Soñé que el mundo era una locomotora que corría desbocada hacia el abismo y que el maquinista era el Joker. La materia con la que armé aquel sueño fue un conjunto de imágenes que me habían horrorizado. En la primera aparecía Donald Trump pilotando un caza, lucía una corona -como la del roscón de reyes-, mientras lanzaba excrementos sobre una multitud de manifestantes valientes. En la segunda, Trump balbuceaba disparates frente a ochocientos mandos del ejército norteamericano. En la tercera, amonestaba -otra vez- al estoico Zelenski, con el fin de convencerle de que o se rinde o el colega Vladimir Vladimirovich lo aplastará sin compasión. En la cuarta, anunciaba un paraíso dorado en Gaza para cuando el terreno haya sido desescombrado. Mi conciencia adormecida anhelaba la aparición de un superhéroe; pero, ¡ay!, tal cosa no ocurrió.
He de admitir que mi mente no iba mal encaminada al seleccionar aquellas imágenes grotescas. ¿Acaso no son incontables las voces que nos vienen advirtiendo de que la distopía, en tanto que expresión de sociedades opresivas, ya puede considerarse, de pleno derecho, el espíritu de nuestra época? ¿Quién no se asusta cuando oye ladrar a los perros del totalitarismo, del racismo y de la misoginia al otro lado de la puerta ? ¿Quién no tiene pesadillas al ver cómo la locura humana es cada día más asesina? ¿Quién no se indigna al ver a los villanos de Gotham City moviéndose con total impunidad?
Lo malo que tienen estas visiones sombrías es que dan miedo. Así que, para rebajarlo, me digo que soy un exagerado, que nada de eso es tan novedoso como parece. Bien mirado, tampoco faltaron motivos para el pesimismo en otras épocas, y aquí estamos. El homo sapiens siempre ha tenido arrebatos de demencia, por eso la Historia es un compendio inabarcable de atrocidades, abusos y matanzas incesantes. El nazismo y el estalinismo -los dos paradigmas de las distopías-, ya han sido superados, ¿o no? Y, ¿qué fue la inquisición, sino una época cruel y descarnada?; ¿qué nos responderían los indígenas de norteamérica, los aborígenes australianos o los adolescentes que murieron a millares en las trincheras del Marne si les pudiésemos preguntar qué percepción tuvieron de su tiempo? Y es que los escenarios de pesadilla, los regímenes totalitarios, opresivos y criminales siempre han existido. ¿Será entonces que nuestra generación se ha vuelto más impresionable? En mi opinión, lo que está ocurriendo es un cambio de escala. Cuando las desgracias iban por barrios, la percepción de cada cual dependía del código postal y de las cartas que le habían tocado; ahora, en cambio, el trumpismo, las pandemias, la crisis climática, el riesgo de guerra nuclear, la IA, el transhumanismo,… se perciben como amenazas globales. Esta es la diferencia.
La buena noticia es que los ciudadanos de bien aún disponemos de un superpoder: el pensamiento crítico. Eso exige utilizar el sentido común para no dejarse embaucar, abrir los ojos a la realidad del universo en vez de esconderse en la virtualidad del metaverso, y, principalmente, preservar la democracia a toda costa junto con los valores que nos han legado las generaciones pasadas y las mentes más virtuosas. Además, el poder del pensamiento crítico crece y se retroalimenta a medida que crecen las colectividades que lo ejercitan.
Cuando me desperté, hice lo que hago todas las mañanas: bajé a buscar el periódico. Y allí estaba el Joker, como el jodido dinosaurio de Monterroso, mirándome desde la portada, con expresión siniestra.













