Las comparecencias de Pedro Sánchez en el Congreso suelen seguir un patrón claro. El presidente del Gobierno mantiene el traje institucional en su primera intervención, aunque incluya algún que otro golpe político. Y suele ser en la réplica cuando desembucha toda la diatriba política contra la oposición. Pero el guion cambió. Esta vez no fue así y desde el primer impacto arremetió contra el Partido Popular en su conjunto, no solo contra Alberto Núñez Feijóo, sino también y de manera pormenorizada contra los presidentes autonómicos.
Una estrategia meditada desde el momento en el que, con la excusa de las clásicas comparecencias tras las cumbres europeas, esta vez pidió también dar cuenta de “la situación de los servicios públicos en España”.
Con esa percha, y con pocos detalles -raro en él- a la cuestión internacional de que también iba a dar cuenta, el también líder del PSOE repasó la gestión de la sanidad en las comunidades autónomas gobernadas por el Partido Popular. Sin usar a las regiones gobernadas por los socialistas como ejemplo de gestión, puso el foco en la situación de las listas de espera en la Comunidad de Madrid, porque “el número de pacientes que aguardan para ver a un especialista se ha duplicado” hasta el punto de que, dijo, “las listas de espera para hacerse una prueba diagnóstica se han disparado hasta dos años”. O expuso, en el caso de Andalucía, que pese a los más de 53.000 millones de euros transferidos “las derivaciones a cirugías privadas lo que han hecho ha sido triplicarse” y “hay 848.787 andaluces esperando un diagnóstico”. Ahondando en que la sanidad es competencia de las autonomías justo cuando se abre el ciclo electoral. Unas “milongas” para Feijóo que no supondrán coste electoral para sus siglas, pues se mostró aseguró de “en todas le va a ganar el PP al PSOE».
Este ciclo electoral estuvo presente en las intervenciones de los líderes políticos, pese a que la sesión coincidía con la declaración del fiscal general en su juicio ante el Tribunal Supremo y las últimas revelaciones sobre los posibles casos de corrupción próximos al PSOE.
Por un lado, Alberto Núñez Feijóo reclamó una vez más elecciones generales, igual que un crecido Santiago Abascal avisó a Sánchez de que en las próximas elecciones «350.000 personas que le votaron a usted el 23 de julio me van a votar a mí». No solo lo dijo por los jóvenes sino por el auge electoral en las encuestas que reconoció hasta el propio jefe del Ejecutivo.
Y, por otro lado, Sánchez pidió las urnas en la Comunidad Valenciana para evitar más “dosis de negacionismo” con el nuevo pacto PP -Vox para cerrar el relevo de Carlos Mazón. Al tiempo que advertía de que «el Gobierno de España va a estar vigilante para que ninguno de esos acuerdos vulnere nuestros compromisos internacionales europeos ni la legislación vigente en materia de derechos y libertades».
Pero el presidente del Gobierno insistió una vez más en que no habrá elecciones y en que la legislatura llegará hasta 2027- aunque como decía estos días Felipe González “un presidente, te dirá que no las va a convocar, y cuando las convoque no te lo va a adelantar”- y de ahí ciertos guiños desde la tribuna a sus socios parlamentarios. Se comprometió con Junts a esforzarse “aún más” para salvar los acuerdos pese a que Miriam Nogueras le remarcó que “esta relación se ha acabado».
Lejos de medir las palabras como en otras veces, Sánchez le dejó claro que “necesita” los votos de Junts “pero también su grupo necesita nuestro voto” o, preguntó a Nogueras, “¿va a negociar con quienes desprecian la identidad de Cataluña, aspiran a prohibir el catalán y acabar con su autogobierno»?
En La Moncloa admitían que el presidente adoptó un tomo más directo -más electoral- de confrontación de proyectos que también tuvo su reflejo en la contestación a su socio de Gobierno cuando espetó, por dos veces, a la portavoz de Sumar que no se puede soplar y sorber a la vez. “Este juego de parecer que no se está en el Gobierno, pero se está en el Gobierno no funciona muy bien”.
Una vez dado este paso, en el Hemiciclo hay quien ve que “ya todo será así” y el camino estará marcado por el trasfondo electoral con un ciclo que pasará por la investidura de un nuevo presidente en la Generalitat Valenciana, las urnas en Extremadura (21-D) y, después, las convocatorias en Castilla y León y Andalucía.
Salvo que se quiera romper la baraja. Que no parece pese a que, como admitió el presidente, «a ninguno nos fascina la aritmética parlamentaria” que resultó de las últimas elecciones generales. Y de ahí el tono resignado de que “con eso hay que trabajar” para aprobar medidas y salvar, si se quiere, esta “legislatura funambulista” -como la describió el PNV- en la que la pinza PP-PNV-Junts va confluyendo intereses.
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