Koldo García no sirve ni de mayordomo, la grisura funcionarial de Santos Cerdán disimula su condición de secretario de organización con gastos pagados. José Luis Ábalos es otra cosa, el hombre de máxima confianza, el confidente incluso después de ser defenestrado por su cóctel de conductas inauditas, el desahogo del presidente del Gobierno para insultar en confianza a las ministras a las que considera «pájaras». Y sobre todo, el diputado socialista del PSOE (conserven por favor la redundancia) que firma el discurso contra Rajoy para transformar por fin a Pedro Sánchez en presidente del Gobierno. Cuando se mete en la cárcel todo esto, no cabe encelarse en que la Justicia vuelve a equivocarse, como en la condena al ya olvidado Álvaro García Ortiz. O en que la legislatura sigue su curso, por mucho que el piloto insista en estrellar la nave contra los arrecifes como si tal cosa.
El sanchismo es ininteligible sin Ábalos, que por tanto se lleva el sanchismo a prisión. El doctor Frankenstein de Sánchez ingresa en una celda con el petate cargado de secretos. La presunción de inocencia no oculta la evidencia de que si la UCO y el Supremo continúan horadando, un juicio solo puede empeorar el castigo actual. El todopoderoso primer ministro de Fomento, que congregó en su elevación al cargo a los gigantes empresariales de Madrid, duerme en una celda sin compañía femenina.
El PSOE ha cometido dos errores garrafales con un mismo personaje. Ingresar a Aldama en Ferraz como el gran conseguidor y comisionista sería descacharrante, si no fuera letal. Equivale a contratar la corrupción y demuestra el escaso respeto de los socialistas por sí mismos. Todavía ha resultado más dañino menospreciar las verdades a medias de este delincuente confeso, utilizando todos los canales para desacreditarlo en vez de preocuparse de verificarlo. Nadie podrá negar que el socialismo se ha labrado su propio descrédito. ¿Y Sánchez? Impávido, en la primera fila del ApocaliPSis.
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