El pasado 13 de octubre, en el puerto británico de Felixstowe, atracó un carguero que —a simple vista— no parecía distinto a los miles que cruzan los océanos cada día. Sin embargo, el Istanbul Bridge, un portacontenedores chino, acababa de completar un viaje histórico: viajar desde Asia hasta Europa pasando por el Ártico. Sí, por el mismísimo Polo Norte. Lo hizo en solo veinte días, casi la mitad de lo que tardaría siguiendo la ruta habitual a través del canal de Suez.
Este adelanto llega justo en plena temporada de compras: con el Black Friday recién pasado y la Navidad a la vuelta de la esquina. Mientras miles de personas piensan en qué regalar y otras tantas en cómo reducir su huella ecológica, algunas navieras descubren que el deshielo ártico —provocado directamente por el calentamiento global— abre nuevas oportunidades comerciales. Lo que para los científicos es una señal de alarma, para ciertas empresas y mercados se está convirtiendo en un atajo muy rentable.
Un nuevo corredor
La llamada Ruta del Paso del Noreste, que discurre por aguas rusas, está ganando protagonismo gracias a que cada vez hay menos hielo bloqueando el camino. Esto supone un triunfo estratégico para Rusia, que lleva años intentando que ese corredor se convierta en un gran eje comercial. Para las empresas, además, tiene una ventaja clara: evita los atascos que suelen formarse en los puertos europeos cuando se disparan las importaciones de productos asiáticos, como ocurre en estas fechas.
Reducir miles de kilómetros de navegación no solo implica llegar antes: también abarata enormemente el transporte. Las navieras calculan que este nuevo trayecto puede resultar hasta un 40% más económico que el recorrido tradicional. Y ya imaginamos qué significa eso para las grandes marcas: más eficiencia, más beneficios y entregas exprés de cara a la campaña navideña. Un sueño logístico… que nace de una pesadilla ambiental.
EL APUNTE | Cuando cruzar el Polo Norte era solo un sueño
Durante siglos, el Paso del Noreste fue la gran obsesión de exploradores europeos que buscaban rutas más cortas hacia Asia. Navegantes como Willem Barentsz o Adolf Erik Nordenskiöld intentaron atravesar aquel laberinto helado, pero la mayoría de expediciones fracasaban. Solo a finales del siglo XIX se logró la primera travesía completa, considerada casi un milagro para la época. Lo que parecía una hazaña casi imposible hoy se recorre de forma rutinaria, no gracias a nuevos avances, sino porque el hielo que impedía el paso está desapareciendo.
Una justificación ambiental
Aun así, las compañías implicadas se defienden. La naviera responsable del primer viaje asegura que, al recorrer una distancia menor, sus barcos liberan menos CO₂ a la atmósfera. Según su argumento, aprovechar la ruta ártica sería casi «más ecológico» que seguir navegando por Suez.
Pero muchos expertos consideran esta idea una trampa, ya que reducir emisiones en un viaje puntual no compensa el daño que supone estimular actividades que dependen, precisamente, de que el planeta se siga calentando.
Y mientras tanto, la situación del Ártico continúa deteriorándose. Según los últimos datos del programa europeo Copernicus, entre 1979 y 2021 se han perdido 2,14 millones de kilómetros cuadrados de hielo marino, una superficie seis veces mayor que Alemania. Cada año queda menos hielo permanente: en invierno se forma, pero en verano desaparece. Además, esta región se calienta cuatro veces más rápido que el conjunto del planeta, lo que acelera todavía más el deshielo.
Quizá este año los regalos de Navidad lleguen «desde el Polo Norte». Pero no porque vivan allí los elfos, sino porque el hielo se derrite inexorablemente. Y si las grandes industrias empieza a ver ese deshielo como una oportunidad de negocio, tal vez sea momento de que nosotros, como sociedad, decidamos si queremos un futuro que llegue más rápido… pero que dure mucho menos.













