PARECE UNA TONTERÍA | La desaparición

El arte que se esfuma, como las joyas del Louvre, acata en cierto modo un destino. Hay algo en su naturaleza que persigue la fuga. Y no solo porque alguien se lo lleve. Consecuencia de guerras, expolios, restituciones, movimientos patrimoniales, intercambios, crisis de familia, subastas, transacciones, las obras desaparecen a menudo sin dejar rastro, bordean la muerte y tiempo después regresan. La historia de muchas de ellas pasa porque, en un momento dado, se oculten, cambien de manos, reaparezcan, se esfumen. A su manera, el arte nace, muere, resucita. Tiene su propio ciclo de la vida. Hombres y mujeres de distintas generaciones, señalaba hace unos años el profesor Federico García Serrano en ‘Arte viajero’, «usan las obras de arte, las poseen, las compran o las venden, las coleccionan, las exhiben o las esconden, las destruyen o las restauran».

Fuente