«Nadie ve una flor realmente; es tan pequeña que no tenemos tiempo». La frase de Georgia O’Keeffe podría servir de brújula para Silent Friend, la última película de la directora húngara Ildikó Enyedi, galardonada con la Espiga de Plata y la Espiga Verde en esta edición de Seminci 2025. La cineasta se vuelve a detener en la conexión entre el ser humano y otras formas de vida, y ella misma destacó en el marco del festival, tras el visionado de la película que llenó el teatro Carrión de Valladolid, que la pintora estadounidense había sido de gran inspiración para su obra.
Silent Friend tiene como protagonista un árbol centenario sobre el que giran y se desarrollan tres historias. Desde un punto de vista antropocentrista el espectador espera que dichas historias se entrelacen y dialoguen entre sí en algún instante, ignorando al majestuoso ginkgo que se alza en el entorno de una sede universitaria. Enyedi sabe lo que se espera y hace que los espectadores caigan en su propia trampa muy inteligentemente: no estamos ante una película donde los humanos que rodean al gran árbol sean los protagonistas, sino meros acompañantes de la vegetación que sigue imponiéndose con (y a pesar de) ellos. Este será, a lo largo de los 145 minutos de metraje, el discurso.
Silent Friend, de Ildikó Enyedi / Szilagyi_Lenke
Las tres historias que entrelaza la película se enmarcan en períodos distintos en Alemania en los que el árbol sigue presente, poseedor de un único relato, el suyo propio. En palabras de la directora: «Me interesaba mucho la experiencia de una mujer estudiante a principios del siglo XX en este mundo tan restrictivo, en el que la ropa, los horarios e incluso el jardín nos hablan de control. También quería adentrarme en esas primeras grietas que surgen en los años 70, cuando yo era adolescente y esa nueva generación pensaba en las posibilidades de reformular el marco de su pensamiento, sus relaciones e incluso sus sentidos. Por último, quería hablar del covid como vivencia colectiva; fue algo horrible, pero a la vez nos dio el tiempo para repensar nuestra forma de vivir». Ya en su ópera prima (Mi siglo XX, 1989), con la que ganó la Cámara de Oro en Cannes, ya ubicó a dos jóvenes gemelas entre finales del XIX y principios del XX reflexionando sobre cuestiones como la identidad o el progreso desde un punto de vista feminista. Casi dos décadas después de esta y su siguiente filme (Simón, el mago estrenada en 1999), ganó el Oso de Oro en Berlín y fue nominada al Óscar por ‘En cuerpo y alma’ (2017), donde la cineasta narra cómo dos empleados de un mismo matadero descubren que sueñan exactamente lo mismo cada noche: un ciervo y una cierva caminan juntos en un bosque nevado. La naturaleza y las imágenes poéticas imperaban ya con fuerza en esta película.
En 2021 llegó ‘The story of my wife’, con Léa Seydoux y Gijgs Naber. La actriz, que saltó a la fama por dar vida a “la chica del pelo azul” en “La vida de Adèle”, también hace un pequeño cameo en ‘Silent Friend’ como colega de profesión a distancia de Tony Leung (Deseando amar, Hero, 2046). Este último da vida a un neurólogo que investiga la percepción cognitiva en los bebés y se queda atrapado en una universidad durante la pandemia, lo que lo lleva a conectar con el árbol del jardín botánico que nos llevará a las demás historias. Lo hace a ritmo lento (un ritmo adecuado al de sus protagonistas las plantas, por otro lado), donde el detalle es lo único que cuenta y los objetivos de progreso desde el punto de vista humanos (o el fin de cada historia) tampoco importan mucho. Para la película se crearon sonidos que pudieran corresponderse con las plantas que en ella aparecen. Dijo en esta 70ª edición de Seminci la directora que «aquello que llamamos realidad muchas veces es algo efímero» y esto es lo que cuenta ‘Silent Friend’, -como si de una pintura de O’Keeffe se tratase- de forma sensorial y poética.
Suscríbete para seguir leyendo













