Si Dios preguntara a Carlos III por el destino de Andrés de Inglaterra (65 años), el rey británico bien podría emular a Caín y responder: “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?” Lo que están pasando los Windsor estos días no es tanto Génesis como Apocalipsis, con algunas Lamentaciones y muy pronto el Éxodo. Pero es de justicia decir que al menos el tercer hijo de Isabel II no ha sufrido el destino fatal de Abel. Defenestrado, apartado, degradado, expurgado y posiblemente desterrado, sí, pero continúa vivo, coleando y generando escándalos sonrojantes por sus incuestionables lazos de amistad con Jeffrey Epstein, que se ahorcó en la cárcel en 2019 mientras esperaba un juicio por prostitución de menores. La Corona ha impulsado el Brexit de uno de sus miembros para salvarse como institución porque, efectivamente, Carlos es el guardián de su hermano, de su hijo díscolo Enrique, autoexiliado en los Estados Unidos, y de todo aquel que tenga número en la línea de sucesión al trono y pueda hacer mella en su buena imagen con una conducta nada ejemplar. Andrés ocupa el octavo lugar. Esta prerrogativa, una de las pocas que le quedan, solo se le puede arrebatar mediante una reforma constitucional que de momento no se contempla. No es tan fácil amputar la rama enferma del ilustre árbol genealógico.
Hace un par de semanas, el rey retiró a su hermano menor el uso de las distinciones y honores que disfrutaba y anunció que no pasaría la Navidad con la familia real. Esta primera sanción no ha sido suficiente para apagar el incendio en la opinión pública ocasionado por la publicación del libro Nobody’s Girl (La chica de nadie). Su autora se llama Virginia Giuffre. Fue reclutada a los quince años, cuando trabajaba en el guardarropa de Mar-a-Lago, el complejo turístico propiedad de Donald Trump en Florida, por el multimillonario Epstein y su exnovia y conseguidora Ghislaine Maxwell, que cumple 20 años de condena. En sus memorias narra cómo fue ofrecida como esclava sexual a hombres poderosos, ricos e influyentes. Uno de ellos era Randy Andy (Andy el Cachondo) con quien asegura mantuvo relaciones sexuales al menos en tres ocasiones, una de ellas en grupo con otras niñas y Epstein, en la isla privada del magnate. Giuffre afirma que el príncipe jugó a adivinar su edad (17) antes de acostarse con ella y que se condujo con prepotencia, como si ejerciera un derecho (de pernada). De su encuentro quedó constancia gráfica: una fotografía en la que el duque de York toma a la joven por la cintura. Esta prueba ha refutado las múltiples veces en que Andrés ha rechazado las acusaciones de abuso de menores, y está en el centro de uno de los últimos escándalos que han soliviantado a la opinión pública británica. Se ha divulgado que facilitó a uno de sus guardaespaldas, pagados con dinero público, datos personales de su acusadora para que la investigara. Finalmente, y deseoso de poder asistir en paz al Jubileo de Platino de su madre, en 2022 llegó a un acuerdo millonario con Giuffre para que retirase una demanda de agresión sexual. Isabel II pagó de su fortuna personal una cuantiosa suma que la destinataria poco disfrutó, pues se suicidó el pasado abril.
El todavía duque de York recibió a Epstein en su casa con todos los honores cuando pesaba sobre él una orden de arresto, y dio fiestas con mujeres y drogas en su honor. Su exesposa, Sarah Ferguson, llamó al millonario “amigo leal” y le pidió disculpas por hablar públicamente contra la pederastia. Vínculos con el espionaje chino, negocios opacos como agregado comercial durante una década, una insólita iniciativa política para impedir que Andrés y su familia vivan gratis total en Royal Lodge, una mansión de 30 habitaciones en el complejo de Windsor. Titular a titular, gota tras gota, se ha desbordado el vaso de la paciencia del rey Carlos, que la semana pasada echó mano de una ley apolillada para despojar a su hermano del título de príncipe que le corresponde por nacimiento. Ya no será ni alteza real, ni duque de York ni conde de Inverness y se mudará a un alojamiento privado, donde tendrá que vivir de una asignación modesta para sus estándares. Plebeyo y desahuciado. Según algunas fuentes, podría trasladarse al desierto favorito de la realeza caída en desgracia, Abu Dabi, e instalarse en una lujosa villa propiedad de la familia real emiratí. Su hermano le ha soltado de la mano, con un recuerdo explícito a las víctimas de abusos, y ha decretado para él un nuevo nombre: Andrés Mountbatten Windsor, a secas. Él sí es ahora El príncipe de nadie.














