La diferencia entre vivir o morir puede ser cosa de minutos. El jueves por la tarde el barrio de Campanar en Valencia vivía el incendio más trágico que se recuerda en la capital del Turia. Una tragedia que ha costado diez vidas humanas pero que podía haber sido mucho peor sin la valentía de los bomberos y de varios vecinos que corrieron hacia las llamas en lugar de en dirección contraria, como hubiera sido lo lógico.
Personas que se jugaron el pellejo sin pensarlo. Unos valientes que miraron a la muerte a los ojos sin dudarlo. Sus historias tienen nombre y apellidos, pero su generosidad llega a tal extremo que todos han pedido a ElPlural.com que no se les cite, aunque con algunos como Julián, el portero de la finca es imposible no poner su nombre. De hecho, explican su historia sin llegar a ser conscientes de lo que ha supuesto para los vecinos su actuación en ese momento donde el infierno se desató en un edificio de viviendas de 14 plantas.
Bomberos: la profesionalidad
Entre esas historias está la de los bomberos que, nada más llegar, y siguiendo escrupulosamente el protocolo trataron de sofocar las llamas. Como siempre hacen entraron sin dudarlo. El problema llegó cuando un terrorífico viento de poniente se convirtió en el aliado perfecto de unas llamas que devoraban un edificio cuyos materiales de construcción en la fachada, ahora prohibidos, pero legales en el momento de la construcción, convirtieron el lugar en una ratonera.
Los minutos pasaban como segundos y el fuego iba ganando la partida a una velocidad inaudita. Estos profesionales fueron conscientes de que los protocolos funcionan siempre salvo excepciones, y esta fue una de esas excepciones, algo imposible de prever pese a su gran profesionalidad y sus años de experiencia luchando contra las llamas, pues en ese momento nadie sabía que el material que revestía el edificio iba a ser un aliado del incendio. Trataron de llegar a las personas que cómo dicta ese protocolo estaban escondidas en sus casas. Hasta tal punto se la jugaron que creyeron que no lo contarían, pues al permanecer hasta el último segundo dentro de las escaleras llegaron a pensar que estaban atrapados sin salida.
Fuentes vinculadas a este cuerpo narran como los equipos que estaban en la calle pudieron escuchar a través de los walkie-talkie como varios compañeros del primer grupo que accedió al edificio se despedía de ellos. Creían que iban a morir, pero seguían intentando sacar a la gente atrapada. Solo se dieron la vuelta cuando vieron que era imposible. Es más, ese grupo de valientes que trataba de acceder a la octava planta lo pasó tan sumamente mal rodeado por las llamas y sin oxigeno que, varios de ellos tuvieron que ser trasladados al hospital, uno grave con quemaduras en ambas manos.
En la vida a veces se gana y a veces se pierde. El jueves todos perdieron: bomberos, policía, vecinos, amigos, familiares y valencianos en general. El jueves ganó el fuego, pese a los esfuerzos sin descanso, de todos y cada uno de los que intervinieron en tratar de sofocar las llamas para salvar vidas, aun a riesgo de perder las suyas por el camino. Prueba de ello, prueba de ese esfuerzo y valentía, es que las dos personas que permanecen ingresadas en hospitales, una de ellas en la UCI, son bomberos. Son los que trataron de encontrar a esa familia atrapada.
Otra muestra de esa valentía sin precedentes fue la media hora de reloj que estuvieron echando agua sin descanso para evitar que una pareja de jóvenes muriera calcinada en un balcón. No podían acceder a ellos por la forma de la terraza de la planta baja y la virulencia de las llamas, pero ahí estaban, inasequibles al desaliento hasta que pudieron sacarlos con vida. Un milagro dicen algunos. Una suerte dicen otros. En ese rescate nada tuvieron que ver ni Dios ni la suerte. Fue la profesionalidad de estos hombres la que evitó que en lugar de diez los fallecidos que hay fueran doce las personas que perdieran la vida. Un trabajo que los destrozó, tanto física como psicológicamente.
“Están rotos”, decía una portavoz de Cruz Roja mientras narraba cómo habían tenido que atender a once bomberos los psicólogos habilitados. “Luchan para salvar vidas, y el jueves no pudieron”, decía otra persona que estuvo ese día a pie de llamas, y que explicaba que pese al trauma sufrido, el viernes seguían trabajando sin descanso.
Héroes anónimos y Julián
Pero la tragedia, inmensa y sin paliativos, pudo haber sido mucho, muchísimo peor. El único factor de suerte, si se le puede llamar así, que hubo ese día fue el hecho de que las llamas comenzaran por la tarde y no por la noche con los residentes durmiendo. El otro factor no fue suerte, fue valentía pura y dura de los vecinos y del portero de la finca, Julián.
Julián, en lugar de salir corriendo fue planta por planta, mientras las llamas y el humo se lo permitieron, avisando a todos los vecinos que estaban en sus casas. Su rápida actuación fue «clave». No se puede saber cuántas vidas salvó, pero como dice el Talmud que quien salva una vida salva al universo entero.
Otro vecino de la zona, que no vive en el edificio calcinado, no dudo en entrar a buscar a la madre de un amigo, una señora mayor que vivía en la octava planta y que está viva gracias a él. Este hombre niega que le salvara la vida aunque arriesgara la suya entrando en un edificio en llamas, pero su historia merece ser escrita negro sobre blanco pues, una vez tuvo a la señora a salvo, se dedicó a seguir llamando a los vecinos y ayudando a todos a salir. Como él, hubo más valientes que no dudaron en ayudar mientras fue posible.
Y no hay que olvidar a los sanitarios. Esos hombres y mujeres que atendieron a los vecinos y bomberos heridos, los estabilizaron de sus quemaduras, trataron sus intoxicaciones por humo y los trasladaron a los hospitales en un tiempo récord. Muchas veces son los grandes olvidados en las catástrofes, pero no hay que olvidar que sus conocimientos y su rapidez salvan vidas. Esa noche acudieron todos, los que estaban de guardia, y los que no. No lo dudaron ni por un momento. Tenían que acudir y, como siempre, los del SAMU y del resto de tipos de ambulancias, allí estuvieron.
Por último, están los miles de valencianos que han demostrado, una vez más, su generosidad y solidaridad. Ropa, comida y enseres de todo tipo llegaban desde el primer minuto para todas esas familias que se han quedado sin nada. Nunca sabremos su nombres, pero tampoco hace falta. En un país cada vez más polarizado, como siempre ocurre en España, en el peor de los momentos salió lo mejor de las personas.
El incendio ha costado diez vidas, incluidas las de tres niños pequeños, dos de ellos de dos años y 10 días que fallecieron encerrados en un baño junto a sus padres. Pero ante la inmensidad de la tragedia, ante la impotencia que supuso para los bomberos ver morir a la gente ante su mirada, quedan las historias de vida y de valentía de aquellos que no dudaron ni por un segundo en arriesgar las suyas. Y es que así son los héroes de verdad. Quizás no lleven capa, pero como en los cómics, no es necesario saber su nombre para honrarles y reconocerles su coraje y grandeza. Va por todos vosotros: gracias.