Hay decenas, algunos cientos incluso, de frutas, hierbas, hortalizas y razas de aves y de mamíferos que hasta no hace tantos años eran de consumo habitual en Catalunya, pero que, o bien por las modas, o bien por la irrupción de nuevos productos más fáciles de cultivar, desaparecieron de los mercados y se convirtieron en variedades en vías de extinción. «Las regiones del Mediterráneo, sin ir más lejos, han perdido en torno al 80% de sus productos autóctonos, en parte por las barreras normativas que tenemos y, por otro lado, porque el grueso de los consumidores demandan productos que sean uniformes«, ha constatado Jordi Puig, doctor en Ciencias Ambientales y coordinador de la consultora L’Espigall en una jornada celebrada este lunes en el marco del Gastronòmic Fòrum Barcelona. Una de las alternativas que los expertos apuntan para dar salida comercial a algunas de estas variedades «es su posible aplicación como proteína vegetal«, una opción que supondría una segunda vida para alimentos como las llamadas judías ‘afartapobres’ que dejaron de consumirse hace unos años «porque eran harinosas y resultaban pesadas de digerir», ha apuntado en este sentido Xènia Torras, responsable del banco de variedades locales Esporus, con sede en Manresa (Bages).
El encuentro, que ha finalizado con la entrega de premios a 51 empresas de las comarcas de Barcelona que han trabajado por la recuperación de estas especies, ha sido también escenario de reivindicaciones como la de reclamar «ayudas de las Administraciones duraderas en el tiempo, a largo plazo, porque el nuestro no es un sector que desarrolle proyectos solo a cuatro años, que es lo que dura una legislatura», han coincidido tanto Torras como Marc Talavera, biólogo y promotor del colectivo Eixarcolant. «Los bancos de semillas, como decía el activista Pere Salsetes, han de salir de los museos para llegar al consumidor», ha proclamado Talavera, convencido de que el futuro de estas producciones, que aún son pequeñas en volumen, «pasa por hacerlas rentables para el agricultor«.
Imagen de la judía o alubia del carai, una variedad local que se produce en las comarcas de Barcelona. / Associació L’Era
Darse a conocer, «hacer mucha pedagogía, también con los jóvenes» es, para el agricultor y ganadero Josep Brunés, de la finca Can Tabaquet de Lliçà de Vall (Vallès Oriental), uno de los principales retos de este sector. «Somos gente que llevamos años haciendo producción ecológica, que hemos aprendido a cultivar con poca agua, pero ahora falta que conozcan estos productos, que son únicos», ha insistido Brunés. De hecho, ha añadido Josep Maria Claret, viticultor de la bodega Collbaix del Bages, que han recuperado, entre otras variedades, la afamada uva de picapoll, «esos productos son los que nos hacen únicos y nos distinguen del resto«. «De un tiempo a esta parte -ha agregado Claret-, cuando vamos a abrir nuevos mercados, nos encontramos cada vez más con compradores que conocen esas variedades y las aprecian».
En el acto de reconocimiento a las empresas comprometidas con la recuperación de variedades locales en riesgo de extinción han sido galardonas tres firmas del Alt Penedès, otras tres del Anoia, siete del Bagues y una del Baix Llobregat. También han recibido diplomas cinco empresas del Berguedà, una del Garraf, dos del Lluçanès, otras dos del Maresme, dos más de Osona, siete del Vallès Occidental y 17 del Vallès Oriental. Entre todas, han contribuido a evitar la desaparición de 30 variedades locales, como el blat de moro escairat y el pèsol negre del Berguedà, las variedades antiguas de tomate del Bages o el Vallès Oriental, o el garbanzo de Oristà, por citar algunos ejemplos.
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