¿Qué harías si no llegas a fin de mes? Para miles de jóvenes en España, la respuesta es clara: trabajar en negro. Gonzalo Bernardos, economista y profesor universitario, pone sobre la mesa una realidad que muchos prefieren no mirar: la precariedad laboral está empujando a toda una generación a aceptar trabajos sin contrato, sin cotizar, y con consecuencias que podrían sentirse durante décadas.
Jóvenes formados y sueldos bajos
Casi la mitad de los menores de 35 años estaría dispuesta a cobrar en B si eso les garantiza algo más de dinero a final de mes, según un estudio de InfoJobs. La cifra refleja un cambio preocupante en la percepción del empleo informal: ya no es algo marginal, sino parte de la estrategia de supervivencia de muchos jóvenes.
“Los jóvenes de hoy tienen buena formación, pero los salarios no están a la altura”, advierte Bernardos. Muchos, pese a tener títulos universitarios o formación técnica, se encuentran atrapados en trabajos mal pagados y temporales. Eso les obliga a buscar ingresos extra fuera del mercado laboral regulado.
¿Cotizar o cobrar más?
En palabras del economista, lo realmente alarmante no es tener un segundo trabajo en negro, sino que el único ingreso provenga de ese tipo de empleo. En esos casos, no se cotiza a la Seguridad Social, lo que significa que esos años «no existen» a efectos de pensión futura.
“La mayoría ya tiene un empleo legal y complementa sus ingresos los fines de semana o por horas, donde aceptan que les paguen en efectivo. Como ya cotizan, no le dan importancia a si el segundo trabajo es en B”, explica Bernardos. Pero esa lógica tiene un coste: cada hora trabajada sin contrato es una hora sin derechos, sin prestaciones, sin futuro laboral asegurado.
La normalización del empleo sin contrato
Además del problema económico, se suma una cuestión social: se está normalizando cobrar en negro como si fuera algo inevitable. Según el mismo estudio, uno de cada diez españoles reconoce haber trabajado sin declarar en los últimos años. En muchos casos, son trabajos de corta duración, informales, o en sectores como la hostelería, el reparto o los servicios personales.
La decisión de cobrar en B no solo afecta al trabajador: también supone menos ingresos para el Estado, menos fondos para pensiones, sanidad y educación.
Lejos de tratarse de una moda o una elección libre, el auge del trabajo en negro entre jóvenes refleja una crisis más profunda: empleos mal pagados, alquileres inasumibles, dificultades para independizarse y un mercado laboral que no ofrece estabilidad.
Suscríbete para seguir leyendo













