Por fin, una luz para los saharauis

Por primera vez en décadas, una resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas acaba de ofrecer una salida realista al prolongado conflicto del Sáhara Occidental.

Al reconocer que la propuesta marroquí de autonomía —presentada en 2007— constituye la base más seria, creíble y duradera para una solución política, la ONU ha dado un paso decisivo.

Se trata, como ha señalado el rey Mohamed VI, de un antes y un después, no solo en el lenguaje diplomático, sino en la esperanza de un pueblo que lleva medio siglo dividido y olvidado.

Durante cinco décadas, los saharauis han vivido entre su tierra y el exilio: unos, integrados en el desarrollo del Reino de Marruecos; otros, en los campamentos de Tinduf, en Argelia, sometidos a la dureza del desierto, a la dependencia y al silencio internacional.

El Sáhara se ha convertido demasiadas veces en una bandera política, pero rara vez en una causa verdaderamente escuchada. Las resoluciones se han multiplicado durante mucho tiempo, pero la vida de los saharauis apenas ha cambiado.


Mujeres marroquíes celebran el respaldo de la ONU al plan de autonomía saharaui.

EFE

Al margen de las cuestiones relativas a la soberanía, lo más importante es acabar con el sufrimiento de los saharauis. La mayor parte de los refugiados saharauis necesitan la ayuda humanitaria para sobrevivir.

Según un informe de ACNUR de abril de 2020 y un segundo informe de la Comisión Europea elaborado en 2007, el 7,6 % de los saharauis padece desnutrición aguda, el 28 % tiene retraso en el crecimiento y el 50 % de los niños sufren anemia.

En las mujeres en edad reproductiva, la anemia asciende al 52% y solo el 1% de los refugiados logra acceder a la universidad.

Las generaciones se suceden entre la pobreza, la falta de oportunidades y la separación familiar. No hay victoria más noble que la que devuelve la esperanza a quienes la perdieron.

El referéndum prometido hace treinta años se ha mostrado inviable. La realidad y el tiempo han impuesto otra lógica: la del diálogo, el compromiso y el sentido común.

El Consejo de Seguridad lo ha reconocido con claridad: no hay paz sin negociación ni justicia sin soluciones realistas. En este contexto, la vía de la autonomía emerge como la única capaz de ofrecer estabilidad, dignidad y futuro.

Más soluciones y menos resoluciones: esa debe ser la consigna.

El esfuerzo de Marruecos en desarrollar el Sáhara es visible y es justo reconocerlo. En mis visitas a la región he podido comprobarlo: ciudades como Laayoune o Dakhla cuentan hoy con infraestructuras modernas, universidades, puertos y una vida económica vibrante.

Son polos de progreso que dan contenido real a la propuesta de autonomía, demostrando que no se trata de una promesa retórica, sino de un proyecto ya en marcha.

El plan marroquí de autonomía prevé un amplio autogobierno para los saharauis: elección de su propio parlamento y presidente, gestión de sus recursos naturales y competencias en educación, sanidad, vivienda, empleo o cultura.

En España conocemos bien lo que significa la autonomía: autogobierno, libertad y singularidades dentro de una soberanía compartida.

En España conocemos bien lo que significa la autonomía: autogobierno, libertad y singularidades. Lo que Marruecos propone hoy para el Sáhara tiene esa misma lógica integradora.

Durante años, nuestro modelo ha demostrado que descentralizar el poder ha sido útil para mejorar la vida de los españoles. Lo que Marruecos propone hoy para el Sáhara tiene esa misma lógica integradora.

Esta resolución aprobada ayer, coloca a España ante una responsabilidad moral y política. Por historia, por geografía y por afinidad humana, no podemos permanecer al margen.

Nuestra experiencia autonómica puede inspirar un modelo saharaui de autogobierno dentro de la soberanía marroquí. No se trata de elegir entre independencia o sumisión, sino entre una situación de bloqueo permanente o el inicio de una vida digna para cientos de miles de personas; entre división o reconciliación.

No hay países modélicos al 100%, pero España y la comunidad internacional tienen en Marruecos un país estable, con gobiernos que surgen de las urnas.

Marruecos es el país más progresista y moderno del mundo árabe alejado de radicalismos yihadistas. De entre los 22 países que integran la Liga Árabe, España tiene al mejor de todos ellos como vecino. Quien niegue la afirmación, quizá debería señalar otro candidato. 

Cuando surgió lo que se llamó “primavera árabe”, algunos países que están en la memoria de todos llamaron a la policía o al ejército; en Marruecos se llamó a las urnas para adoptar una nueva Constitución.

Es además un socio fundamental para Europa, y en especial para España en materia de seguridad, comercio y migración. Ambos países nos necesitamos: compartimos fronteras, historia e intereses. Nuestra prosperidad y estabilidad están unidas.

La resolución de la ONU abre una puerta que llevaba demasiado tiempo cerrada. Ahora corresponde a las partes —Marruecos, el Frente Polisario y los representantes saharauis— cruzarla con buena fe.

España y Europa deben acompañar ese proceso con responsabilidad y compromiso, conscientes de que la estabilidad regional y el progreso del Magreb dependen en gran medida de una solución definitiva a este conflicto prolongado.

Una mujer sostiene la bandera de Marruecos en Casablanca.


Una mujer sostiene la bandera de Marruecos en Casablanca.

Reuters

En este sentido, es justo destacar el gesto del Rey Mohammed VI, en su discurso de ayer, quien, con una visión de estadista y una diplomacia de altura, tendió la mano al presidente argelino en un llamamiento fraternal para abrir una nueva etapa de entendimiento entre ambos países.

Ese acto, profundamente simbólico, demuestra la clase y la madurez de la diplomacia real marroquí: una diplomacia que no se basa en la confrontación, sino en el diálogo, la cooperación y la construcción de un futuro común.

Marruecos ha demostrado con hechos —y no solo con palabras— su compromiso con la paz y el desarrollo, no solo en el Sáhara, sino en toda la región. Es hora de que todos los actores respondan con la misma buena fe y sentido histórico.

La autonomía propuesta por Marruecos, ahora respaldada con fuerza por Naciones Unidas, no es un simple gesto diplomático: es una oportunidad histórica para reconciliar a un pueblo y estabilizar una región clave para la paz del Magreb y del sur de Europa.

Los saharauis no necesitan más discursos ni más promesas. Necesitan, de una vez por todas, una vida en paz, con derechos y esperanza.

*** José Bono fue presidente del Congreso de los Diputados, ministro de Defensa y presidente de Castilla-La Mancha.

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