Cuando jugaba me habría ido bien un psicólogo, pero entonces se veía de débil

Jordi Villacampa suma ya 62 años, pero indudablemente tiene firmado un pacto con ese personaje de cuernos y rabo que vela por el cutis a cambio de eso que llaman alma. En su caso debe ser a cambio de las rodillas, que ya no le aguantan, dice, ni para jugar con los veteranos. Villacampa ya metió todas las canastas que caben en una vida, siempre en La Penya, y unas cuantas con la selección española (aún ostenta el récord de anotación en un partido con 48 puntos). Ahora ni juega ni preside el club en que se hizo leyenda del baloncesto. Ahora mira y se dedica a sus cometidos empresariales. «Estoy a tope», exclama con el tono optimista y vital que transmite a lo largo de esta entrevista.

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