La Administración Trump habría ya identificado los primeros blancos en suelo venezolano para un más que probable ataque en los próximos días, según fuentes consultadas por el Wall Street Journal. Se trataría de instalaciones militares en las que se preparan drogas para su distribución posterior en el extranjero, en especial, puertos y aeropuertos que son clave para el tráfico de fentanilo, cocaína colombiana y otras sustancias que acaban llegando a Estados Unidos.
El objetivo oficial no sería derrocar a Nicolás Maduro como tal, sino ahogar su régimen, que ha sido calificado por el Secretario de Estado, Marco Rubio, como un “narcoestado” al servicio de los cárteles, en especial el Cártel del Sol, cuyo líder sería el propio Maduro.
La lucha de Trump contra el líder chavista, que en este segundo mandato parece haber extendido al colombiano Gustavo Petro, viene de lejos, pero está escalando a gran velocidad en los últimos meses. Después de poner precio a su cabeza -cincuenta millones de dólares a quien dé una información que lleve a su captura-, la Casa Blanca ha ordenado el bombardeo constante de “narcolanchas” que cruzan el Mar del Caribe.
Los muertos en estos ataques se cuentan ya por decenas, sin que haya una constancia clara de que efectivamente se trata de traficantes de drogas. Si Trump está utilizando el fentanilo como excusa -ya ha tenido conflictos con Canadá y México al respecto- o si realmente cree que así mejorará la salud de sus ciudadanos, está por ver. Lo que parece claro es que se trata de una justificación ideal para acabar con un régimen que le es hostil y que está demasiado cerca de Rusia, China e Irán.
El paso de los ataques marítimos a los ataques por tierra sería muy relevante y la idea en Washington es que eso obligue a Maduro a huir del país por miedo a convertirse él mismo en un objetivo. De esa manera, se evitaría una intervención terrestre con tropas, que podría derivar en una masacre.
La combinación de ataques aéreos a centros militares con algún tipo de operación interna patrocinada por la CIA -Trump autorizó a la agencia de espionaje a ejecutar “maniobras en cubierto” en suelo venezolano- podrían acabar con la resistencia del chavismo después de veintiséis años en el poder.
La carta a Putin
Es cierto que todo esto lo hemos oído antes y al final ha acabado en nada. También es cierto que Maduro nunca se lo ha tomado tan en serio como hasta ahora. Las peticiones de ayuda a sus aliados son constantes.
Si, hace unas semanas, enviaba una misiva al embajador de Rusia ante la ONU y actual presidente del Consejo de Seguridad, Vasili Nebenzia, para que convocara una reunión de emergencia ante un “ataque inminente”, el Washington Post informaba este viernes del envío de una carta similar dirigida a Vladimir Putin.
Maduro habría solicitado ayuda para mejorar su armamento, ya anticuado, y habría pedido radares de defensa, repuestos para aeronaves y misiles antiaéreos. En otras palabras, todo lo necesario para protegerse de un ataque por aire.
De momento, Rusia está guardando un curioso silencio respecto a la situación en Venezuela, teniendo en cuenta que se trata de uno de sus principales aliados militares y diplomáticos. La gran mayoría de las armas venezolanas han sido compradas a Rusia y ambos países aumentaron su comercio en un 64% el año pasado.
Venezuela es de los pocos que se salta constantemente las sanciones impuestas por los organismos internacionales y un cambio de régimen sería fatal para el Kremlin, como lo fue en su momento la caída de Al Assad en Siria.
De hecho, si Maduro tuviera que huir del país, pocos dudan de que lo haría directamente a Moscú. Prueba de la buena relación entre ambos gobiernos es la llegada el pasado domingo de un avión Ilyushin Il-76, normalmente utilizado en funciones de transporte, aunque su concepción, en tiempos de la Unión Soviética, fuera militar.
El pasado 9 de mayo, el presidente venezolano fue de los escasos jefes de estado que asistió al desfile conmemorativo del 80º aniversario del fin de la II Guerra Mundial. Ahí, pudo charlar con Xi Jinping, otro de los asistentes, y firmó un acuerdo de colaboración con Putin. “Nuestros dos países están más unidos que nunca”, afirmó entonces el líder chavista.
En busca de los drones iraníes
Desde Miraflores también se habría buscado la colaboración de China, aunque ya se sabe que en Beijing tienden a no meterse en demasiados líos externos y la última cumbre entre Xi y Trump pareció discurrir con cierta cordialidad después de meses de tensión comercial. Los intereses de Xi en Venezuela son principalmente económicos.
A cambio del respaldo diplomático, Maduro ha concedido a empresas chinas la construcción y explotación de dos plataformas petrolíferas, la primera de las cuales ya está en funcionamiento en el Lago Maracaibo.
China se ha gastado 1.000 millones de dólares en la operación, así que es lógico que no vea con buenos ojos un cambio de régimen que pueda poner en riesgo sus inversiones. Lo normal sería que la oposición venezolana ofreciera a Moscú y a Pekín unas ciertas garantías económicas para mitigar al menos la respuesta de ambas potencias en caso de una intervención militar estadounidense.
Por si acaso, Maduro también ha llamado a la puerta de Irán. El país de los ayatolás, preocupado en la reconstrucción de las instalaciones donde se trabajaba en un avanzadísimo programa nuclear antes del ataque conjunto de Israel y EEUU, es una de las grandes potencias mundiales en la fabricación de drones. Sus Shahed llevan cuatro años volando sobre Ucrania y han sido imitados por ejércitos de todo el mundo. El acceso de Venezuela a esos drones podría detener o aplazar la operación estadounidense. Lo que no está claro es si Teherán tiene para protegerse a sí mismo, a Rusia y ahora también al chavismo.















