Siempre nos quedará el Tourmalet en un mundo demasiado estresante. La primera vez que lo subí, por allá 1989, no imaginé siquiera que un día superaría la marca de 30 Tours y 30 Vueltas, tres décadas delante del pelotón de las grandes figuras, que nunca vamos detrás los periodistas. En 1989, el patrón del ciclismo español se llamaba Pedro Delgado y con Miguel Induráin, que creció a su estela, marcaron una época que es difícil de superar.
Recuerdo, hará cosa de 20 Voltas, hablo de la catalana, que estaban los ciclistas participantes en el restaurante de un hotel de un pueblo de la Cerdanya, todos los corredores sentados y repartidos por equipos, no como ahora que cenan en el interior de los autocares. Llegó Perico y los extraños, los turistas, los que nada tenían que ver con la ronda catalana, se levantaron, lo saludaron mientras los corredores que se retorcían en la carretera pasaban como seres clandestinos entre platos de pasta y arroz.
El Tourmalet, el Mortirolo, el Angliru
El Tourmalet siempre marca una época. Ni mucho menos es la montaña más complicada para subir en bicicleta. Se me ocurren citar dos montes mucho más exigentes, el Mortirolo italiano o el Angliru asturiano, que visita la Vuelta la semana que viene. Pero tiene ese don, ese espíritu, ese mito que lo convierte en algo especial. Todo el mundo conoce su nombre y hasta sirve de reflexión en otros deportes, en una comparación que detesto, pero que está ahí. “El Barça o el Madrid, tanto da, afronta su Tourmalet particular en la Liga”. Y lo hemos escuchado en la radio, visto en la tele o leído en los diarios. Los que amamos y disfrutamos del ciclismo hasta llegamos a pensar que tendrá que ver el Tourmalet con un campeonato de fútbol. Pero cuando eres famoso, y la montaña lo es, hasta pueden tomar tu nombre en vano.
A mí, personalmente, me gusta más afrontar el Tourmalet por la vertiente de La Mongie, la contraria a la de este viernes, que es por donde subió el Tour este mes de julio o las mujeres que disputaron la prueba femenina de la ronda francesa. Pero son manías, parecidas a esas que se adquieren con el paso de los años, sin sentirte viejo, pero si sabiendo que cuando subes por tan famosa cumbre hasta sabes de memoria las curvas, las galerías y las zonas de mayor dificultad, aunque la afrontes en coche y no en bicicleta.
Amor a la montaña
Sólo he subido una vez en bici el Tourmalet, por la vertiente de la Mongie. Fue en una jornada de descanso del Tour, al día siguiente de que Roberto Laiseka, hoy chófer de Javier Guillén, director de la Vuelta, logrará la victoria en el Tour. Fue en una marcha cicloturista que organizó el conjunto Telekom, hoy desaparecido, con invitados alemanes y unos cuantos profanos que por arte de magia y gestión de Perico conseguimos una invitación para retorcernos y cumplir un sueño hecho realidad.
Al Tourmalet se le ama, más allá de la carrera que lo suba, aunque, claro está, superar al Tour es imposible por mucho que este viernes se lo proponga la Vuelta con los mismos protagonistas de la ronda francesa. Pero, puedo asegurar, que en pasión y ganas estarán al unísono de la Grande Boucle.
Cumbre de acogida
Hasta Christian Prudhomme, director del Tour, no ha querido perderse la ascensión. No estará, sin embargo, Emmanuel Macron, presidente francés, que sí acudió en julio, lo cual supone, al menos, mayor libertad de movimiento, porque cuando visitó el Tour hace dos meses era tal la seguridad que había en la carrera que lo mejor era quedarse sentado y esperar a que el séquito presidencial tomara el helicóptero con destino a París.
Este viernes, de todas formas, no se gritará aquello tan común en julio y que dice “¡Vive le Tour!”, pero seguro que el Tourmalet, con su ‘gigante’ en la cumbre, no se siente extraño por acoger a la Vuelta, porque, aunque sufran los corredores, la ascensión se convierte en una fiesta al margen de la carrera que discurra por sus laderas.