Con años de experiencia en el tratamiento de niños y adolescentes, la psiquiatra Ana Isabel Sanz nunca imaginó ver cómo el suicidio se convertiría en la principal causa de muerte no accidental en nuestro país.
Aunque fue durante la pandemia de la COVID-19 cuando la salud mental recibió más atención social y mediática, «el incremento del suicidio entre los menores y jóvenes se percibía ya antes. En 2025 sigue sin controlarse el crecimiento de esta dura vivencia y las razones probablemente son diversas».
La directora del Instituto Psiquiátrico Ipsias y del departamento de Psiquiatría del Centro de Rehabilitación Dionisia Plaza de Madrid achaca su aumento al acoso escolar, presencial y a través de internet y otros medios tecnológicos.
«La nada edificante influencia de las redes como fuente de mensajes distorsionados y angustiantes constituye otro foco insoslayable si se quiere entender esta preocupante realidad», explica.
Tampoco es una novedad el terrible impacto del acoso escolar sobre la salud mental presente y futura de los menores que lo sufren. «Las víctimas de acoso podían guardar cicatrices emocionales que duraban toda la vida y que, en los casos más desafortunados, esa cicatriz era acabar con la propia vida».
Y es que, en muchas ocasiones, la respuesta al acoso puede ser la minimización, el silencio o incluso el rechazo generalizado de la comunidad escolar. «No es infrecuente pensar que la única salida de ese infierno es bajarse del tren, poniendo fin a la vida como única liberación».
Ahora se diagnostican más casos de depresión infantil
Los estudios más recientes demuestran que, además de una mayor sensibilidad social, existe un aumento neto de los casos de depresión infantiles y adolescentes.
Sanz recalca que «las redes sociales, el aislamiento que provoca el abuso de los medios tecnológicos, la creciente presión sobre las generaciones jóvenes derivada de la competitividad social generalizada y las dificultades de comunicación con familias parecen constituir los elementos principales de esta propensión a un creciente malestar afectivo en edades que habitualmente se vinculaban a la felicidad y el disfrute».
Ana Isabel Sanz, premiada en la categoría de mejor psiquiatra en los Premios Europeos de Medicina 2024 / Cedida
De ahí, que ante una situación de este tipo, sea vital prestar atención a las señales más tempranas, para que padres y profesores puedan reconocer el riesgo suicida. Si escuchamos con atención podemos percibir cuándo un menor está en riesgo de «caer en la trampa de la actuación suicida». Y lo que debe alarmarnos es:
- cambios bruscos de ánimo
- insomnio persistente
- pérdida de apetito
- hablar con más frecuencia de la muerte
- manifestar sentimiento de vacío
- aislarse
- hacer gestos de despedida
- repartir objetos queridos
La psiquiatra matiza que «deberían despertar nuestra preocupación los estados de agitación constante, los estallidos de ira o de rabia, pues a veces no son sino expresión de desesperanza, que también pueden canalizarse en conductas impulsivas y peligrosas, bien la conducción irreflexiva, las intoxicaciones repetidas, las autolesiones más o menos visibles».
El acoso es «peor» a través de las redes sociales
Ante verbalizaciones concretas conviene no minimizar la situación y consultar aunque sea con carácter preventivo. Se trata de una situación lo suficientemente grave como para no dejarla pasar como si fuera una exageración o una llamada de atención. Y en este punto, debe intervenir un especialista en salud mental.
En una era donde las redes sociales marcan nuestro día a día, el acoso que se lleva a cabo a través de internet se ha convertido «indudablemente» en más devastador que el bullying tradicional.
«El acoso por vía digital tiene características que lo hacen más dañino: es más constante, más anónimo, deja menos lugares para protegerse, se hace más público, pues los canales digitales tienen más alcance. Todo ello hace que los efectos negativos psicológicos sean más perniciosos y el riesgo de suicidio mayor», subraya.
Abordar clínicamente un intento suicida de un menor siempre es complicado, pero se debe «hablar con claridad» porque n»o es un riesgo que aumente los deseos de suicidarse, sino todo lo contrario. Y esa es la única manera de conocer detalles muy concretos y fundamentales».
La familia también es un elemento primordial de apoyo. «Ha de estar cercana y a la vez no agobiar ni reprender. Apoyar los tratamientos sugeridos y facilitar espacios donde poder hablar sin miedo sobre lo sucedido y evitando los tabúes o la sensación de vergüenza o culpa por parte del que lo ha intentado». Tiene que implicarse en las visitas de seguimiento, aportando su punto de vista, aunque respeten la intimidad de las consultas del que es el protagonista.










