JUAN JOSÉ MILLÁS | Un vacío infernal

Hay dos formas de afrontar un problema: eliminándolo o convirtiéndolo en crónico. La Iglesia, por ejemplo, cronificó el asunto de la pederastia en la seguridad de que la repetición haría callo. Los primeros informes conmovieron al mundo. Los últimos, le aburren. Juan Carlos, el rey emérito de España, se manifiesta ya con tal frecuencia y emitiendo tales tonterías (ahora en un vídeo dirigido a la juventud) que apenas recordamos que es un delincuente común. Se hacen un par de chistes sobre él, cambiamos de canal, y a otra cosa. Lo patológico se normaliza agotando al consumidor. Y el método funciona. La vivienda, pongamos por caso, ha dejado de ser un bien de primera necesidad, un derecho reclamable. Nadie protesta ya y el ministerio emite unas desvergonzadas cuñas radiofónicas de las que se deduce que el problema ha sido eliminado gracias a la acción del Gobierno. La desigualdad, por su parte, se ha convertido en un paisaje. El adelgazamiento progresivo de las clases medias es pura literatura de aeropuerto, tema de coloquio de sobremesa, lamento ritual. La carestía de la vida es la cantinela de fin de año. Los comercios de barrio se extinguen, pero narramos la sucesión de cierres como si fuera un parte meteorológico.

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