Extremadura abrirá el 21 de diciembre una carrera electoral autonómica (en 2026 aguardan Castilla y León, Andalucía, quizá Aragón, tal vez Baleares…) en la que, en un año y medio, el PP pondrá en juego la mayor parte del poder territorial que le arrebató al PSOE en 2023. Pese a la idiosincrasia de cada cita, todos los comicios tendrán un patrón común: los populares buscan la mayoría absoluta para no depender de Vox, pero a la vez tienen que garantizarse que la suma de ambos no deja opciones a la izquierda de reconquistar el feudo. Los socialistas, por su parte, necesitan resistir lo suficiente y que el espacio político a su izquierda salve también los muebles en un contexto de extrema fragilidad para todo el bloque. Parece que el viento sopla a su favor, pero el PP se enfrenta a un goteo de victorias amargas si no consigue romper su techo electoral.
En el caso de Extremadura, el listón que separa el júbilo de la amargura son los 33 escaños que marcan la mayoría absoluta en la Asamblea autonómica. Ninguna encuesta publicada desde la convocatoria de las elecciones ha pronosticado que la presidenta de la Junta, la popular María Guardiola, alcanzará esa cota. Todos los sondeos coinciden (esta vez incluso el CIS) en que el PP ganará con holgura, pero necesitará el apoyo de Vox o la abstención del PSOE para gobernar. Y en que los socialistas se exponen a su peor derrota en una región que gobernaron durante 36 años. Pero, entonces, ¿por qué Guardiola podría fracasar en su órdago electoral? La encuesta del CIS refleja a las claras los principales obstáculos con los que topan PP y PSOE.
En primer lugar, el trasvase de votos necesario respecto a las elecciones de 2023 no le sería suficiente al PP para alcanzar la mayoría absoluta. El 31% de los votos que le vaticina el CIS serían casi ocho puntos menos que en las urnas. A Guardiola le volverían a apoyar tres de cada cuatro extremeños (76,5%) que le votaron hace dos años y medio, pero lo que pierde por su derecha neutraliza lo que cosecha por su izquierda. El PP absorbería a uno de cada diez votantes del PSOE (9,2%), pero no crecería más por su propia fuga hacia Vox (10,6%) y por la alta fidelidad de voto que mantienen los ultras (80,6%), dos factores que también dejarían sin efecto el 14,7% de electores de Vox que elegirían la papeleta de Guardiola.
Para el PSOE, que ha optado por presentar como candidato a su líder autonómico, Miguel Ángel Gallardo, pese a su procesamiento judicial, el panorama aún es peor. Tiene una fidelidad de voto inferior a sus rivales (67,1%), pierde apoyos por ambos lados (9,2% hacia el PP, 6% hacia Unidas por Extremadura y 2,4% hacia Vox) y apenas capta por su izquierda (3,7%). A su favor juega, sin embargo, que el bloque progresista cuenta con más del doble de indecisos (26,2%) que el conservador (12,4%), por lo que tiene más margen para atraer voto. El 24% de los votos que le augura el CIS supondría una caída de 14 puntos respecto a los comicios de 2023.
No es casual que el PP haya endurecido su mensaje contra Vox en los primeros compases de la campaña. Si observamos la intención de voto según la ideología, Guardiola tiene ganado el voto de centro (las personas que se ubican en el 5 en una escala ideológica del 1 al 10), duplicando a PSOE y Vox, y tiene poco que rascar entre los extremeños de izquierdas (del 1 al 4), segmento dominado por los socialistas y Unidas por Extremadura (coalición que integra a Podemos e IU, pero no a Sumar). La gran batalla del PP la libra por su derecha (del 6 al 10), porque aunque sigue siendo la opción favorita con porcentajes superiores al 50%, Vox atrae ya al 30% del electorado conservador. Pero radicalizarse puede costarle el centro que ya tiene conquistado. El dilema no es menor.
En paralelo, Guardiola y Gallardo tienen una disyuntiva común: cómo contrarrestar la creciente atracción de Vox en perfiles de voto que siempre han dominado PP o PSOE. Mientras el voto femenino se reparte entre los dos principales partidos (32,6% para el PP y 27,3% para el PSOE), entre los hombres el partido de Santiago Abascal (21,9%) desplaza a los socialistas a la tercera posición (20,7%).
Por edades, el PP es el preferido en todas las franjas salvo en las de 25 a 34 años y de 65 a 74 años. En ambos casos tiene al PSOE por delante. Sin embargo, Vox ya supera a los socialistas en las franjas de 18 a 24 años (la más joven) y de 35 a 44 años, y le pisa los talones entre los extremeños de 45 a 54 años. Es decir, como tantas encuestas reflejan hace tiempo, los ultras amenazan el dominio del PP en más de un tercio del electorado, el segmento más joven.
En una comunidad como Extremadura, resulta clave analizar las tendencias de voto según el tamaño de municipio. El PP tiene muy controladas las ciudades de más de 50.000 habitantes (Badajoz, Cáceres y Mérida), donde duplica en intención de voto a sus adversarios. En cambio, Guardiola tiene que batallar con PSOE y Vox en las localidades de menor población. En los núcleos más pequeños, de menos de 2.000 habitantes, populares y socialistas están empatados al 29%, con los ultras muy alejados. En los municipios de 2.000 a 10.000 habitantes, el PP mantiene una cómoda ventaja. Más igualdad hay en las localidades de 10.000 a 50.000 habitantes: 26,1% el PP, 22,7% el PSOE y 18,5% Vox.
El CIS también muestra que el PP es claramente el partido de la clases alta y media-alta, mantiene el tirón entre la clase media y se debilita entre la clase baja. Vox está logrando penetrar con fuerza entre la clase trabajadora, en especial entre trabajadores cualificados, ocupaciones militares y cuerpos policiales. Guardiola logra conectar también con los extremeños con mayor formación y, al mismo tiempo, con las personas sin estudios, pero pierde fuelle entre la clase media trabajadora, que son mayoría en el electorado, donde se reproduce la atracción que proyecta Vox.
Suscríbete para seguir leyendo













