porque Argentina es un país desordenado e inestable políticamente.

P. Al menos en el trayecto ella se encuentra con el lugar de entrenamiento de la selección cuyo capitán es Messi

R. Sí, parece como la señal de que en efecto vas camino de la ciudad… El personaje de mi novela se va orientando gracias a que se comunica en una especie de acento inglés norteamericano porque de esa manera estima que a aquellos a los que pide ayuda van a ser más solícitos con ella… Yo misma he trabajado en el centro de la ciudad y ahí siempre me gustó ayudar a los turistas, de modo que mi personaje aspiraba a encontrar ayudas así. Y en efecto la ayudan a pesar de que llega en ese momento que parece el del fin del mundo…

P. ¿Por qué se le ocurrió que tenía que ser difícil llegar?

R. El personaje, una mujer, huye de Estados Unidos, donde está acusada de abusar de un menor. Pensé que su ingreso en Argentina tenía que ser difícil, pero en un país distinto a aquel que ha dejado atrás no tenía por qué dar cuenta de su pasado. En la trama estaba la posibilidad de que ella fuera hija de argentinos que se fueron exiliados a Estados Unidos. En aquel país, donde da clases, ella es protagonista de un escándalo de abusos mientras era profesora de universidad y se relaciona sexualmente con uno de sus alumnos. Todo se había viralizado y ella se iba a Argentina a empezar una vida nueva. Para irme adaptando al tema y a sus profundidades me leí algunos libros, por ejemplo, Desgracia, de J. M. Coetzee, una novela en la que estas cosas ocurren al revés, es la mujer la que es abusada. En todo caso, el escándalo que vivió mi propio personaje femenino hizo que esta mujer buscara otro lugar para vivir. Y al llegar al aeropuerto de Ezeiza, ya se sabe, estalla el fin del mundo…

Leticia Martín. Alejandra López


P. La metáfora del fin del mundo no es ajena a algunos episodios que ha vivido Argentina en su historia. Ahora que usted da a conocer esta novela, en la que hay tal desastre de ficción, en su país resulta que la realidad se mueve en torno a un candidato ultra que puede ser presidente de su país.

R. Hace unas semanas se produjeron en Buenos Aires una especie de saqueos, algunos seguramente inventados, generados por WhatsApp de gente al parecer desesperada. Y eso pasa en mi novela, que se concibió hace al menos tres años. Las redes amplifican todo, y aquellos saqueos fueron sacados de órbita. En la novela, ya sabe, hay saqueos, están contados, parecen en todo caso una huella de lo que en este país sucedió en 2001, cuando se juntaron los saqueos con el corralito. Nadie pudo hacerse con su dinero, los bancos incautaron nuestros fondos… Y yo pensé que debía escribir de eso. Cuando ocurrieron ahora estos saqueos y mi novela estaba por salir, sentí que se repetía como real lo que yo había concebido para contarlo como ficción. Los escritores a veces somos mediadores sensibles que servimos de instrumento por los que pasa la palabra para decir qué va a suceder o qué pasa. En el caso de Argentina, en este momento, todo tiene un tufillo a catástrofe, pues entre otras cosas ese candidato al que aludes, y que puede ganar, es una persona que sostiene que vender órganos humanos es lícito y que, además, es legítimo salir armado mientras dice que va a acabar con el Banco Central… Es posible que los que escribimos percibamos eso y lo contemos como si fuera irreal. Después viene la realidad a coincidir con el futuro. Y esta es, tal como la concebí, una novela escrita con la intención de leer más que nada el presente.

«Cuando ocurrieron ahora estos saqueos y mi novela estaba por salir, sentí que se repetía como real lo que yo había concebido para contarlo como ficción»

P. La protagonista encuentra a alguien, un hombre, que la lleva a Buenos Aires, donde él vive con su hijo, Vladimir. Vicisitudes diversas hacen que el caos de la calle, donde hay saqueos y reyertas, sea menos grave que lo que sucede en la casa. Son dos realidades. ¿De dónde nace la ficción que tiene estas consecuencias?

R. Alguien me contó la historia de abuso de un menor. Era ya un hombre mayor y recordaba que cuando era menor una mujer había abusado de él. A mí eso me impactó muchísimo y quise escribir de ello. Cuando uno se sienta a escribir todo lo que le sale es verdad, aunque sea totalmente ficción. La historia era creíble, se tenía en pie, y tenía todas las connotaciones que uno puede imaginar en una situación de esa naturaleza. Pero yo no quería escribir una novela erótica, no lo es. En ese momento en que la estaba concibiendo en el sentido que llevo contado se produjo en 2018 en Argentina un gran apagón, que afectó también a Uruguay y a Paraguay. Lo primero que pensé, al ocurrir este desastre, fue en el dinero que tenía en el Banco, a dónde iría a parar, qué iban a hacer con él. No hay ningún resguardo de lo que uno ha depositado. Esas suposiciones me llevaron a asociar este hecho con el proyecto de mi novela. Ricardo Piglia, este maestro que ya no tenemos, pero que ha dejado sus palabras por escrito, dice que una historia siempre son dos historias. Y esa enseñanza me llevó a creer que, en efecto, esa historia de la realidad tenía que entrar en la novela que estaba concibiendo.

«Alguien me contó la historia de abuso de un menor. Era ya un hombre mayor y recordaba que cuando era menor una mujer había abusado de él. A mí eso me impactó muchísimo y quise escribir de ello»

P. Su personaje femenino encuentra asilo en medio del desastre, es un hombre, que tiene un hijo adolescente. Ella está entre ellos, él se llama Vladimir, es su homenaje a Nabokov, de modo que el personaje femenino es una Lolita al revés. Y esta Lolita inversa, una mujer mayor que se siente atraída por el muchacho, vive en medio de un drama que en un momento determinado es más grave que el desastre al que ha llegado…

R. Nabokov, naturalmente, lo inspira. Gente me previno de que, en el momento actual, cuando Putin ataca a Ucrania, no parecía oportuno que padre e hijo tuvieran nombres rusos, pues el padre se llamaba Rostov y la propia protagonista se llama Guinea, que es el nombre de una ciudad rusa. Busqué en el mapa y ahí está ese nombre. Los nombres marcan a los personajes, es así; hasta el chico con el que ella había tenido su relación en la universidad norteamericana se llama Nikolai, todo en beneficio del homenaje a Nabokov y su Lolita… Cuando ya la novela está hecha surge el conflicto de Rusia contra Ucrania. De la editorial me dijeron: “¿Qué hacemos con Putin?” ¿Quitar los nombres rusos? No lo hicimos. Hasta el título de la novela era un homenaje a Vladimir Nabokov. ¿Qué íbamos a hacer? Dejarlo. Y ahí está, Vladimir Nabokov homenajeado desde la portada de la novela.

P. ¿Cuando leyó usted Lolita qué pensó de esas circunstancias que la hicieron tan polémica en el mundo hasta ahora mismo?

R. Yo creo que Nabokov logró hacerme empatizar, con una maestría total, con esa pasión que quiere ser reprimida y no puede serlo. Es una relación con lo imposible que va más allá de lo sexual… Yo creo que estamos a tiempo, todavía, de pensar que ya no importa quién es el que comete el delito, lo importante es analizar el delito en sí mismo, establecer cuáles son las culpas, hacerse preguntas sobre el origen del abuso, si éste lo comete un hombre o una mujer.

P. En lo más grave de la batalla que se libra en ese Buenos Aires que usted sitúa como parte de la guerra de los mundos, entre los poderosos y los parias, aparece un fusil. No es una metáfora, está, sirve para disparar. Da miedo lo que pasa. ¿Usted sintió miedo escribiéndolo, igual que yo sentí miedo leyéndolo?

R. A mí me aterraban los de afuera, más que los que tres que estaban en la casa. La sensación de catástrofe estaba alimentaba, en la novela, por la pandemia que pasábamos en todo el mundo mientras yo escribía el libro. A mí me dio miedo de los animales hambrientos… Me dio miedo cuando creí yo misma que estaba ahí dentro con esos tres narrando y llegaran los parias y los perros y nos hicieran algo. Y no voy a decir nada más por si la gente aun no la leyó.