La Conferencia de Seguridad de Múnich (MSC) en su sexagésima edición, recientemente celebrada entre el 16 y el 18 de febrero, ha sido este año un decepcionante foro de lamentaciones e impotencias, que resulta cuando menos alarmante en momentos en que las incertidumbres norteamericanas -hay elecciones en noviembre y no es ni mucho descartable el retorno de Trump a la Casa Blanca- obligan a Europa a asumir un protagonismo inédito frente a las graves adversidades que jalonan este agitado periodo, con Europa en el centro del huracán. Daniela Schwarzer, exdirectora del Consejo Alemán de Relaciones Exteriores, ha descrito así en un artículo el panorama: «un ambiente lúgubre se cernía sobre toda la reunión de formuladores de políticas y expertos en seguridad. Los líderes parecían abrumados por la confluencia de crisis y desafíos globales cada vez más profundos; muchos simplemente parecían exhaustos. La noticia de que Ucrania había perdido la ciudad de Avdiivka ciertamente no ayudó. Los suministros de municiones de Ucrania se están agotando y nadie sabe si el presidente estadounidense, Joe Biden, podrá aprobar otro paquete de ayuda en el Congreso antes de que finalice su actual mandato. Mientras tanto, el probable asesinato del líder de la oposición rusa encarcelado Alexei Navalny ha subrayado aún más la brutalidad de la dictadura de VladÍmir Putin e Rusia…». Y habría que añadir que la perspectiva de que este mismo año se desestabilice el planeta por el retorno a la cabeza del imperio de un desequilibrado megalómano como Trump termina de infundir el pesimismo que a casi todos nos embarga.