Aunque Dios esté presente, ‘Los domingos’, la última película de Alauda Ruiz de Azúa, no trata del catolicismo ni del ateísmo. Sí de la religión, si entendemos como religión cualquier mandato de fe más allá de la Iglesia, y si incluimos en esta también a la familia como institución social y culturalmente aceptada en la que los roles de género aún asfixian a los miembros de sus componentes, sobre todo a las mujeres. El análisis siempre incisivo que la cineasta hace del contexto de madres, hijas, tías, sobrinas, abuelas y amigas es clave en esta película, que le reza al amor más profundo y ambivalente, hablando de lo material y de lo filosófico o ético como si de dos textosde Simone Weil se tratase: por un lado, el texto bruto de sus cuadernos póstumos, y por otro, el resultado de la compilación y edición de un místico devoto. Dos obras totalmente diferentes según la lente que edite o el espectador que las vea.
Aquí, la gravedad y la gracia trata las diferentes devociones de Ainara (Patricia Soroa) y de su tía (Patricia López Arnaiz) y sus “deberes” frente a la fe y convicción (libertades) de ambas, pero se ven atravesadas irremediablemente por un contexto doméstico que poco tiene que ver con la libertad y que las obliga a cumplir (una de forma voluntaria y otra, involuntaria) con los votos de renuncia. Una acaba perdiendo todo por un señor y, otra, por el Señor.
Esta renuncia en el cine de Ruiz de Azúa toma cariz genealógico, la ambivalencia y la tensión que existe entre la libertad y el deber, entre cuidar y cuidarse, entre ser para los demás o para una misma es un tema central desde ‘Cinco Lobitos’, pasando por ‘Querer’ y ahora, en ‘Los domingos’. Ella misma ha afirmado que se trata de un filme que no toma partido y es cierto en tanto que, tras su visionado, solo podía pensar en que ambas mujeres son todas las mujeres que conocemos de alguna forma, con sus obligaciones siempre un poco más desmesuradas, sus votos de humildad y violencias económicas siempre un poco más acusados, víctimas de todo ello hasta en las familias más nobles. No es raro que por estas cosas la familia como institución sea un pilar infranqueable para tantas directoras que tratan su relato desde un punto de vista estético más naturalista, los silencios, obligaciones y sacrificios son aquí material infinito para la ficción.
Alauda Ruiz de Azúa en el rodaje de ‘Los domingos’. / EPC
En Los domingos, Ainara y su tía viven atrapadas en dos devociones distintas: una religiosa, la otra doméstica. Ambas giran en torno a una bien montada estructura de poder: el anteriormente mencionado sacrificio. Estructura que, por otra parte, el hermano y padre parece sobrevolar con total impunidad. En la mirada de Ruiz de Azúa no hay reproche o juicio, sino lucidez.
La película se sostiene en un guion brillante para retratar los vínculos rotos, los abusos económicos y los familiares de forma paralela. Las imágenes finales nos hablan de este paralelismo con el grito desgarrado de Patricia López Arnaiz que suplica a su sobrina no ser captada por una “secta” en un contexto de escena en el que la suya propia, la de su contrato familiar tradicional, basado en el silencio y en el abuso económico, le ha robado un futuro merecido. «Rezaré por ti» se convierte aquí en una frase propia de un relato de terror y, paradójicamente, no nos resulta religioso. Es ese el momento en el que un corazón se rompe y quien ama sabe que parte del templo se acaba de derrumbar.
Suscríbete para seguir leyendo













