Rubio desmonta en Ginebra el «Plan Trump» y devuelve el conflicto a la casilla de inicio

Surrealista. No hay otra manera de describir lo sucedido en la última semana con el llamado “Plan Trump” y sus veintiocho puntos para la paz en Ucrania.

Más allá del hecho de que fuera pactado casi a la letra con el enviado del Kremlin, Kiril Dmitriev, recogiera pasajes traducidos directamente del ruso y solo fuera comunicado a posteriori al enviado de Zelenski, Rustem Umerov, hay en torno al proceso un aire de precipitación y malas formas que resulta llamativo en un asunto tan serio.

De entrada, al propio Zelenski se le comunicó el plan dos veces: una, por teléfono, en una conversación desde Miami en la que Witkoff y Kushner pretendían explicarle punto por punto con un “manos libres”. La otra, en persona, con Dan Discroll, Secretario del Ejército de Estados Unidos, en una especie de ultimátum que refrendaría el propio Trump horas más tarde: “Tiene hasta el Día de Acción de Gracias (jueves 27 de noviembre) para dar el sí”.

Lo primero que llama la atención, más allá de la brusquedad de las formas y de la evidente parcialidad, que derivó en un texto completamente inasumible para Kiev, es la variedad de los nombres. Este es un problema recurrente en la Administración Trump: hay demasiada gente haciendo demasiadas cosas.

La tradición estadounidense marca que la política exterior, aunque dependa obviamente del presidente, queda en manos del vicepresidente y del Secretario de Estado, con intervenciones puntuales del Consejero de Seguridad Nacional.

Con Trump, todo es difuso. Vance no ha viajado a Ucrania jamás, aunque fue, según el portal Axios, quien decidió que el encargado de comunicarle el ultimátum a Zelenski fuera Discroll.

El Secretario de Estado, Marco Rubio, que es a la vez el Consejero de Seguridad Nacional tras la dimisión de Mike Waltz en mayo, rara vez se ocupa en primera persona de las grandes negociaciones y suele dejar ese papel en manos de empresarios amigos de Trump, como Steve Witkoff y Jared Kushner.

El extraño papel de Marco Rubio

Así pues, tras el desastre del “Plan Trump”, rechazado por Ucrania, rechazado por los aliados europeos y visto con desdén por parte del propio Kremlin, pese a que sigue los designios de su enviado Dmitriev, es complicado saber cuál es exactamente la posición oficial de Estados Unidos al respecto.

De hecho, una de las primeras cosas que hizo Rubio cuando vio que aquello no iba a ningún lado fue desvincular a la Casa Blanca del memorándum: en conversación con el senador republicano, Mike Rounds, aseguró que aquello no era sino “una lista de deseos” rusa y que solo servía como punto de partida.

Andriy Yermak, jefe de gabinete del presidente de Ucrania, y Marco Rubio,  secretario de Estado de EEUU; durante su reunión en Ginebra.


Andriy Yermak, jefe de gabinete del presidente de Ucrania, y Marco Rubio, secretario de Estado de EEUU; durante su reunión en Ginebra.

Reuters

Lo curioso es que esta versión de Rubio, que luego ha desmentido repetidas veces en redes sociales y en intervenciones en medios, choca con la agresividad de Trump a la hora de marcar fechas y de atacar al “liderazgo” ucraniano en su red social, Truth, con una violencia injustificada.

Lo más probable es que Trump no supiera qué contenía ese memorándum y quisiera una paz cuanto antes para juntarla a las otras siete u ocho que dice haber logrado durante su mandato.

Ahora bien, ¿cuánto sabía Rubio? Fuentes de la Casa Blanca dicen que al Secretario de Estado “se le informaba” en todo momento de lo que iba sucediendo. Parece poca cosa para el más alto representante de la diplomacia estadounidense en una cuestión vital para la seguridad propia y de sus aliados. ¿Dónde estaba Rubio mientras Witkoff, Kushner, Dmitriev, Discroll y Umerov negociaban? No se sabe.

Las “rebajas” de Ginebra

Su ausencia fue tan palmaria y el estropicio diplomático causado por la cohorte de Trump, tan sonado, que a Rubio no le quedó más remedio que viajar a Ginebra a reunirse con una delegación ucraniana y reestablecer todo.

Hay que recordar que Rubio, cuando no era miembro del Gobierno, fue un convencido defensor de la causa ucraniana, algo que, desde luego, no fueron Vance ni Witkoff.

También lo fue el general Keith Kellogg, quien, en principio, sigue siendo el enviado especial de la Casa Blanca para la guerra de Ucrania, aunque haga tiempo que no se sabe de él por el veto de Moscú.

En Ginebra, Rubio se ha dedicado a vender un optimismo difícil de comprar a estas alturas y a rebajar todas las condiciones a Ucrania. Los 28 puntos se han quedado en 19, según informa el Financial Times, aunque no se sabe qué nueve puntos tan importantes como para tener que ser aprobados en el plazo de una semana se han quedado en el camino.

El propio ultimátum ha quedado en agua de borrajas. Rubio ya no habla de Acción de Gracias como una fecha límite, sino que se limita a esperar que “todo se resuelva cuanto antes”.

Quede como quede este nuevo plan remozado, su aplicación es tan realista como la del anterior. Podría darse el caso de que el gobierno ucraniano, atemorizado por las presiones estadounidenses, acabara dando el sí a alguno de estos planes que no son más que pan para hoy y hambre para mañana. Lo que no va a pasar es que Putin los acepte. De vez en cuando, cada cierto tiempo, manda a algún enviado a negociar algo y en la Casa Blanca, ansiosos, le compran el relato. Luego vienen los peros.

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