La historia de las Fallas la componen, fundamentalmente, comisiones y artistas. Y entre estos últimos, el relato se centra de forma recurrente en los artistas de élite. En los autores de los monumentos de Sección Especial, de Primera A o en los muchas veces ganadores. Sin embargo, la fiesta sería imposible sin la aportación de los artistas que hicieron realidad los proyectos para la inmensa mayoría a base de una inmensa minoría de reconocimiento. Conforme la fiesta fue creciendo exponencialmente hacía falta otro tipo de artistas falleros: los que debían plantar muchas fallas cada año, multiplicándose por todos los extremos de la ciudad para dar abasto y servicio a sus clientes.
El Gremio de Artistas Falleros ha anunciado el fallecimiento, a los 84 años, de Hernan Cortés. Un artista que cumple con esa condición de indispensable en la clase media de la fiesta. Tanto, como que trabajó durante 44 años, desde que plantó por primera vez en los primeros años setenta y se retiró en 2013. Y dejando, solo en el «Cap i Casal», una hoja de servicios de 170 fallas grandes y un rimero no menor de fallas infantiles.
Una hoja de servicios intachable, de habitual sobre todo en categorías de la segunda mitad: quintas, sextas, séptimas… para fallas de barrio, repartidas por toda la ciudad.
Numerosas renovaciones de contrato
No lo debía hacer mal, porque, más allá de los premios, era artista de continuidad, lo que es sinónimo de confianza. En pocos sitios plantó una única vez y, por contra, las prórrogas continuadas eran lo habitual. Los casos más llamativos: 9 años en Reina-Vicente Guillot, 13 en la Plaza del Árbol, y, sobre todo, en Benimaclet: 14 fallas en Primado Reig-Vinarós (donde se estrenó y donde plantó en cuatro etapas diferentes), 17 en Poeta Altet-Benicarló, 18 en Cuenca Tramoyeres, donde se retiró después de mostrar algunos proyectos especialmente creativos.
La falla de la Parreta de 1997, en Sección Especial / Gremio Artistas Falleros
Un encuentro con lo inesperado: la Sección Especial
Jornalero de la gloria, pero que protagonizó también un encuentro con lo inesperado: la Sección Especial. Un primer año, en 1996, «echando una mano»; y otra, ya como autor firmante, en 1997. En una de las rarezas que surgieron a finales de siglo: la falla de La Parreta, que acabó incompleta por la falta de ingresos previstos -en febrero denunciaba no haber cobrado por entonces más que un tercio de lo firmado-. Un revés que, más allá de romper su dinámica habitual: muchas fallas pequeñas al año, y no una grande única, no mermó su prestigio, puesto que siguió plantando durante quince años más. Una vida al servicio de las Fallas.














